El presidente de la Generalitat, Artur Mas, y el consejero de Economía,, Andreu Mas-Colell, han viajado a menudo a Europa per explicar las aspiraciones que, a su entender, tiene Cataluña. En estos viajes se quejaban del ahogo económico del que acusan a Madrid pero nunca hicieron el más mínimo comentario crítico hacia la política de austeridad que Bruselas, por órdenes de Berlín, impone al conjunto europeo, incluida la España a la cual pertenece, de momento, Cataluña.
Madrid era el malo de la película y Bruselas el bueno en cuyo brazo llorábamos nuestra frustración. Solo en una ocasión pareció que por entre el poblado bigote del consejero económico se filtraban algunas palabras de denuncia contra la austeridad impuesta por el Consejo Europeo. Pero, como en un espejismo, nunca más se volvieron a escuchar aquellas críticas en boca del consejero o algún miembro del catalán y de los partidos que lo apoyan.
Cataluña quería ser un nuevo estado europeo y no era cuestión de criticar a la Europa que debería salvarnos de las zarpas madrileñas.
Estos días llegan voces desde Europa que, desagradecidas, ponen palos a las ruedas de la vía catalana hacia la construcción de ese nuevo estado catalán dentro de la Unión Europea. Dicen un buen número de portavoces de la Comisión que si Cataluña se declara independiente saldrá inmediatamente de la Unión Europea.
Es decir, que seremos un Estado pero no de la Unión Europea. Un Estado a secas. Dentro de Europa, eso sí. Que la geografía no la puede cambiar ni Angela Merkel. Los de la CUP, contentos. Los de CiU, no. Y los de ERC, no sabría qué deciros.
Pertenecer a una Europa que aplica una política de austeridad que permita a Angela Merkel continuar cuatro años más de canciller a la vez que se dispara el paro, la pobreza, la miseria y la pérdida de derechos sociales en el conjunto de la Unión, no es un futuro especialmente halagüeño.
Los catalanes han descubierto que Europa no los ama. Sabíamos, pero callábamos, que gran parte de los recortes sociales que han destrozado Cataluña durante los últimos años tenían su causa no en Madrid sino en Bruselas. El Gobierno de Rajoy también ha hecho su evidente aportación, no hay que insistir en ello.
Si convergentes y republicanos aman de verdad a los catalanes, en la próxima Via Catalana o manifestación multitudinaria a la que se apunten (¿Por fin de año? ¿Por san Jordi?) convendría que recortasen el eslogan y lo dejasen en un escueto: “Cataluña, nuevo Estado”.
¡Y de Europa ya hablaremos en su momento!