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Los abogados cristianos y el pastafarismo

José Manuel Rambla

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Hubo un tiempo en que los dioses mostraban su enojo lanzando rayos contra los mortales descarriados, enviándoles plagas o convirtiéndoles en estatua de sal. La reacción podría parecer exagerada, pero tenía la virtud de estar a la altura de lo que se espera de la cólera divina. Hoy, sin embargo, aquellas vistosas prácticas han quedado en el olvido del Antiguo Testamento. De hecho, tal vez por influencia nietzscheana, la figura del dios vengador parece haber pasado a mejor vida. El relevo lo han tomado los autodenominados abogados cristianos, para los que interponer querellas y denuncias se ha convertido en la forma más efectiva de dar testimonio de fe, por encima incluso del martirio, las cruzadas o la penitencia.

El caso es que el número de sus demandas ya debe de superar en volumen a todos los textos sagrados juntos, incluyendo la Biblia, la Torá, el Corán y el Upanishad. La última de ellas ha sido en Valencia y el motivo de tan cristiana iniciativa legal es el montaje dirigido por Paco Azorín de la obra de Manuel Molins Poder i Santedat, que se estrenará el próximo día 16 en el Teatro Principal. O mejor dicho, el cartel. Porque esa imagen del papa besando en la boca a un niño ha sido suficiente para que los letrados de Dios, inflamados de fervor iconoclasta y sin necesidad de ver o leer la obra, se hayan apresurado a poner el grito en el cielo y la denuncia en los tribunales al considerarla “un ataque y una humillación no solo a la Iglesia sino también a la Fe Católica”. Y como estaría mal visto quemar en la plaza pública a Molins, ya que la multitud de agraviados que se congregarían a presenciar el auto de fe difícilmente podría guardar la distancia de seguridad que obliga la pandemia, pues nada, han optado por reclamar a los tribunales que suspenda el estreno. Un deseo al que se ha sumado, cómo no, el arzobispo Antonio Cañizares, siempre dispuesto a ser martillo de herejes y a repartir las hostias que sean necesarias. Consagradas, por supuesto.

El caso es que la obsesión por la cultura de los sectores ultracatólicos no es nada nueva en el País Valenciano. Aún se recuerda el berrinche que en 1978 se pillaron en el arzobispado con el estreno de la película de Carles Mira La portentosa vida del pare Vicent, cuya prohibición fue solicitada los prohombres más rancios del blaverismo, mientras otros, llevados por su religiosidad, hacían estallar una bomba en el cine de Alcoi donde se proyectaba. No menos indignado por la afrenta a la Santa Madre Iglesia, otro grupo decidió tirotear en enero de 1985 la mítica sala Valencia Cinema donde Els Joglars representaban su montaje Teledeum. Alarmado por los acontecimientos al juez Guillermo Forteza no le tembló el pulso y unos meses más tarde sentó en el banquillo a… Albert Boadella, el resto de actores y al gerente de la sala, Vicente Vergara, acusados de un delito de blasfemia y escarnio a la religión católica. (Por cierto, unos años más tarde el que se sentaría en el banquillo por intentar estafar a un preso fue el propio Forteza que, finalmente, sería incapacitado como juez por coaccionar y vejar a su esposa)

La cosa mejoró algo en la década siguiente. En esos años no ya no fue necesario que la justicia velara por el respeto a la Iglesia por la sencilla razón de que el Espíritu Santo inspiraba a piadosos líderes políticos como Rita Barberá, Consuelo Ciscar o Francisco Camps. Ya no era preciso recurrir a los tribunales porque aquellas obras que se regodeaban en insultar a los creyentes desaparecían elegantemente de los espacios públicos. Es lo que le pasó en 2007 al pintor peruano Marcel Velaochaga, que vio como se cerraba la sala la Gallera donde se exponía su cuadro El funeral de Atahualpa. Al parecer, la presencia en el lienzo del papa Benedicto XVI portando en una bandeja la cabeza del Che Guevara, como si de la testa de San Juan Bautista se tratara, había incomodado a algunos fieles de la ciudad, aunque la decisión fue justificada por unas supuestas goteras. Un diluvio divino a pequeña escala que devolvía las cosas a su orden.

También, por poner un último ejemplo, las hermanas Gema y Mònica del Rey, integrantes de Art al Quadrat, vieron sorprendidas en 2009 como uno de sus trabajos era eliminada sin previo aviso de las actividades paralelas de la muestra Espais de Llum patrocinada por la Generalitat. Se trataba de un vestido de comunión, iluminado con una luz roja, en el que se proyectaban recortes de prensa sobre la pederastia en la Iglesia. Por supuesto, la responsable de la Galeria Espai Assaig de Vila-real, donde se encontraba la pieza, negó que hubiera ningún tipo de censura en aquella exclusión: simplemente se trataba de proteger la inocencia de los niños que al pasar por allí pudieran quedar impactados por una desconcertante obra que ponía en peligro sus sueños de primera comunión.

Ahora, Abogados Cristianos consideran que Poder i Santedat forma parte de un concienzudo plan de persecución religiosa que conduce directamente de Nerón a Manuel Molins, pasando por Paco Azorín, el director del Institut Valencià de Cultura, Abel Guarinos, y el presidente de la diputación de València, Toni Gaspar. Para todos ellos (menos Nerón, claro) piden que caiga todo el peso de ley por una obra que denuncia la pederastia y la corrupción en la Iglesia. En su disculpa cabe tener presente que el tiempo que estos santos leguleyos invierten en la oración estos les ha debido impedir seguir la recomendación del Papa Francisco y leer el artículo  publicado el pasado año en La Stampa, en el que su autor, Gianni Valente, afirmaba entre otras cosas que “la abominación de los abusos sexuales clericales” no era un “fenómeno puntual de casos aislados” sino una “perversión endémica en amplias zonas del cuerpo eclesiástico”. Esa misma concentración en el rezo también debió influir para que les pasara desapercibida la noticia de hace unos días sobre la fulminante “dimisión” del cardenal Giovanni Angelo Becciu, entre otras razones por polémicas operaciones financieras -con desvío de fondos de las limosnas y paraísos fiscales de por medio- como la adquisición por 200 millones de euros de un palacio en el londinense barrio de Chelsea. (De otros casos, como el escándalo de la banca Vaticano en los pasados 80, con el suicidio incluido del banquero de Dios Roberto Calvi y otras conexiones con la mafia, ya no hablamos, conscientes de que el rezo de la novena es incompatible con perder el tiempo en las hemerotecas)

Con todo, lo preocupante de la actitud de Abogados Cristianos no es el ataque a la libertad de expresión que hacen con su denuncia contra Poder i Santedat, sino el flaco favor que le hacen a Dios y a la Iglesia Católica con su obsesión por judicializar la fe. Porque con este tipo de denuncias están confirmando que el Dios vengador del Antiguo Testamento, capaz de defenderse solo con su cólera divina, ha muerto y que el Dios del amor y la concordia del Nuevo Testamento no existe. Solo queda entonces la imagen de un dios débil, un ofendidito celestial que se escandaliza por el contenido de una obra de teatro, un diocesito cobarde que necesita la asistencia de un abogado vehemente para poner en su sitio a los pecadores. Con una divinidad tan mojigata, ¡cómo va a competir la Iglesia Católica, Apostólica y Romana con el pastafarismo, la nueva religión del Monstruo del Espagueti Volador!

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