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“No hay un mito tan grande en la historia de la ciudad de Valencia como el que la vincula a Roma”

Josep Vicent Boira.

Adolf Beltran

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Tiene un cargo aparentemente técnico ajeno a su formación humanística, el de Comisionado del Gobierno para el Corredor Mediterráneo. Sin embargo, la condición de geógrafo de Josep Vicent Boira y su acercamiento profesional al territorio lo han llevado precisamente a esa responsabilidad en el desarrollo del eje ferroviario hacia Europa. La misma condición de este profesor de la Universitat de València, nacido en el barrio de El Cabanyal-Canyamelar de la ciudad en 1963, explica su interés por dos temas, Roma y la Corona de Aragón, que vincula en su libro Roma i nosaltres. La presencia de valencians, catalans, balears i aragonesos a la Ciutat Eterna (Pòrtic Edicions).

Boira es un intelectual valencianista de vocación cosmopolita que invita con su trabajo, mitad ensayo mitad guía de viaje, a descubrir la proyección valenciana en Italia y las huellas de una relación cultural e histórica que una concepción reduccionista de España ha ocultado o tergiversado durante mucho tiempo.

Su libro parte de un enfoque singular, el de la presencia de valencianos, catalanes, baleares y aragoneses en Roma, y de dos anécdotas muy jugosas sobre la ignorancia a la que ha sido sometida desde una determinada visión de España la proyección histórica de la Corona de Aragón. En una de las anécdotas, una traducción de un libro de Benedetto Croce convierte las barras rojas, o los palos rojos, de Aragón en unas “rosas pálidas”. En la otra, la viuda de Alfonso XIII afirma en una carta que el rey ha sido enterrado en la iglesia de nuestra señora de Montserrat, donde reposan, dice, dos “papas españoles”, Inocencio III y Alejandro VI, cuando se trata en realidad de los papas valencianos Calixto III y Alejandro VI….

Intento devolver la memoria a las calles de Roma, concretamente la memoria de la Corona de Aragón, que jugó allí un papel muy grande, y depurar en cierta medida la idea de la españolidad en Roma. A lo largo de todo el siglo XX, la presencia española en Roma ha ido reduciendo su alcance hasta identificarse con la presencia castellana. Pero en realidad, si se examina la presencia hispánica en Roma, se trata abrumadoramente de una presencia de la Corona de Aragón.

Eso tiene que ver con la política, ¿no? Estas interpretaciones no son nunca inocentes.

Es una interpretación, efectivamente. Cuando un libro oculta -porque se ha producido una ocultación- la presencia relevante de algunos episodios o protagonistas históricos en la evolución de Roma es porque hay una intento de simplificar al máximo el concepto de identidad, de españolidad.

Usted no aborda la presencia de valencianos, catalanes y baleares en Roma sino también de aragoneses, del conjunto de la antigua Corona de Aragón. ¿Por qué motivo?

Hay un episodio relacionado con la iglesia y el hospital de Santa María de Montserrat. Durante muchos años, en el siglo XVII incluso, la Virgen de Montserrat es la patrona de los reinos de la Corona de Aragón. A su vez cada reino tiene la suya propia, pero como tal, la de Montserrat englobaba al conjunto. En Madrid había también un hospital de la Corona de Aragón con el nombre de Santa María de Montserrat. La manera de organizar la cofradía o el gobierno del hospital de Santa María de Montserrat, cuya iglesia todavía existe en Roma, era equilibrada e igualitaria y reflejaba algo más que una acumulación de personas y personajes sin un vínculo.

De hecho, en el libro defiende explícitamente el de la Corona de Aragón como un modelo para organizar la convivencia que todavía es válido, en una línea que recuerda, por ejemplo, a Ernest Lluch.

Efectivamente, digamos que, pese a que el libro no tiene una finalidad política, sí que es verdad que ofrece una cierta reflexión política sobre la manera de organizar la convivencia. Hay modelos que se han descartado demasiado rápidamente, por ejemplo el de la Corona de Aragón, que por cierto, como explico en el libro, es el modelo sobre el que se sustentó el imperio español. Algunos que defienden ahora el imperio no saben que están defendiendo, no la forma tradicional de organizar la convivencia de los reinos de Castilla, sino de los reinos de Aragón. La idea de que podían convivir bajo un mismo soberano diferentes territorios con constituciones diferentes y leyes propias, incluso con lenguas diferentes, con una concepción paritaria e igualitaria, es una concepción cuasi federal.

¿Hablamos de un modelo en el que se pueda inspirar un federalismo en la actualidad?

Es difícil hacer esta aplicación a los siglos medievales y modernos de una teoría política actual. Pero es evidente que la idea de una organización igualitaria, de una cooperación en la política exterior, en los hospicios, en la ayuda, en la política comercial, refleja una forma de organizar el territorio que no se ha dado en el Estado español desde el siglo XIX.

Para su acercamiento a la presencia en Roma toma como base el libro de Elías Tormo. ¿Por qué?

Elías Tormo es uno de los valencianos olvidados. Hay una serie de valencianos, de personajes, de homenots-¿por qué no decirlo así?- que por su ideología o su carácter, porque no coincidían en los años sesenta y setenta con una determinada orientación, fueron abandonados. Y algunos han sido recuperados después, pero otros no. Elias Tormo es un conservador, incluso un hombre del régimen. La carta que le envía a Franco proponiendo a Barcelona como capital es genial…

No deja de ser excéntrico escribirle al dictador para decirle, más o menos: “Soy de los suyos, pero la solución de España es poner la capital en Barcelona”. Supongo que Franco se quedaría perplejo.

De todas maneras, no lo mandó fusilar. Elías Tormo fue un hombre claramente conservador, pero su sensibilidad, en plena Guerra Civil, mientras estaba exiliado en Roma y no podía volver a España, le llevó a escribir un libro muy atento a las diferencias y a la pluralidad. Siempre que habla de los monumentos de españoles, especifica si son de la corona de Castilla o de la Corona de Aragón. Y no lo hace porque tenga una ideología sino porque lo vive así y, además, es la única manera de entender la presencia hispánica en Roma.

La referencia a Roma es interesada, porque los valencianos ocupamos uno de los momentos centrales, privilegiados de su historia, con los papas Borja. Pero la relación viene de más antiguo, a partir de aquella leyenda de que Valencia era Roma y Roma era Valencia…

Desde Pere Antoni Beuter, prácticamente, desde el siglo XVI, hay una conciencia de la relación específica entre Valencia y Roma. Y aunque es una leyenda, la idea de que la ciudad de Valencia se llamara Roma hasta que llegaron los romanos y le cambiaron el nombre porque no podía haber dos Romas en el mundo, revela esa relación específica que llega hasta Azorín, cuando escribe sobre la romanidad de Valencia. Creo que no hay un mito tan grande en la historia de la ciudad de Valencia como el que la vincula a Roma. “Valencia, la pequeña Roma”, es una de las expresiones que también se solían utilizar.

Excepto en el caso de Vicente Blasco Ibáñez, que describía Valencia como una nueva Atenas del Mediterráneo. ¿No es curioso?

Sí que es curioso. Creo que la idea de Atenas como una ciudad democrática es la que inspiraba a Blasco. La de Roma es una explicación más cultural.

¿A Blasco le podía en eso más la ideología que la cultura?

Así era en este caso.

La presencia valenciana, con la era de los Borja, es la más relevante, en el conjunto de las relaciones de la Corona de Aragón con Roma. Coincidió con un momento de gran influencia de Roma en el mundo.

Tan importantes como los papas Borja fueron Alfons el Magnànim y Fernando el Católico, o Fernando II de Aragón. Los dos mantuvieron una política específica para Italia. De alguna manera, había un reparto de papeles que los historiadores intentan precisar, consistente en que Italia era para los aragoneses y Granada y posteriormente América, para los castellanos. Esta política se refleja en los monumentos. El tempietto de Bramante, por ejemplo, que está lleno de escudos de Isabel y de Fernando, en realidad debería tener solo los escudos de Fernando de Aragón porque fue pagado íntegramente por él como medida de propaganda de la Corona de Aragón. Alfons el Magànim, con todo lo que se movía a su lado, fue también muy importante. Pero el libro no habla solo de los grandes hombres o mujeres.

¿Incide en aspectos de la vida de ciudadanos más comunes?

Hay episodios de la historia que se ven reflejados en las tumbas y en las biografías de algunos. Por ejemplo, se puede seguir la Guerra de Sucesión a través de tres cardenales. Uno es botifler, el cardenal Belluga, que está enterrado en la Chiesa Nuova, un hombre que luchó en la batalla de Almansa contra los maulets. Y los otros son dos cardenales austracistas exiliados, como Cienfuegos y Sala. Hay tantos episodios presentes en Roma sobre la historia…

Lo más llamativo, de todas maneras, está en el Vaticano, con la presencia institucional de los Borja en la Iglesia.

La presencia de los Borja está, por una parte, basada en la monumentalidad, pero también en la misma historia. Y se dan circunstancias curiosas que denotan cosas. El otro día, leyendo el libro de Pasolini La ciudad de Dios, que es una recopilación de textos sobre Roma, descubrí que en Campo de' Fiori había unos cines llamados Cinema Borgia, que creo que hoy se llaman Cinema Farnese, aunque no estoy seguro. Es decir, en los años 50 había en Campo de’ Fiori un cine con el nombre de los Borja. También explico en el libro que la noche de Navidad del 2000 la RAI, en la retransmisión de la misa, enfocaba el libro del papa Borja, que presidía la ceremonia. Hay que reconsiderar el papel que tuvo Alejandro VI y, de hecho, algunos autores como Ximo Company o Felipe Garín, o el mismo Joan Francesc Mira desde el punto de vista literario, han contribuido a recuperar una figura que estuvo olvidada mucho tiempo.

Otro símbolo poderoso está en la iglesia de Montserrat, que se conoce como la iglesia española, pero que en realidad era la iglesia de la Corona de Aragón….

Eso es. La iglesia de Montserrat ha sufrido un proceso de desnaturalización. Es muy curioso lo que pasó en Roma con las iglesias nacionales, por decirlo así. España tenía dos: la iglesia de Santiago en Piazza Navona, y la iglesia de Montserrat. Una era de Castilla y la otra de Aragón. Solo ha pervivido la de Aragón. Castilla la vendió. ¿Y qué hizo con toda la iconografía y los santos y figuras que había en la iglesia de Santiago? Las pasó a la de Montserrat, que perdió el carácter exclusivo de la Corona de Aragón y hoy es un batiburrillo, por decirlo así, de figuras que no tienen una explicación clara. El más evidente es que la imagen principal no es de la Virgen de Montserrat, que ha quedado apartada por otra procedente de la iglesia de Santiago.

¿Esta relación histórica con Roma puede traducirse en comportamientos colectivos y en el carácter de unos pueblos u otros o es un ejercicio abusivo?

Como más conoces de la historia de Roma más comprendes que se trata de una ciudad específica y particular. Me ha abierto mucho los ojos sobre el carácter del pueblo romano el libro de Pasolini, en el que intenta reflejar una Roma muy desconocida para nosotros, heredera de la Roma tradicional, que es la del Trastevere. Tu vas hoy al Trastevere y es imposible encontrar el Trastevere de Pasolini. Para él, en los años 50, población y barrio eran lo mismo. Actualmente, la turistificación ha borrado eso. Por tanto, a medida que sabemos más o leemos más sobre la Roma tradicional, más particularidades encuentramos y más difícil es comparar con nuestra ciudad.

Su libro tiene una explícita voluntad de guía. Por una parte están las iglesias y los monumentos y por otra plantea una serie de itinerarios.

Los itinerarios están planteados solo para la comodidad del lector. No tienen una orientación temática sino una cierta coherencia urbana, para que puedan recorrerse en un tiempo y con distancias razonables, de manera que permitan observar testimonios o iglesias que se consideran menores pero que tienen su entidad. El criterio para orientar los itinerarios ha sido la comodidad de lector. Funciona por eso como una guía de calle. Las guías puedes leerlas en casa o viajar con ellas. El otro día me preguntaban qué hace un geógrafo escribiendo estas cosas. La verdad es que se trata de un libro muy de geografía urbana, sobre todo esa segunda parte.

¿Qué reflejo tuvo la relación histórica de los valencianos con el imperio austrohúngaro sobre su papel en Roma? Se puede especular cómo sería nuestra presencia en Europa si no hubiese acabado la Guerra de Sucesión como acabó. ¿Se puede hacer algo parecido con la proyección hacia Italia?

Hablamos de cosas parecidas. ¿Qué hubiera pasado con la Corona de Aragón si Carlos de Austria hubiera ganado la guerra y no Felipe de Borbón? ¿Cómo hubiera evolucionado la organización política del Estado español? Los historiadores dicen que hubo un endurecimiento de las condiciones de la monarquía respecto de los territorios y de su autonomía. Y eso se produjo también después en el imperio austrohúngaro, que siguió vivo durante muchos años. Pero la cultura política anterior a la Guerra de Sucesión continuó incluso después de la victoria de Felipe V. Hay unas inercias culturales en episodios que comento en el libro que se producen después de la batalla de Almansa y que continúan el espíritu de la Corona de Aragón. Un espíritu que acabarían reasumiendo hombres como Teodor Llorente en Valencia o Víctor Balaguer en Catalunya porque veían que esa cultura política existía.

No podemos pensar que la herencia de la Corona de Aragón murió en la batalla de Almansa. Hechos como la revuelta federal o el Memorial de Gregues de Tortosa son formas de reivindicar un modelo político. Por tanto, la pregunta de qué hubiera pasado viene en parte contestada. Tendríamos un país diferente pero una parte de la singularidad actual de Catalunya, del País Valenciano, de las Islas Baleares o incluso de Aragón viene marcada por la pervivencia de las características culturales y de la cultura política de la Corona de Aragón.

Esta visión de la Corona de Aragón no es la que tiene el independentismo catalán. Dibuja, de hecho, un modelo diferente.

Ha sido un error de todos negligir la historia de la Corona de Aragón. La hemos regalado, hemos regalado una parte de nuestro pasado que podría haber sido importante para articular una respuesta social, política y cultural a una determinada manera de organizar el Estado español. Esta idea de la Corona de Aragón tiene mucho más recorrido del que hoy se le da en Catalunya. Hago referencia en el libro al episodio de Sijena, de la lucha entre Catalunya y Aragón por una serie de objetos artísticos. Sijena fue el sitio donde se depositaron durante muchos años las joyas de la Corona de Aragón. Era el lugar depositario simbólico de la Corona de Aragón. Y ahora ha pasado a ser casus belli entre Catalunya y Aragón. Eso indica que hoy, desgraciadamente, la Corona de Aragón, su articulación, su herencia, no existe en la mente sobre todo de los catalanes.

A usted le preguntan qué hace un geógrafo escribiendo libros como este, pero también le habrán preguntado qué hace en un cargo relacionado con las infraestructuras ferroviarias.

Sí. Las infraestructuras tienen hoy un papel muy territorial. Yo tengo una parte positiva y un lado oscuro, por decirlo así. La importancia de las infraestructuras para ordenar el territorio es fundamental. Las infraestructuras generan a su alrededor espacio y territorio. Qué infraestructuras se desarrollen condicionará mucho la vida de los territorios. Eso es muy propio de la geografía. Y hay otro aspecto en el que los geógrafos podemos aportar cosas, que es el análisis de las diferentes escalas, para ver cómo se articulan las escalas local y global. Pero como geógrafo vivo un poco dramáticamente otros episodios, como la falta de enlace entre la ordenación del territorio y el diseño de las infraestructuras. Ese es el problema que tenemos sobre la mesa y se ha visto en episodios como la variante de Vandellós y las consecuencias que ha tenido sobre Salou, Cambrils y Camp de Tarragona. Falta una ordenación del territorio. La culpable no es la infraestructura sino que en el Estado español las infraestructuras y la ordenación del territorio no están conjuntadas. No existe una perspectiva, que sería muy federal, de sentar en una mesa a diferentes administraciones para hablar de cómo articular una infraestructura y un territorio. Eso lo vivo mal como geógrafo.

¿Es usted optimista sobre el avance del corredor mediterráneo?

Soy más optimista. En 1930 hubo un informe del Centro de Estudios Económicos Valencianos sobre la llegada del ancho internacional a Valencia. Es decir, hace 90 años. Hoy estamos más cerca de que llegue, porque lo está haciendo prácticamente a la provincia de Castellón. Hace 90 años ya se veía que era importante. Puede que en uno o dos años llegue a Valencia. Eso significaría cerrar una etapa que se inició en 1930. Es muy importante la perspectiva histórica y ver cuál era el modelo de infraestructuras en España que José María Aznar predicaba el año 2000 y cuál es la que hoy, más o menos, tenemos.

Habla de perspectiva histórica, pero tal vez se trate de cultura. ¿No debería tener la gestión de las infraestructuras una cultura política detrás?

Eso es. Una cultura sobre qué se está haciendo y para qué. Algunas de las incongruencias y de las ocurrencias que se producen en política obedecen a la falta de esa visión de fondo. Y solo la puede dar un análisis histórico que, por otra parte, y vuelvo un poco al libro, es muy italiana. La izquierda en Italia, de Berlinguer a Gransci, tenía muy asentada la perspectiva histórica de su actuación política. Lo que explica algunas diferencias entre la política italiana y la española.

¿Ha hecho eso posible que algunos de los monumentos de los que usted habla en el libro se hayan conservado hasta nuestros días?

Es más fácil hoy en día ver los escudos de las barras de Aragón en Roma que en la Corona de Aragón. La memoria de la Corona de Aragón se mantiene casi más en Roma y sus monumentos que desgraciadamente en nuestros territorios, si exceptuamos Poblet y algún otro lugar.

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