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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Marta Tafalla publica su estética de la naturaleza: 'Ecoanimal'

Ecoanimal, de Marta Tafalla

Jorge Riechmann

Llega a las librerías Ecoanimal, el libro de Marta Tafalla que ella ha elaborado a lo largo del decenio último, y hemos de saludarlo: ¡es una obra mayor! Una pieza central para la 'Nueva Cultura de la Tierra' y la 'simbioética' que necesitamos. Como escribe la autora, “la nuestra es una civilización que niega sus propios fundamentos, que se afirma autónoma cuando en realidad es ecodependiente. Sobre esta extraña contradicción, alimentada por la misma actitud egoísta que nutrió el dualismo metafísico, construimos nuestra irracional forma de vida. Y mientras invertimos energías en someter la naturaleza y soñamos con liberarnos de ella, no aprendemos a conocerla, a convivir, ni tampoco a apreciarla” (Ecoanimal. Una estética plurisensorial, ecologista y animalista, Plaza & Valdés, Madrid 2019, p. 147). Esta reflexión sobre la estética de la naturaleza que necesitamos para el Siglo de la Gran Prueba puede ayudarnos mucho en esos aprendizajes.

Sostiene la profesora de la UAB que la estética tradicional ha marginado la estética de la naturaleza, y la cuestión de la belleza natural, de la misma forma que ha desechado la plurisensorialidad (privilegiando solo la vista y el oído), y que la razón de fondo es igual en ambos casos: no aceptar que somos cuerpos animales que viven en la biosfera terrestre. Desde una aguda conciencia de la crisis ecológica global, se trata de “construir una estética de la naturaleza profunda y crítica [que] nos ayudará a comprender por qué estamos poniendo en riesgo la biosfera y a buscar caminos de reconciliación y convivencia” (p. 15). Para ello hace falta superar el dualismo metafísico que ha prevalecido en la tradición filosófica occidental, privilegiando el espíritu a costa de despreciar los cuerpos. Será, en su propuesta, una estética ecoanimal, entre otras razones porque los animales son sujetos que viven sus propias vidas, y porque hace falta conjugar las perspectivas ecologista y animalista para lograr una apreciación estética profunda. “Necesitamos salir de la burbuja antropocéntrica y reconocernos como animales ecodependientes” (p. 17).

¿Hay viáticos para ese viaje en la tradición filosófica occidental? Marta Tafalla los encuentra sobre todo en la elaboración de la noción de desinterés en la Crítica del juicio de Kant, en la reflexión estética de Schopenhauer y en la crítica de la racionalidad instrumental que se despliega en la Teoría Crítica de Horkheimer y Adorno, sobre todo en la obra de este último (a quien la profesora catalana ya dedicó un libro notable hace años: Theodor W. Adorno. Una filosofía de la memoria, Herder, Barcelona 2003). “La contemplación estética es fructífera en la construcción de una nueva racionalidad [no instrumental] porque no se basa en un sujeto que se impone sobre un objeto, sino en un sujeto que otorga primacía al objeto contemplado. La contemplación estética es la renuncia al dominio y la aceptación de la propia finitud, pero no se trata de una renuncia amarga ni una derrota, sino todo lo contrario: nos regala experiencias placenteras y nos concede serenidad, de tal modo que la finitud se presenta como una ganancia y no como una pérdida” (p. 25). Junto a esta línea principal, Marta Tafalla no ignora la estética positiva de la naturaleza (Emerson, Thoreau, John Muir…) que se desarrolló en el siglo XIX en EEUU, unida estrechamente a una incipiente ética ecológica (p. 156-157); ya a mediados del siglo XX, en la obra señera de Aldo Leopold florece este impulso.

Esta estética schopenhaueriana-adorniana une dos ideales: el ideal epistemológico de objetividad (contemplar el objeto como es, sin imponerle nuestros deseos de cómo querríamos que fuera; apreciarlo como algo diferente que ha de ser reconocido en su diferencia) y el ideal ético de no instrumentalizar (el objeto existe por y para sí mismo, no en función de nuestros intereses). “El objeto se mostrará más cuanto más silenciemos nuestro yo. Aprender a observar es aprender a guardar silencio” (p. 26). Desde esta posición, a través de la contemplación estética, se vuelve posible asumir la finitud humana al tiempo que respetamos la naturaleza y a los otros animales. Por otra parte, si no somos capaces de apreciar la belleza natural difícilmente lograremos protegerla: de ahí la importancia de la estética en esta Era del Antropoceno que más bien habría que bautizar Era del Ecocidio (p. 149).

Uno de los aspectos más interesantes de la propuesta de Marta Tafalla en Ecoanimal es su reivindicación de una estética con contenido cognitivo, y por eso -en su vertiente de estética de la naturaleza- apoyada en las ciencias naturales (p. 52 y ss.). Para apreciar correctamente la belleza natural, defiende la profesora de la UAB con buenos argumentos, necesitamos conocimiento como el que nos puede transmitir la ecología, la geología, la botánica, la microbiología o la etología.

Desde el romanticismo, no han sido pocos los y las europeas que han expresado una desconfianza de fondo frente a la ciencia, concibiéndola como una poderosa fuerza desacralizadora del mundo. Así lo expresó por ejemplo Keats en versos famosos: “La Filosofía amputará las alas de un ángel, / conquistará todos los misterios con la regla y la línea, / vaciará de espectros el aire y de gnomos la mina: / destejerá el arcoiris”. Y resulta obvio que, si la ciencia se alía con el impulso de dominación que atraviesa mucho de lo que ha emprendido la Modernidad occidental, el peligro es inmenso. Tafalla no se cansa de advertir contra el mismo, de la mano de Adorno y Horkheimer. Pero sabe también todo lo que perderíamos si renunciásemos a los proyectos de conocimiento racional, y por eso nos anima a conjugar estética, ética, filosofía política y ciencias (naturales y sociales) bajo el signo de lo que sin duda hay que llamar una ecosofía. “La estética es una de las mejores vías que tenemos para superar la soledad ontológica a la que nos condena la individualidad y a la vez para vencer la racionalidad instrumental que no nos permite descubrir el mundo en toda su riqueza. Nos ofrece la posibilidad de salir del encierro en nosotros mismos y encontrarnos con lo diferente” (p. 35).

El concepto de ecoanimalidad nos indica que los seres vivos no existimos nunca como organismos aislados: nos desarrollamos en el seno de complejas redes de relaciones que nos vinculan con miríadas de otros seres. Como subraya la profesora catalana, “los animales no son objetos: son historias, son redes de relaciones y formas de vivir” (p. 60). Quiero aprovechar este momento para subrayar la complementariedad entre la estética plurisensorial, ecologista y animalista que propone Marta Tafalla y la simbioética (una ética ecológica para la que simbiosis es una categoría central) que algunas personas estamos tratando de desarrollar. Servirá para ello evocar el trabajo de Ginny Battson.

Como punto de partida puede servirnos una definición estándar. “Ética ambiental [environmental ethics] es la rama de la ética aplicada que se ha preocupado, sobre todo, por las razones morales para preservar y restaurar el medio ambiente”, delimita un libro de texto de referencia ya hacia su final (R.G. Frey y C.H. Wellman (eds.), A Companion to Applied Ethics, Wiley-Blackwell 2005, p. 633): el capítulo 47 de 49 en total, justo después de la ética de los mass-media (capítulo 44), la ética informática (45) y la ética ingenieril (46). ¿No se refleja aquí algo de la demencial incapacidad para fijar correctamente prioridades que caracteriza a la cultura dominante? Porque nuestro problema -no se puede repetir demasiadas veces- es que aún no sabemos habitar el planeta Tierra, y que conceptualizar la naturaleza como “medio ambiente” (algo separado y externo a nosotros) es un error categorial.

En este punto, es la pensadora británica Ginny Battson quien ha dado un paso más allá con su propuesta fluminista de lo que podríamos llamar una ecoética (o bioética) del amor. La pensadora británica retoma la muy antigua metáfora de la realidad-río (Heráclito), y una ontología procesual y relacional, como base para una propuesta ética que trata de superar tanto el antropocentrismo (John Passmore) como el biocentrismo (Paul W. Taylor, Robin Attfield) y el ecocentrismo (Aldo Leopold, Arne Naess). El fluminismo sería una ecoética para la cual lo primariamente valorado son los procesos vitales interconectados esenciales para la plenitud en nuestra biosfera; tanto las formas de vida individuales como los ecosistemas individuales resultan indispensables para ese fin, una Gaia floreciente.

Battson arguye que, a diferencia del ecocentrismo y la deep ecology, son las interconexiones, los procesos, la perpetuación del amor a la vida (demostrado como cuidado) y no los ecosistemas en general lo que requiere nuestra protección. El problema con el ecocentrismo, sugiere la pensadora británica, es que reduce el valor de los individuos y de las especies individuales: puede estar justificado acabar con ellos o ellas para ajustarnos a la idea humana de lo que está “completo” o “íntegro”. Pero ¿cómo podemos los seres humanos juzgar lo que constituye el límite de cualquier ecosistema? De hecho, en la naturaleza los ecosistemas raramente están definidos por fronteras claras. Sin embargo, si valoramos primariamente los procesos y las interacciones los individuos van a resultar indispensables, y las fronteras no nos preocuparán demasiado.

Así, insiste la autora, no deberíamos ceder al holismo moral ni renunciar a la idea de florecimiento individual. Ella aprecia las posiciones biocéntricas (Paul W. Taylor, por ejemplo), y particularmente simpatiza con el consecuencialismo biocéntrico de Robin Attfield; pero cree que el biocentrismo no refleja bien la absoluta necesidad de los continuos procesos dinámicos de la naturaleza. Por eso se ha decidido a crear un neologismo: fluminismo. “El fluminismo es a los procesos interconectados lo que el biocentrismo es a la vida individual o el ecocentrismo a los ecosistemas completos. Los límites de la comunidad moral, sin embargo, se extienden más allá de la humanidad y contribuyen a la continuación de la crítica del antropocentrismo” (Ginny Battson, Love and ecology as an integrative force for good and as resistance to the commodification of nature and planetary harms: Introducing Fluminism, University of Wales Trinity Saint David 2018, p. 28).

La estética de Marta Tafalla, la ética de Ginny Battson: ambas autoras nos ofrecen caminos practicables para esa 'Nueva Cultura de la Tierra' (evoquemos el concepto bajo el cual sitúa mucho de su valioso trabajo la comisión de educación y participación de Ecologistas en Acción/ Madrid) que necesitamos gane hegemonía..., aunque hoy nos encontramos lejos de ello. Gracias a las dos.

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