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Carmen Alborch, activista del optimismo y promotora de la modernidad

Carmen Alborch recoge la medalla de la Universitat de València

Carlos Navarro Castelló / Adolf Beltran

Valencia —

“El feminismo, como ha mejorado la calidad de vida de todos los ciudadanos y ciudadanas, debería ser declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad”. Estas palabras resumen a la perfección la forma de ver la vida y de hacer política de una de las figuras más relevantes de la sociedad valenciana de las últimas décadas.

Las pronunció Carmen Alborch con un hilo de voz hace apenas unas semanas, en su última aparición pública, al recoger la Alta Distinción de la Generalitat Valenciana de manos del presidente del Consell, Ximo Puig, y del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con motivo de la festividad del 9 d'Octubre, día de la Comunitat Valenciana.

Nacida en 1947 en Castelló de Rugat (Valencia), Alborch fue profesora de Derecho Mercantil y la primera decana de la Facultad de Derecho de Valencia. También fue la directora del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) que inuguró el que llaegaría a convertirse en uno de los museos más dinámicos del final del siglo XX. Desde ese puesto construyó una imagen de referencia en el mundo cultural. A lo largo de su trayectoria política y profesional, siempre se significó por su defensa de la cultura, el feminismo y la igualdad. Y por su alegre predisposición.

Tras su paso por la IVAM, fue nombrada ministra de Cultura con Felipe González, cargo que desempeñó entre 1993 y 1996. Posteriormente fue diputada del grupo socialista durante tres legislaturas y también senadora.

Tras su paso por la política española, volvió a València, para disputarle la alcaldía a Rita Barberá en el año 2007. Alborch no logró vencer, pero permaneció hasta 2011 como portavoz del grupo municipal socialista en el Ayuntamiento de València, un periodo en el que destacó por su defensa del barrio de El Cabanyal frente al proyecto de Barberá de prolongar la avenida Blasco Ibáñez a través del barrio.

De hecho, su mediación fue decisiva para paralizar cautelarmente los derribos previstos, lo que finalmente derivó en una orden ministerial de otra ministra de Cultura de un Gobierno socialista, en este caso el de José Luis Rodríguez Zapatero, Ángeles González-Sinde, que frenó definitivamente el plan y supuso para los vecinos la salvación del barrio.

En su currículum figuran numerosas distinciones por su lucha por la igualdad, como el Premio de Mujeres Progresistas, el Premio Meridiana de la Junta de Andalucía, el Premio Rosa Manzano 2007 o el Premio Gabriela Sánchez Aranda 2009.

Si la su activismo a favor de la modernidad artística y cultural la situó en el centro de muchas iniciativas y convocatorias desde antes incluso de dirigir el IVAM de los primeros tiempos (fue directora general de Cultura con Ciprià Ciscar como conseller en los primeros gobienrnos de Joan Lerma), nunca perdió su contacto con el mundo universitario.

Por eso, el pasado año pasado recibió la Medalla de la Universitat de València, su universidad, en el transcurso de un acto celebrado al paraninfo del edificio histórico de La Nau, donde se mostró “cada día más convencida de que el profundo secreto de la alegría es la resistencia”.

De talante optimista, Alborch publicó varios libros en los que desarrolló sus ideas y experiencias sobre las relaciones humanas desde el punto de vista de las mujeres. Solas: gozos y sombras de una manera de vivir (1999), Malas. rivalidad y complicidad entre mujeres (2002) y Libres: ciudadanas del mundo (2004) forman una trilogía que complementó posteriormente con dos títulos más memorialísticos y autobiográficos, como La ciudad y la vida (2009) y Los placeres de la edad (2014).

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