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¿El padre de la patria?

Marcos García

Con el fallecimiento de Adolfo Suárez, el expresidente se ha convertido en uno de los temas recurrentes de la actualidad durante esta semana. Se han ocupado minutos de informativo y decenas de titulares glosando la importancia de la figura. Un mandatario al que, parece que siguiendo un protocolo oficioso, todos los medios han coincidido en alabar como “El primer presidente de la democracia”.

Efectivamente Suárez fue el primer presidente democrático que ha tenido España después de aprobarse la constitución de 1978. Pero, sólo por ponerme picajoso con las etiquetas: la trayectoria democrática de este país no se generó de repente tras la muerte de Franco. Antes del dictador hubo democracia. Y antes de esta otro dictador. Al que también precedió una democracia. O algo así. Siendo rigurosos, primer presidente democrático de la historia de España no fue Adolfo Suárez, ni siquiera Figueres en la Primera República. El primer presidente escogido por unas cortes elegidas democráticamente fue, curiosamente, un general: Juan Prim.

Pero esta semana no estoy escribiendo estas líneas para hacer un análisis de historia política de España. O tal vez sí. El motivo de mi suspicacia con respecto a ese apelativo de Primer Presidente de la Democracia tiene, en realidad, poco que ver con Suárez y mucho que ver con los medios de comunicación españoles y su desmedida afición a la hagiografía.

El tratamiento que ha tenido la muerte de Adolfo Suárez demuestra como, a menudo, se excede en la búsqueda de la grandilocuencia. En este caso parece que Suárez hubiese sido el único responsable de la Transición política. Es como si él personalmente se hubiese encargado del desmantelamiento de las estructuras franquistas y del desarrollo de un sistema que permitiese a un país políticamente muy atrasado abrazar una democracia mínimamente funcional.

Soy el primero en reconocer que la figura de Suárez es fascinante. Contener a lo más reaccionario del régimen y, al mismo tiempo, ser capaz de lograr que los líderes sindicales y de oposición tuviesen la suficiente cintura como para apaciguar a sus bases debió de ser francamente complicado. Pero tampoco creo que fuese exclusivamente mérito suyo. Es cierto que a lo largo de la historia ha habido casos contados de hombres excepcionales que han estado a la altura de circunstancias excepcionales. Pero también es cierto que en ocasiones tenemos tendencia a buscar protagonistas individuales cuando el mérito de unas circunstancias concretas pertenece en realidad a un colectivo más o menos difuso. Y en este sentido el mérito es extensible a otras figuras que habitualmente pasan en segundo plano: desde el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, hasta el Ministro de Defensa, el General Gutiérrez Mellado.

Pero creo que en el caso de Suárez con la Transición la simplificación personalista se lanza y se potencia de una manera muy oportuna: permite reivindicar la figura de los políticos españoles en un momento en el que son, al menos según lo cree la gran mayoría de los españoles, el principal problema del país. Ese es el peor problema que trae consigo la hagiografía mediática, que sirve en bandeja la ocasión para que partidos y políticos puedan aprovechar la ocasión para glosar la figura del expresidente y lograr así reivindicar su estela, tratando de paliar mínimamente su maltrecha imagen pública.

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