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Sobre este blog

La palabra muruza es montañesa. Significa “conjunto desordenado de cosas por lo general menudas” y en particular “ingredientes”. Es una palabra que carece de vitalidad. Y no por insuficiencia propia, sino debido a la situación de diglosia o depreciación de lo propio (por lo general inducida) que padece el montañés. Lo mismo sucede con el resto de modalidades lingüísticas cántabras. Así, que las esquilas pasen a ser quisquillas cuando se cocinan, los muergos navajas, los muriones caracolillos o que no haya carne de jatu a la venta en las carnicerías son situaciones anómalas provocadas por este problema, la diglosia, cuya solución pasa por el aprecio a lo propio. Y sabido es que no se puede apreciar nada que no se conozca.

El ser humano es en lo que le rodea. La cocina es una forma de ser.

Y de estar, de ahí la expresión cultura del territorio.

Ser y estar son nuestras dos coordenadas vitales básicas. Ningún lugar mejor que éste para empezar.

Las fotografías, todas originales y en blanco y negro, propiedad del autor, aluden al texto, no necesariamente de forma explícita. La relación no es unívoca. Lo mismo sucede con los textos, de redacción fragmentada, cuya ligazón requiere del esfuerzo liviano si bien sostenido del lector. Y como en la cocina, no es obligado seguir receta alguna.

Tres palabras

Prácticas de extinción de incendios. Sin localización conocida. | MARIO CORRAL

Mario Corral García

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En esta ocasión vamos a prestar atención a tres palabras que tienen que ver con la cocina, pieza de la casa que en sus formulaciones más antiguas, o al menos las más antiguas que conocemos, se encontraba en la planta baja, nada más entrar a derecha o izquierda. Cuando la casa montañesa moderna se reformula, la cocina sube a la planta superior, reubicándose al fondo, de ahí que haya tantas casas con la parte trasera levantada, incluso más que la propia fachada, lo que en no pocas ocasiones se ha confundido con una torre adosada, sobre todo en casos de cocinas voluminosas, que procuran apartarse tanto como les es posible sin llegar a ser cocinas exentas, aunque también se da el caso (por ejemplo en Riocorvo y Sámano), para evitar incendios. Las tres palabras propuestas son cornejal, cantu y pusiega.

1. Cornejal

CornejalEsta palabra da nombre a la oquedad de la chimenea pareja al hogar donde se guarda la leña, en particular la que se utiliza para encender el fuego o avivarlo inmediatamente después de haberlo encendido. La palabra cornejal emparenta con otras europeas, como el inglés corner, “esquina”. Toda la familia procede del latín CORNU, “cuerno”, por lo curvo y los ángulos que hacen las puntas.

Hay que diferenciar lo que son préstamos lingüísticos de los cognados. El santanderino pichi, “brea”, es un préstamo del inglés pitch, con igual significado. La palabra santanderina deriva de la inglesa. En la costa oriental se dice galipó o galipote, del francés, y en la occidental chapapote, del nahua. Los préstamos se multiplican en localidades portuarias. Los cognados, por su parte, a diferencia de los préstamos, comparten origen. Pasa con cornejal y corner o con ráspanu, castellano “arándano”, e inglés raspberry, “frambuesa”, en montañés carrambuela, que a su vez es cognado del inglés cramberry, “arándano”. Para ráspanu y carrambuela desconocemos la lengua de origen, pero seguramente sea prerromana.

La relación entre cognados es entre iguales, no hay jerarquía entre ellos, pero habiendo una lengua minorizada de por medio es habitual que la palabra que ésta aporta a la relación sea considerada inferior, es decir, que sea tomada como préstamo aun sin serlo. Es una circunstancia muy negativa porque afecta precisamente a la lengua más débil, la más necesitada de consideración.

En definitiva, la genealogía de la palabra cornejal parece indicar que la leña menuda se encontraba arrinconada dentro de casa antes de disponer de un espacio propio, que es, quizá inevitablemente, a su manera también un rincón. Cosa distinta es el rimeru de leña, en el exterior u ocupando ese espacio liminal situado debajo del alero que es el goterial o las goteraas, el límite simbólico de la casa.

2. Cantu

CantuEs el nombre que recibe el calzo metálico que sujeta el recipiente puesto al fuego. Parece claro que esta palabra montañesa remite a piedra. De la piedra al elemento metálico, podría pensarse que es la progresión lógica. Pero resulta que cantu procede del latín CANTUS, “llanta de metal de la rueda del carro”, con lo que quizá antes que del cantu de piedra el cantu metálico podría proceder directamente del latín, sin paradas intermedias. Incluso se podría dar el caso de que el cantu de metal fuera más antiguo que el cantu de piedra por encontrarse aquel más cerca del étimo, de la palabra latina de origen que este.

El cantu de piedra, sea anterior al metálico o no, se relaciona semánticamente con morrillu, probable diminutivo de morru aunque también pudiera pertenecer a una antigua familia compuesta por muriazu, “montón de piedra”, moruguetu, “montón de tierra”, y muruza, “conjunto desordenado de cosas sin importancia”, todas y otras más enhebradas por la raíz MOR-, “piedra, mejor si amontonada”, prerromana.

Las piedras también se utilizaban dentro del ámbito de la cocina para, incandescentes, hervir líquidos en recipientes de madera. O incluso cuando los recipientes pasaron a ser metálicos para aportar un determinado sabor muy apreciado a la leche que todavía es posible rastrearse, por ejemplo, en la cuajada.

3. Pusiega

Un elemento fundamental de las antiguas cocinas era la pusiega, conjunto de tres piedras, dos perpendiculares a la pared y la tercera, larga, en paralelo, que además de como soporte servía para domeñar las llamas y encauzar el humo cuando no había chimenea y este escapaba por entre las tejas.

La palabra pusiega pertenece a la familia del verbo “posar”, lo mismo que posaoriu, “lugar de descanso o reposo”. En la actualidad cocinas de este tipo apenas hay, de hecho la piedra larga es frecuente encontrarla reutilizada como poyu o asiento corrido dispuesto a la entrada de las viviendas.

Pero la palabra no se ha perdido. Y no lo ha hecho porque ha pasado a denominar la repisa que recorre el perfil de la campana de la chimenea. La pusiega es hoy esa baldita donde se posa el reloj de escritorio o chimenea, fotos o cualquier otro objeto decorativo de pequeño tamaño. Las adaptaciones, lejos de pervertir la lengua, lejos de suponer una afrenta, son un síntoma de salud, pues las palabras solo son capaces de adaptarse cuando están vivas. Y éste ha sido el caso. Como en la naturaleza, lo que no muta, muere.

Sobre este blog

La palabra muruza es montañesa. Significa “conjunto desordenado de cosas por lo general menudas” y en particular “ingredientes”. Es una palabra que carece de vitalidad. Y no por insuficiencia propia, sino debido a la situación de diglosia o depreciación de lo propio (por lo general inducida) que padece el montañés. Lo mismo sucede con el resto de modalidades lingüísticas cántabras. Así, que las esquilas pasen a ser quisquillas cuando se cocinan, los muergos navajas, los muriones caracolillos o que no haya carne de jatu a la venta en las carnicerías son situaciones anómalas provocadas por este problema, la diglosia, cuya solución pasa por el aprecio a lo propio. Y sabido es que no se puede apreciar nada que no se conozca.

El ser humano es en lo que le rodea. La cocina es una forma de ser.

Y de estar, de ahí la expresión cultura del territorio.

Ser y estar son nuestras dos coordenadas vitales básicas. Ningún lugar mejor que éste para empezar.

Las fotografías, todas originales y en blanco y negro, propiedad del autor, aluden al texto, no necesariamente de forma explícita. La relación no es unívoca. Lo mismo sucede con los textos, de redacción fragmentada, cuya ligazón requiere del esfuerzo liviano si bien sostenido del lector. Y como en la cocina, no es obligado seguir receta alguna.

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