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Salvador Illa abre una nueva etapa en el PSC con la misión de romper el bloque independentista

Salvador Illa mira la libreta que le enseña Miquel Iceta en una reunión del pasado octubre.

Arturo Puente

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En política no son infrecuentes las derrotas que acaban dando grandes frutos y las victorias que tienen consecuencias negativas. Algunos miembros de ERC se referían a esta paradoja hablando de la victoria de Salvador Illa en las elecciones catalanas, admitiendo que su partido, en un escenario remoto y ante las dificultades de la negociación con Junts, podría haber llegado a pactar el Govern con un PSC en minoría. Pero nunca podría hacer una coalición con unos socialistas victoriosos y que solo podían conformarse con la presidencia del Govern. Nunca, al menos, mientras el independentismo tenga una mayoría articulable.

Salvador Illa ganó por 50.000 votos las pasadas elecciones y confirmó que el socialismo catalán no solo había superado la crisis de la pasada década sino que estaba en plena forma para convertirse en “el primer partido de Catalunya”, tal como le gustaba decir a Miquel Iceta. Unas siglas capaces de ganar las elecciones municipales, generales y autonómicas pero a las que por el momento se les escapa el Govern debido a una aritmética dominada por los independentistas, que, pese a la guerra interna sin tregua que sostienen desde hace cuatro años, continúan siendo mayoritarios en el Parlament.

Es por esto que casi desde el día siguiente a su victoria electoral, Salvador Illa se ha marcado como principal tarea dividir al independentismo. Para hacerlo el socialista no ha tenido empacho en utilizar la crítica parlamentaria, a veces muy dura, pero también y sobre todo el acuerdo y la mano tendida. Illa se ha ofrecido a aprobar los presupuestos de la Generalitat cuando las negociaciones con la CUP iban a la deriva, en un gesto inusual para un líder de la oposición. De la misma forma ha propuesto acuerdos para renovar las instituciones que requieren de mayorías reforzadas en el Parlament, como la corporación de TV3 y Catalunya Ràdio, el Síndic de Greuges o el Consejo de Garantías.

Este fin de semana Iceta le pasará oficialmente el volante del PSC a Illa, en un congreso extraordinario en el que el exministro de Sanidad renovará la cúpula con su propio equipo. No es ni mucho menos un cambio radical, de hecho Illa fue la mano derecha de Iceta en la formación durante el final de su mandato. Pero el nuevo jefe socialista sí quiere imprimir un sello personal en la nueva Ejecutiva, en la que estará el diputado Ferran Pedret con la cartera de Autogobierno, la alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet, Núria Parlon, con la de Seguridad, Francesc Trillas en Economía y el secretario general del Ministerio de Industria, Raúl Blanco, también como encargado de la cuestión industrial en su partido.

Illa además coloca a su predecesor Iceta en la presidencia del partido, un cargo más honorífico que ejecutivo, pero no descabalga a la que lo era hasta ahora, la alcaldesa de L'Hospitalet y presidenta de la Diputación de Barcelona, Núria Marín, para quien deja la vicepresidencia. El nuevo líder se siente fuerte como para no apartar a la alcaldesa pese a estar imputada en un caso de supuesta corrupción y, a la vez, confecciona una ejecutiva que mezcla lo viejo con lo nuevo, con apuestas como una poco conocida Elia Tortolero como nueva portavoz.

Donde no hay atisbo de ruptura con la etapa anterior es en la estrategia. Illa continuará y perseverará en la necesidad de romper el bloque independentista, pues es la única forma de poder llegar al Govern. El congreso tiene como lema un explícito “Gobernar Catalunya, ¡vamos!”, que deja claras las intenciones del partido de salir de la oposición. Más complicado es saber si en los planes del exministro está cruzar la puerta del Palau de la mano de ERC o de Junts. Con ambos partidos el socialista tiene fuertes diferencias, de sobra conocidas, pero también él mismo se ha encargado de subrayar las similitudes durante sus cerca de 10 meses en el Parlament.

El PSC, de hecho, ha jugado al despiste a la hora de mostrar si está más cerca de uno o de otro, tratando de provocar los celos de ambos miembros de la mal avenida pareja del Govern. A los de Illa no les costó demasiado ponerse de acuerdo con el vicepresisident Jordi Puigneró, de Junts, sobre la ampliación del aeropuerto de El Prat y están en la misma línea en materia industrial y empresarial, hasta el punto de que gobiernan juntos en la Diputación de Barcelona. Pero con ERC Illa exhibe los grandes acuerdos a los que su partido suele llegar en Madrid, donde prácticamente toda la labor legislativa del Gobierno está saliendo adelante con los republicanos, incluyendo los dos últimos presupuestos.

Eso no implica que Illa esté ejerciendo una oposición blanda en las formas. El socialista ha tenido momentos de enfrentamiento muy duro con Aragonès, a quien le llegó a decir en septiembre pasado: “Usted es una buena persona, pero su Govern no funciona”. Y tampoco el nuevo líder del PSC tiene previsto bajar la beligerancia contra el independentismo como proyecto, del que denuncia habitualmente que “deja a media Catalunya fuera”, que es perjudicial social y económicamente y que es lo último que necesitan los catalanes.

Si el objetivo es que el bloque independentista se rompa y que ERC y Junts se muestren incapaces de seguir gobernando juntos, Illa sabe que deberá acabar cogiendo la mano de uno de los dos para arrastrarlo hacia él. Pero, a la vez, es consciente de los peligros de acercarse demasiado a los independentistas. Entre los años 2017 y 2021 el PSC subió 10 puntos en voto que provienen casi por completo del batacazo de Ciudadanos. Son, por tanto, unos votantes que ya se han mostrado capaces de votar lo más alejado posible a las posiciones secesionistas.

Su formación en filosofía le será más necesaria que nunca a Salvador Illa para descifrar cómo hacer el equilibrio perfecto entre romper el independentismo seduciendo a una de sus partes sin perder el voto de quienes ni siquiera se sienten cómodos bajo la bandera del catalanismo.

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