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Un pueblo en el corazón de la España Vaciada rememora un pasado de esplendor con la Feria del Tratante

Imagen del pueblo en a principios del XX

Pilar Virtudes

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Revivir un pasado de esplendor, traer al presente unos siglo XIX y XX donde un pueblo de la hoy España Vaciada, Maranchón en Guadalajara, llegó a tener 3000 habitantes en 1910 cuando hoy apenas llega a los 200, y un rico comercio gracias a la actividad de la muletería es el objetivo de la II Feria del Tratante que se celebra ente fin de semana en esta localidad enclavada en una de las comarcas con menor densidad de población de España.

Es difícil entender lo que se rememora en esta localidad de la comarca de Molina de Aragón, con inviernos muy fríos y suaves veranos, si no se conoce un pasado floreciente que ha dejado en la localidad huella en sus calles, en sus casas señoriales, incluso en su forma de ser, personas emprendedoras, valientes y locuaces, como lo eran los tratantes de ganado equino y especialmente de mulas que recorrieron los caminos de toda España llegando incluso a exportar animales a Francia y Alemania durante la II Guerra Mundial.

Según cuenta a Agroalimentaria Pilar San Miguel, secretaria de la Asociación La Migaña, promotora de ese acontecimiento, la idea surgió buscando una acontecimiento turístico distinto que atrajese visitantes al pueblo y, puesto que en muchas localidad de la comarca ya se celebraban ferias medievales, pensaron en organizar aquello que a lo largo de los últimos dos siglos dio carácter a este pueblo. “Esta feria quiere rememorar la actividad que le dio carácter al pueblo y conocimiento fuera de la zona, los tratantes maranchoneros, los muleteros o los tratantes de mulas, desde finales del siglo XVIII, aunque ya más en XIX”.

Especializarse en este comercio llegó por necesidad. “En principio, los tratantes marachoneros comerciaban sobre todo con cerones (cera de las colmenas) porque en la localidad había muchos lagares cera pero luego vieron que el tema del ganado era muy interesante”.

En esto tiene mucho que ver el lugar que ocupa Maranchón en la península. “Como Maranchón está en una zona a mitad de camino entre Madrid y Zaragoza hay mucha comunicación con Aragón y se puede acceder al Pirineo y a Huesca, y en la zona de pasto de los Pirineos criaban muchas mulas y esas mulas eran las mejores de España, los maranchoneros vieron que había una gran demanda de ganado mular, empezaron a trabajar la mula, a llevarla a los mercados de ganado de la zona, a Aragón primero, luego a los mercados de Castilla-La Mancha, a Extremadura y a Andalucía”.

Criar mulas tenía también su secreto, ya que las mulas eran un cruce entre un caballo y una burra o entre una yegua y un burro y solían ser estériles. En aquel momento para los trabajos del campo se buscaban estos animales híbridos porque eran más útiles para los trabajadores.

“El siglo XIX fue el del apogeo, había muchísimos tratantes marachoneros, la gente empezó a aprender el oficio, primero iban con otros grandes tratantes comprando y vendiendo mulas, y fueron aprendiendo el oficio y luego se ponían por su cuenta. Luego se repartían el territorio”, explica Pilar San Miguel.

Eran hombres emprendedores, locuaces y valientes ya que tenían que recorrer toda la península, a caballo o normalmente en tren, de posada en posada, de mercado en mercado, con mucho dinero en la faltriquera, con los peligros que suponía entonces. “Era una forma de vida dura, había que ser bastante valiente para ir por esos caminos, llegar a los sitios, sano y salvo y sin que te hubieron robado por el camino, eran grandes emprendedores”.

Llego a haber entre 15 y 20 familias maranchoneras que se dedicaban el trato de mulas, estos eran los tratantes principales, pero cada uno de ellos llevaba una corte de asistentes y criados que trabajaban con ellos, prácticamente todo el pueblo trabajaba en esta actividad comercial. “Algunos eran los tratantes, lo que llevaba a cabo el comercio, y otros eran los mozos que iban con ellos.  Iban por los caminos, otros iban en trenes, debían tener grandes cuadras en las zonas donde había grandes mercados para recriar las mulas, si las traían muy jovencitas pasaban seis meses en esas cuadras, las mantenían hasta que llegara la feria de esa zona. Debían tener una infraestructura muy potente y mucha gente trabajando en eso”, señala Pilar San Miguel.

Los hombres de Maranchón que se dedicaban a esta actividad pasaban mucho tiempo fuera del pueblo, nueve meses al año. “Se iban larguísimas temporadas, se escribían con sus familias, por eso aquí lo que había era un matriarcado, eran las mujeres las que criaban a los hijos. Se relacionaban por carta, se escribían y se contaban ”mira ya ha nacido el pequeño, o tu madre estaba enferma“, se informaban de todo por carta, ya que ellos venían muy poco, el tiempo para venir de Extremadura a Maranchón eran muchos días, luego con al ferrocarril mejoraron los desplazamientos”.

“Palabra de maranchonero”

Los tratantes maranchoneros eran famosos por su honestidad y su seriedad, incluso porque se adaptaban al comprador y daban facilidad para el pago, llego incluso a fraguarse una frase que daba idea de su honestidad “palabra de maranchonero”, que era como decir “palabra de ley”. Su fama era tal que hasta Pérez Galdós los mencionaba en sus crónicas: “Por su continua movilidad, por su  hábito mercantil y su conocimiento de tan distintas regiones, son una familia, por no decir raza, muy despierta, y tan ágil de pensamiento como de músculos. Alegran a los pueblos y los sacan de su somnolencia, soliviantan a las muchachas, dan vida a los negocios y propagan las fórmulas del crédito: es costumbre en ellos vender al fiado las mulas, sin más requisito que un pagaré cuya cobranza se hace después en estipuladas fechas; traen las noticias antes que los ordinarios, y son los que difunden por Castilla los dichos y modismos nuevos de origen matritense o andaluz”.

Pilar San Miguel cuenta que los tratantes maranchoneros “especializaban a los animales según la agricultura de la zona y daban muchas facilidades de pago, los tratos se firmaban con apretones de manos, y se hacía un documento manuscrito donde ponía ‘se va a cobrar  las 8000 pesetas en 10 plazos e irán cada año cuando se cobrara la cosecha’, se daban facilidades para el agricultor, hacían una especie de préstamo anticipado y solían cobrar sin problemas”.

Incluso llegaron a desarrollar un lenguaje propio, una forma de entender que en algunos casos consistían en cambiar el orden de las sílabas en las palabras y en otros casos utilizar una códigos que sólo entendían ellos: “Por ejemplo, si querían decir que la mula valía 17.000 pesetas, decían un San Pascual que es el patrón del pueblo, el 17 de mayo, y si querían decir que la mula era buena, decía ‘es del Vadillo’ que es la mejor zonas de tierras del pueblo”, señala Pilar San Miguel.

También tenían su vestimenta propia. “El muletero principal iba siempre bien vestido, con chaqueta y su chaleco de pelo de cabra, su botones de nácar y encima llevaban un blusón largo para no mancharse, por dentro llevaban la faltriquera para meter el dinero. El blusón le llegaba hasta la rodilla y también les protegían para que no les robasen el dinero, tenían incluso bolsillo falsos en estos los blusones”.

El comercio fue también dando esplendor y dama a muchos de ellos. “Algunos tratantes y empezaron a crecer muchísimo. Había un tal Benigno Bueno que fue de todos los tratantes más importante a finales del siglo XIX y principios del XX, una personas muy conocida en Madrid que vendían las caballerías al Ayuntamiento de Madrid incluso a la Casa Real. Incluso tuvo la inteligencia de exportar muchas mulas en la I Guerra Mundial a Francia y a Alemania, y sin saber idiomas, se entrevistó con gente del Gobierno Francés y le vendieron miles de mulas, como no había tantas en España, las traían de Argentina”.

Un pueblo rico y floreciente

Todo esto hizo que Maranchón fuese un pueblo floreciente porque el dinero que ganaban los tratantes lo invertían en el pueblo. Según Pilar San Miguel, Benigno Bueno trajo muchos negocios, como la fábrica de harina a Maranchón en 1910 y con ella trajo la instalación eléctrica del pueblo, y otras pequeños negocios“.

Había buenas casas, con jardines, algunos con especies de plantas tropicales traídas de América, varias carnicerías, incluso alguna pescadería, varios ultramarinos, comercios de telas, tanto que de todos los pueblos de la zona iban a comprar a Maranchón.

Todo esto también impulsó la educación. “La gente también era culta porque sabían que tenía que saber mucho de cuentas para que no les engañaran, algunos incluso aprendían idiomas si tenían que llevar algo a Francia, y se formaban, En su día, si había 3000 habitantes a principios del siglo XX había cinco escuelas, varias privadas y alguna pública, las niñas también se escolarizaban. Cuando ya los padres eran pudientes, enviaban a los hijos a la universidad”.

Todo esto le ha dado carácter al pueblo, ha conformado un trazado de calles con casas señoriales, “porque en los pueblos de alrededor no tiene nada que ver la arquitectura urbana, se hizo una plaza de toros de obras, hay una iglesia y una ermita de alto valor arquitectónicos, hay una torre del reloj, con el reloj singular, y hay una alameda en el centro del pueblo, era una zona de abrevadero de mulcas y se hizo una alameda, que es la zona más bonita del pueblo y algunos la llama los Campos Elíseos”, cuenta Pilar San Miguel

Actividades de la feria

Para recrear todo ello, entre el sábado y el domingo se ha preparado un importante programa de actos para una feria que tiene vocación de permanecer y  celebrarse anualmente. Conferencias, exposiciones, música, gastronomía, juegos y recreaciones de lo que era un trato entre muleteros.

Empieza el sábado 9 con una jornada de conferencias con las exposiciones de Tomás Gismera historiador de Guadalajara que ha escrito libros sobre los muleteros de Maranchón, Bartolomé Díaz, cronista oficial de Campanario en Badajoz, pueblo donde también había muleteros y Javier Tabernero, nieto del famoso tratante de Benigno Bueno.

Entre lo más destacado la Exposición Etnográfica que se ha preparado en el Centro Polivalente integrada por piezas relacionadas con los oficios, tareas, indumentarias, costumbres y ritos religiosos. Herramientas, mobiliario, vestidos, documentos, fotografías, libros, revistas y otros elementos relacionados con la actividad de los tratantes y su evolución, pero también otros objetos que ayudan a explicar la forma de vida a finales del siglo XIX y que han sido donadas por los maranchoneros. La intención, además, es que este sea el germen del museo de la muletería permanente de la localidad.

Uno de los platos fuertes será la representación en la Plaza de Maranchón de un trato de compra-venta de mulas con los atuendos típicos y en la jerga de los muleteros.

También se ha preparado una exposición de fotografía de época sobre todo lo que tenga que ver con la muletearía y demostraciones de trilla, aparejado y técnicas para el adorno de las mulas, que también era muy típico en la época.

Mercados de artesanía y de alimentos principalmente de Guadalajara y zonas limítrofes de Soria y Teruel, y feria gastronómica, además de las actividades para los niños con talleres relacionados con ganado equino y una granja, y un tren turístico para recorrer los distintos monumentos y jardines de la localidad y actuaciones musicales de música popular, entre ellas del grupo vallisoletano Mayalde, conforman también la oferta más lúdica del fin de semana.

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