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El maltrato animal a referéndum

Chus Villar

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Las votaciones son democracia pero no toda la democracia consiste en celebrar votaciones, como tampoco todo puede someterse al imperio de la mayoría. Hay unos mínimos, unos derechos inalienables y también unas leyes que cumplir. Sin embargo, en el caso de los bous al carrer se está utilizando el sistema del referéndum para no tomar una posición política y legal sobre el asunto, cuando lo que hay que determinar es si este festejo supone o no un maltrato animal.

Parece lógico además pensar que no es una cuestión que deba depender de que el gobierno local, como acaba de hacer Aldaia y parece que emularán otros ayuntamientos de izquierdas, convoque a los vecinos a opinar, sino que es algo que debería estar regulado, al menos, por el Gobierno autonómico y, preferiblemente, también por el estatal, al tratarse de la protección del bienestar de los animales y afectar a tradiciones en todo el país.

Sin embargo, el Consell se ha limitado a señalar que ve con “máximo respeto” la consulta, por ser democrática. Faltaría más, nadie pone en cuestión la legitimidad del proceso participativo, pero la Generalitat debería mojarse y no dejar la pelota en el tejado de la administración local, que intenta, con el referéndum, pasarle a su vez la patata caliente a los vecinos.

Por otro lado, la consulta de Aldaia sólo impide los bous al carrer durante las fiestas patronales, lo que la reduce al absurdo, pues si se considera que no se debe someter a los toros a estas prácticas, lo lógico es que se impida siempre.

Más valiente han sido en Gandía, donde se han prohibido las corridas de toros, en Alzira, que ha eliminado los bous al carrer y en Xàtiva, donde se ha abierto un debate para declararla ciudad antitaurina.

El verdadero intríngulis de la cuestión es si, en pro de nuestra diversión (mejor dicho, de la diversión de aquellos a los que le resulte agradable ver sufrir a estos seres vivos), tenemos derecho a someter a un animal cuyo hábitat natural es el campo y que es gregario (vive en manada) a un ambiente hostil que, como mínimo, le produce altas dosis de estrés y, por lo tanto, de sufrimiento. Experimentan pánico cuando se les separa de su grupo social, se los balancea en un vehículo, se los deja a solas en un lugar extraño y se les somete a continuo acoso. No es infrecuente que el bóvido caiga fulminado por agotamiento, ya que está acostumbrado a pastar y descansar, y no a verse sometido a un nivel elevado de ejercicio físico, muchas veces a altas temperaturas.

Además, los animales, como ocurre frecuentemente en los toros ensogados, sufren choques con el mobiliario urbano y caídas que a veces acaban en roturas de huesos, así como lesiones en el cuello por el roce con la cuerda, y por el intento de soltarse pueden sufrir desgarros, dislocaciones cervicales e incluso desnucamiento.

Lo mismo ocurre con el toro embolado al intentar huir de un fuego que le provoca verdadero pánico, sin contar con el daño a las astas y las quemaduras en la cabeza, ojos y lomo. No es infrecuente que el animal se lance contra un muro o que muera de un infarto. Es quizás esta práctica la que más consenso en cuanto a su brutalidad suscita, pues ha sido reconocida como antinatural incluso por profesionales defensores de la tauromaquia, entre ellos el presidente del Consejo General de Colegios Veterinarios de España.

No son más benignos los toros a la mar, donde los bóvidos sufren paros cardíacos, desnucamientos por golpes, ahogamientos y neumonías por aspiración.

Además de las nefastas consecuencias físicas y psíquicas de estas tradiciones taurinas, para más inri los festejos no corren a cargo de presupuestos de particulares, sino que en una gran parte son subvencionados con dinero público.

Es lamentable que criterios políticos estén pesando a la hora de decidir sobre el maltrato animal. Este es el caso de Cataluña, donde se prohíben las corridas pero no los bous al carrer, más identificados con lo catalán. En la comunidad Valenciana, Compromís se decanta por la prohibición de los festejos taurinos y también de otros donde se involucra a animales vivos, como la suelta de patos en el Puerto de Sagunto, pero sus socios de gobierno, PSPV y Podemos, no manifiestan una postura única.

Ya es hora de ser valientes, olvidarse de los costes electorales municipales y dar un paso al frente contra el maltrato animal. A los peñistas, además de pedirles que se costeen con su dinero tan discutibles costumbres, les rogaría que dejen de decir estupideces como la de por qué se han de prohibir los toros y no la cabalgata de Reyes. Señores taurinos, les aseguro que el día que a los camellos que transportan a sus Majestades de Oriente alguien le ponga fuego en la chepa o les clave estoques, seré la primera en pedir, muy efusivamente, que se prohíban.

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