El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
Hombrecillos ‘verdes’: los vegetarianos y la posibilidad de los aliens
Desde los orígenes de la ciencia ficción, la cuestión de nuestra imaginaria relación con los seres extraterrestres ha estado íntimamente ligada a la cuestión de nuestra predatoria relación con los otros seres terrestres
El primer encuentro con E. T. acabó exactamente como los vegetarianos se temían mikeshouts.com
1
El año pasado, el grupo animalista PETA trasladaba a la India una de sus performances más macabras. Sobre una mesa con mantel blanco, un cadáver humano destripado iba siendo devorado por una cuadrilla de hombrecillos grises, verdaderos gourmets que extraían los pedacitos más jugosos de hígado o intestino y comentaban las bondades del producto. “¿Qué pasaría si los aliens nos trataran como tratamos a los animales?”, rezaba el cartel, aunque el cadáver de “piel” rosada, los tenedores, la comida carnocéntrica con verduras de acompañamiento y las copas de vino no reflejaban demasiado bien a los indios ni cómo “tratan” a los animales. En una representación anterior, en Estados Unidos, el sangriento espectáculo era presentado como éticamente intachable porque la criatura masacrada era un “humano orgánico, campero”...
Desde los orígenes de la ciencia ficción, la cuestión de nuestra imaginaria relación con los seres extraterrestres ha estado íntimamente ligada a la cuestión de nuestra predatoria relación con los otros seres terrestres. Los activistas de PETA no han sido los únicos en hacerse eco de esta problemática. En Suecia se consumieron hace años varios E. T. a la barbacoa a plena luz del día; la primera vez, en un simposio sobre las relaciones entre humanos y el resto de los animales. Ya sea por la vía utópica o distópica, consciente o inconscientemente, una parte de la ficción especulativa moderna nos conduce a esta encrucijada: ¿cuál es el lugar en el universo del ser humano, un ser que mata y maltrata a otras criaturas sintientes incluso cuando sabe que no hay necesidad? ¿Cómo nos juzgaría una especie superior que descendiera de las estrellas? ¿Cómo resolverían ellos este dilema?
Algunos defensores históricos del vegetarianismo adoptaron estas perspectivas cósmicas. En España, el movimiento vegetariano de principios del siglo pasado cultivó la literatura utópica (como En el país de Macrobia, de Albano Rosell), aunque, por lo que sabemos, no se prodigó demasiado por la de ciencia ficción. Sí se aventuraba a ratos en el espiritismo, y es en esta conexión donde encontramos alusiones a otros mundos y planetas como escenario de la purificación del alma, por ejemplo, en la revista superviviente Macrocosmo (del Cenáculo el Progreso del Alma, dirigida por el sindicalista Antoni Badia). Encontramos más dispuestos a pensar en términos de aliens a los reformistas alimenticios del mundo anglosajón, especialmente durante la edad dorada de la ciencia ficción de mediados del siglo pasado. Pongamos de ejemplo el movimiento social vegano, fundado en los años cuarenta, que en sus mal comprendidos inicios se daba la mano con la medicina natural, el crudivorismo y el espiritualismo. Quien solo conozca el veganismo político-activista de las últimas décadas puede sorprenderse al saber que los orígenes del movimiento no están exentos de entusiasmo ufológico. John Heron, editor de la revista The Vegan, relata en invierno de 1954 un viaje a los Estados Unidos donde se entrevistó con el contactado George Adamski, que afirmaba haber sido abducido repetidas veces por extraterrestres de dieta vegetariana. “Amos y manipuladores del flujo incesante de las fuerzas cósmicas que interpenetran su esfera, viven perpetuamente en el momento presente, en el ‘ahora’ creativo, donde el tiempo es absorbido en la realización y expiación de la Presencia Eterna”. El redactor concluye que existen ya demasiados testimonios independientes sobre platillos volantes como para dudar de su existencia.
Adamski continuaría ganando dólares con sus relatos de “amos manipuladores” y Heron obtendría la presidencia de la Vegan Society británica. Será uno de los primeros autores del movimiento vegano en señalar los límites del bienestarismo o el utilitarismo filosófico, aunque su cosmología angélica y su tesis de que los alimentos vegetales “tienden a liberar la conciencia espiritual” (compartida por otros pioneros veganos) resuenan menos con el veganismo de décadas más recientes.
John Heron pertenecía a un grupo espiritualista llamado Kosmon Comunity, inspirado por Oahspe: A New Bible, volumen revelado a un dentista decimonónico y recordado hoy, curiosamente, por ser la primera obra conocida donde figura el término ‘star-ship' (nave espacial, en inglés). A finales de los años setenta, asumía la dirección de la Vegan Society y su revista Jack Sanderson, hombre de amplios intereses que abarcaban desde Jung y el taoísmo hasta la antroposofía y la autocuración. Como algunos de sus predecesores, Sanderson tenía un interés por comprender las magnitudes cósmicas del movimiento vegano. En un editorial de 1982 describía el avance de este movimiento como “parte de la evolución de la tierra, que es una parte necesaria de la evolución del sistema solar y, a su vez, de sistemas más allá”. Veinticinco años antes, en 1957, había escrito que los diversos mensajes extraterrestres recibidos por contactados instan a los humanos a cuidar de los otros seres de nuestro planeta, pues sólo entonces podremos recuperar nuestro “verdadero lugar dentro del gobierno de los sistemas mayores a los que pertenece el planeta Tierra, un gobierno que ya existe y que observa, con un sentido de responsabilidad, la transición de la humanidad terráquea hacia la era atómica”.
El átomo, los platillos volantes, el ultimátum a la tierra... un tufillo inequívoco a los años cincuenta. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que la idea de una utopía vegetariana depende del imaginario de una época concreta: vegetal era la dieta en el jardín del Edén, como en otras utopías religiosas de la Antigüedad. La utopía vegetariana se disfraza con unas vestimentas u otras, resurgiendo en contextos tan dispares como la Persia sasánida o la China clásica, de los primeros budistas o israelitas al milenarismo anarco-naturista de principios de siglo XX, para desembocar en los aliens “de la guarda” de cierta ala de la imaginación sci-fi. Una forma como otras de repudiar el crudo y sangriento orden establecido por los humanos, que tantos dardos recibiera del dramaturgo (y promotor del vegetarianismo) Bernard Shaw (1856-1950): “Cuanto más vivo, más me inclino a creer que esta esfera [la Tierra] es utilizada por otros planetas como un manicomio”. Planeta que en tiempos de Shaw todavía no habíamos convertido en un matadero industrial, ocupando para ello el 80% de la tierra de uso agrícola, mientras deliramos sobre la deforestación, la soja y los cumplidos que los aliens nos tienen reservados.
Sobre este blog
El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
1