Carlos Mazón no me quiere gobernar
Volví a casa en avión desde Luxemburgo huyendo de la lluvia y el frío y me encontré con la amenaza de una dana que, un año después, hace temblar de pavor a los que sufrieron en carne propia la peor catástrofe de este siglo en el País Valenciano.
Un factor que no invita a la tranquilidad es el hecho de que al frente de cualquier nueva emergencia se encuentra la misma persona que el pasado 29 de octubre comía en un restaurante del centro de València, distendidamente y sin mostrar ningún signo de preocupación, mientras el país se inundaba.
Entrevistado por la televisión pública el 9 de octubre, se lavó las manos como Poncio Pilatos. En su opinión, el president de la Generalitat (y todos los presidentes autonómicos, afirmó) no tiene ninguna responsabilidad a la hora de gestionar una emergencia.
De hecho, Carlos Mazón se llegó a jactar de no haber “interferido” en ninguna decisión de la fatídica jornada porque esa es una potestad exclusiva de los técnicos. Tamaña dejación de funciones, que en la práctica significa la dimisión de facto de su cargo, obvia que su consellera Salomé Pradas convocó y presidió el Cecopi y tomó decisiones (o las postergó), como la de suspender la reunión y dejar in albis a los que participaban en remoto.
En la versión de la política según Mazón, el mejor lugar en que el presidente de Canarias podría haber esperado las consecuencias de la erupción de La Palma habría sido un restaurante de Tenerife, mientras vulcanólogos y expertos en Protección Civil decidían qué hacer.
Lo que en realidad explica esta defensa sui generis de la tecnocracia, en la que el president de la Generalitat reina pero no gobierna, se desveló poco después, con la pregunta que la periodista le formuló dos veces sin éxito: “¿Piensa usted aceptar la invitación de la jueza de Catarroja para declarar sobre lo ocurrido?”
Para no responder, Mazón recurrió al ridículo argumento del no comment por respeto a los procesos judiciales. Todos sabemos que solo declarará en sede judicial por mandato imperativo, como testigo o imputado, y que no testificará voluntariamente en ningún lugar donde esté obligado a decir la verdad, porque toda su estrategia de defensa se basa en la mentira.
Sabe que la verdad es kriptonita para él y está jugando un doble juego para lograr una imposible cuadratura del círculo. Intenta convencernos de que todos son responsables menos él. Lo son de manera explícita el presidente del Gobierno de España, la delegada en el País Valenciano, Aemet, la Confederación Hidrográfica del Júcar, pero también, implícitamente, la exconsellera de Emergencias y todos los cargos y personal técnico presentes en el Cecopi del 29 de octubre de 2024.
En la parte que atañe a los cargos y organismos del Estado, se trata de una defensa política; hasta él es consciente de que, a estas alturas, resulta evidente que la Justicia no va a pedirles cuentas de nada porque no son responsables en absoluto. En el caso de sus subordinados es donde arranca su defensa judicial, y la respuesta a la periodista de À Punt —a mí, que me registren, que eso no iba conmigo— está formulada en esta clave.
Lo que de verdad preocupa a Mazón es verse sentado en el banquillo de los acusados
Aunque sueñe con volver a estampar su rostro en los carteles electorales del PP en 2027, esta estrategia, que eleva la antipolítica al culmen de negarse a sí mismo como autoridad, revela que lo que de verdad le preocupa es verse sentado en el banquillo de los acusados.
Carlos Mazón no me quiere —no nos quiere— gobernar. Lo que no deberíamos hacer es seguirle la corriente y, en cambio, recordarle que su cargo no lo convierte en irresponsable ante la ley, que no fue investido Rey sino president y que uno no se libra de sus obligaciones de manera unilateral ni rompe la baraja porque no le guste la mano que le ha tocado. Y si es lo que desea, en política existe un acto, solo uno, que lo hace realidad: la dimisión.
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