José Miguel Viñas, físico y meteorólogo: “La riada de Yebra y Almoguera de 1995 no la causó una DANA”
Una tormenta de verano, con lluvia y granizo o crecidas súbitas en caudales de agua habitualmente secos durante la época estival. Fueron los ingredientes de aquella tarde del 9 de agosto de 1995 en Yebra y en Almoguera. En el primero de estos dos pueblos del sur de la provincia de Guadalajara murieron 10 personas debido a una trágica riada.
Este tipo de episodios meteorológicos no son raros en esta época del año y en esta parte del país. “Fue una tormenta de las que se producen en verano en toda Castilla-La Mancha, una zona interior de la península ibérica, donde en ocasiones resultan ser catastróficas”, explica José Miguel Viñas, físico vinculado a Meteored.
Pueden convertirse en devastadoras por un lado, porque el verano es una época favorable para las situaciones tormentosas. “Es más probable que ocurra en agosto. Lo de julio de este año ha sido muy raro y puede estar vinculado a un marco climático nuevo”, comenta el experto.
Por otro lado, la mayoría de los municipios están junto a un río o un arroyo. “En verano, los pequeños arroyos en Castilla-La Mancha están secos. Cuando descarga una tormenta como aquella, se produce un aumento súbito del caudal y ahí vienen los problemas”, advierte.
Aquella riada se produjo el mismo año en el que el físico se ‘estrenaba’ en los medios de comunicación con una beca en Antena 3, en el área de Meteorología. Pero José Miguel Viñas dice recordar de forma más nítida, no esta sino otra tragedia el año siguiente, en Biescas (Huesca). Allí otra inundación arrasó un camping causando 87 muertos y cerca de doscientos heridos. “Fue más mediática por su magnitud”, reconoce.
Viñas dice que el hecho de que pudiera ocurrir algo así entonces “no era tan evidente, aunque hubiera signos del calentamiento global”. La tecnología de monitorización meteorológica en 1995 no puede compararse con la actual, pero se sabe que en el sur de la provincia de Guadalajara cayeron unos 60 litros por metro cuadrado en poco más de una hora. “En Yebra no había estación meteorológica, pero lo sabemos por las estaciones cercanas. Eso en meteorología es lluvia torrencial”.
Fue nefasto, dice, “en un terreno seco e impermeable, donde el agua no tiene capaz de filtrarse y la escorrentía que se produce es muy grande. Es lo que ocurrió allí”. Es algo que también se reflejó en el caudal del río Tajo que discurre por esta parte de la provincia. Según los datos de la Confederación Hidrográfica del Tajo que detalla Meteored, el río experimentó una subida de nivel de hasta cuatro metros. El caudal pasó de 16 a 130 metros cúbicos por segundo.
“Este tipo de tormentas son locales, pero son muchos metros cúbicos de agua en poco tiempo que han de escapar por algún lado, ya sean barrancos o cauces de los ríos o arroyos”, explica, y al final el agua corre por todas partes. “Lo conocemos como inundación relámpago, aunque es más característica del Mediterráneo y la vemos más en otoño, en zonas con pendiente”.
Tres décadas después, cada vez escuchamos más el término DANA, las siglas de Depresión Aislada en Niveles Altos. Nos advierte de la llegada de un fenómeno meteorológico que traerá fuertes lluvias, viento y, quizá, inundaciones. Pero, aclara el meteorólogo, “lo que ocurrió en Yebra y en Almoguera en 1995 no fue una DANA. Fue una situación de inestabilidad atmosférica, una vaguada de aire frío que no llegó a cerrarse. Si lo hubiera hecho, hablaríamos técnicamente de DANA y no solo habría afectado a esta zona, sino a otros lugares de la península porque su extensión suele ser mayor. Aquello fue una tormenta a escala local”.
¿Podría volver a repetirse?, preguntamos. “Por supuesto. Hay zonas especialmente vulnerables, pero como decía antes, en el interior peninsular, que se caldea mucho en verano, las tormentas de verano, aunque no se trate de zonas de montaña, pueden tener estos resultados”.
El físico destaca “la rapidez” con la que ahora se producen este tipo de fenómenos extremos. “La idea a transmitir es que el calentamiento global no provoca necesariamente más tormentas, pero en aquellas situaciones favorables para que se produzcan, se originarán episodios cada vez más intensos y violentos. Lo venimos viendo desde hace años: siempre ha habido tormentas en verano, pero la magnitud ha dado un salto”.
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