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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Una secesión sin referéndum: la de los ricos

Antonio Ariño, izquierda, y Joan Romero.

Adolf Beltran

Valencia —

El dinero no tiene raíces. Esta afirmación no es nueva, pero nunca ha sido tan cierta como en nuestra época, dominada por un capitalismo tecnológico-financiero que, gracias a la globalización, acentúa el desanclaje de los vínculos sociales y culturales que todavía sostienen a las sociedades modernas y los estados-nación. En tiempos de secesiones como los actuales (Escocia no logra marcharse de Reino Unido, pero Reino Unido se marcha de Europa; Cataluña pugna por la independencia de España y en el continente proliferan los movimientos contrarios a la Unión Europea), la más contundente y grave no pasa por referéndum alguno, ni se debate explícitamente ante ningún Parlamento. Se produce de facto ante nuestros ojos. Es la secesión de las élites, la separación espacial y moral de los ricos, su estampida hacia un territorio global que escapa al control de los estados.

De ese fenómeno tratan los profesores Antonio Ariño y Joan Romero en un libro importante, La secesión de los ricos (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016), que aborda  la cuestión desde una perspectiva multidisciplinar. Catedrático de Sociología el primero y de Geografía Humana el segundo en la Universitat de València, su ejercicio tiene la ambición de entender y el rigor en el procedimiento de los grandes ensayos modernos. “Nuestro propósito”, escriben nada más empezar, “no es ofrecer un repertorio de soluciones concretas”. No lo hacen. Pero dibujan con claridad los contornos de un problema crucial. “Sí nos gustaría”, añaden, “que la problemática compleja de la desigualdad en sociedades democráticas, de la secesión de los ricos y de la expulsión de capas crecientes de la población a los márgenes del sistema, ocupen el centro del debate público y académico; que haya un mejor conocimiento de las enormes distancias existentes entre los más ricos de los ricos y los más pobres; entre todas las clases de élites y las gentes corrientes, y una mayor conciencia de su carácter inaceptable”.

“Un fantasma recorre el mundo”, parafrasean los dos autores con ironía el viejo manifiesto; “y no es el comunismo ni tampoco la rebelión de las masas. Se trata, más bien, de la secesión de las élites y, dentro de ellas, muy especialmente, la de los ricos”. Movimiento de ruptura de los lazos que la modernidad creó trabajosamente, -Josep Ramoneda referencia en el prólogo sus inicios a 1979, año de la victoria electoral de Margaret Thatcher y de la publicación de La condición posmoderna, de Jean François Lyotard-, Ariño y Romero escogen el término “secesión” para describirlo, frente a otros conceptos, como dualización, polarización, fractura o separatismo.

“Nosotros preferimos el término secesión porque designa un acto de separación, distanciamiento e independencia relativa de un grupo respecto a un conjunto al que previamente pertenecía; alude a un tiempo a comportamientos individuales y caracteres o perfiles personales, estrategias de grupos y procesos estructurales, siendo estos últimos muy relevantes en tanto que condiciones de posibilidad de la misma”, señalan los autores.

Si datos como la comparación entre los 655,20 euros de salario mínimo y los 72.000 millones en que se calcula el patrimonio de Amancio Ortega, segunda fortuna del mundo, dibujan el abismo entre un precariado cada vez más extendido y la acumulación de capital más intensa; si escándalos recurrentes de evasión a paraísos fiscales revelan cómo la nueva “clase global” se desprende aceleradamente de viejos compromisos derivados de la condición de ciudadanos; si son cada vez menos insólitas excentricidades de supermillonarios como la pretensión de crear sus propios “territorios” en remotos parajes o en islas perdidas en el mar; es porque nuestra sociedad se desteje, por arriba y por abajo, pero como apunta Ramoneda, también por en medio, con la fractura de las clases medias y el retroceso en un sistema de derechos sobre el que se construyó el “estado del bienestar”.

Y eso no es casual.  Ariño y Romero coinciden con Piketty en que vivimos un  nuevo ciclo histórico de concentración de la riqueza, y citan a Pech para constatar que las dinámicas extractivas que se imponen a los valores del esfuerzo, el talento y la creatividad, solo son posibles “con el concurso activo de un capitalismo globalizado y ampliamente financiarizado, de políticas fiscales proclives a la acumulación, justificaciones económicas y una religión del éxito individual”. Dicho de otra manera, solo son posibles gracias a una determinada política que causa cada vez más malestar en sectores amplios de la población.

Sean o no los ricos “una subespecie del reino animal” que ha conseguido “la liberación de la esfera económica de las exigencias democráticas y la sumisión de los gobiernos a su lógica”, así como el desplazamiento de un sistema de derechos hacia otro de donación, basado en la filantropía global y la compasión como espectáculo, los autores se amparan en Atkinson para advertir de que “el modelo imperante es contingente e histórico y la desigualdad no es inevitable”.

“¿Hay alternativa?”, se preguntan Ariño y Romero, que optan por explorar varias cuestiones clave antes de responder, por ejemplo cuando plantean si hay solución para la desigualdad en un solo país: “En Europa está la solución para negociar reglas globales, para impulsar una política en la que todos los actores globales funcionen con las mismas reglas, para facilitar la instauración de control político a procesos que funcionan al margen de éste, para reforzar aquellos elementos que produzcan el nuevo equilibrio entre la justicia del mercado y la justicia del Estado”.

Repensar la ciudad e impulsar en la escala local mecanismos democráticos de inclusión social son líneas de trabajo que los autores apuntan antes de reconocer con honestidad que “ahora mismo no hay una alternativa coherente y consistente que se pueda contraponer al hegemónico relato neoliberal”. Aun así, enfatizan su apuesta por una vía continental: “La élites europeas solo pueden presentar como credencial más sobresaliente su fracaso… Pero mantienen su agenda neoliberal y sus políticas de austeridad. Por eso es imprescindible conseguir que suba la marea a favor de otra Europa. Para que las democracias low cost adquieran mayor densidad y capacidad; para que democracia y soberanía sean conceptos que tengan pleno sentido, para que el poder tenga que escuchar; para obligarlo a cambiar”.

 

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