¡Maldita hybris!
He comenzado mi viaje a Berlín en bicicleta y, en siete jornadas, solo he conseguido llegar a Nimes. Según mis previsiones, hoy debería haber cruzado la frontera con Italia por Sestrieras, pero voy muy lento. La lluvia, el viento en contra desde Perpinyà hasta Montpelhièr y el farsante Google Maps, y sus trampas mortales en caminos inexistentes, han pulverizado todas mis previsiones de avance.
Todo esto me ha recordado el comentario de un amigo a propósito de una pájara que sufrió en una ruta que compartimos por la Sierra de Espadà. Los culpables —según dijo— no fueron ni el calor, ni el cansancio, ni la falta de alimento (esas eran causas), sino la hybris: la confianza injustificada en las propias fuerzas, un cierto orgullo que conduce a la desmesura y que, como los antiguos griegos detectaron, siempre acaba mal.
A mí me ha pasado lo mismo. Sean los dioses del Olimpo o la realidad, lo cierto es que la carretera me ha puesto en mi sitio. O abandonaba y tiraba para casa, o debía relajarme y rebajar mis expectativas. En esas estoy. Ya no hay prisa. La Puerta de Brandeburgo puede esperar unos días más para verme llegar y la persona que me acogerá en Berlín no se va marchar porque tarde un poco más.
Me cuesta aceptar el fracaso; supongo que un poco como a todos. Cuando pensaba que estaba curado de la última relación con una mujer que no se portó del todo bien conmigo pero extraordinaria en tantos aspectos, me doy cuenta de que mi recuperación no es completa y aún recaigo en esa absurda melancolía de lo que pudo ser y no fue, ni nunca será. En eso también he pecado de hybris y estoy pagando con pequeñas infecciones de tristeza el haberme quitado la venda antes de curar la herida. Solo confío en que el sol y la sal del Midi occitano la hayan empezado a cauterizar. Lo mismo espero del aire alpino que espero atravesar en unos días.
Debo estar alerta. La soberbia y el exceso de confianza son damas atrayentes. La política nos ofrece los ejemplos más conspicuos de esta tentación, cuando el que ostenta el poder empieza a concebirse como todopoderoso. Como cuando Felipe González pensó que podía acabar con el terrorismo con más terrorismo; o durante aquella rufianesca escena en que José María Aznar puso las piernas sobre la mesa del café mientras se fumaba un puro con George W. Bush y le vino un acceso de acento tejano que nos metió en una guerra imperial en el papel de bufones del emperador.
A escala menor y local, tenemos a un Francisco Camps que llegó a creerse la reencarnación de Jaume I y que, cual Cid redivivo, quiere volver por sus fueros y caiga quien caiga, sobre todo el presidente de su partido. Por cierto, que Camps lleve políticamente muerto desde julio de 2011 no obsta para que el corazón de Carlos Mazón dejara de latir en octubre de 2024. Hay cadáveres que dan más bandazos que una cola seccionada de lagartija.
Un empujón es lo que yo necesito para proseguir mi odisea hacia el este de Alemania. Espero seguir el ejemplo de Pedro Sánchez: día a día, metro a metro, golpe a golpe (de pedal), sin pensar en grandes retos ni gestas heroicas
En quien no he detectado ni pizca de hybris es en Pedro Sánchez, contrariamente a la imagen que intentan transmitir sus numerosos y cada vez más agresivos detractores. Que no disponga de mayoría absoluta ya supone una dificultad para su cultivo, pero intuyo que se trata de algo más profundo. Sánchez es un realista nato, capaz de recalcular su ruta al minuto, al que Josep Pla (otro espíritu práctico por antonomasia) podría atribuirle aquello de que qui dia passa, any empeny. Porque, nuestro actual Presidente lleva tantos días superados y suspendido en el alambre que, a esos espectadores que esperan verlo caer, se les está haciendo una eternidad. ¡Y vaya si empujan!
Un empujón es lo que yo necesito para proseguir mi odisea hacia el este de Alemania. Espero seguir el ejemplo de Sánchez: día a día, metro a metro, golpe a golpe (de pedal), sin pensar en grandes retos ni gestas heroicas. Aunque, ahora que lo pienso, unos kilómetros antes de Sestrieras, si me desvío a la izquierda conforme asciendo por el valle del río Romanche...et voilà: l’Alpe d’Huez.
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