Eran otros tiempos
Hija mía, disculpa que vuelva otra vez al tema pero es que me enciendo. No lo puedo soportar. Tanto paro, tanto sufrimiento, tanta hambre -porque en este país se pasa hambre- y los gallitos del Congreso peleándose a ver quién carga con la culpa de que se repitan las elecciones. Total, para quedar igual o peor. Mientras tanto, ahí sigue la derechona corrupta con su gobierno en funciones, sus reformas laborales y sus leyes represivas en vigor. Y a los curritos, que nos den.
Hubo un tiempo en que la política era otra cosa, no este juego de niños pasándose la pelota en ruedas de prensa o mandándose mensajitos por el móvil. Era una época dura -ríete tú de la crisis de hoy, entonces sí que lo teníamos jodido- y aún así mucha gente arriesgaba el empleo y hasta la libertad luchando por sus ideales. Los jóvenes estaban condenados al paro, que batía récords históricos, mientras los mayores veían esfumarse lo poco que habían conseguido a base de doblar el lomo. No estaba bien visto meterse en política, al menos no por esa «mayoría silenciosa» que siempre desconfía de quienes se salen del redil, pero las asambleas eran multitudinarias y la izquierda bullía de entusiasmo militante.
No sabes, hija, cuánta gente se jugó el tipo para que ahora estemos así. Cuántos estudiantes recibieron palos de la policía por protestar contra el régimen, cuántos sindicalistas acabaron detenidos por enfrentarse en los piquetes al terrorismo patronal. El conflicto social se pulsaba en la calle, cada día había cientos de manifestaciones a lo largo y ancho del país, íbamos a la huelga, ¡a la huelga general! Las reivindicaciones laborales eran también políticas. La juventud contestataria y la clase obrera más concienciada se unían para exigir una democracia real.
Hija, tendrías que haber visto la fuerza de millones de personas ocupando las calles sin permiso, porque ¡no se pide permiso para hacer la revolución! Entonces queríamos cambiar el mundo por la base y poníamos en cuestión toda autoridad. No esperábamos que viniera a salvarnos ningún mesías sino que salíamos a luchar por nuestros derechos. ¿O cómo crees que se han conseguido todos los avances históricos de la Humanidad?
Y ya ves ahora, todos como borregos cara a la televisión, creyendo que el cielo se gana por asalto en las tertulias, como si al poder verdadero le hicieran daño las palabras bonitas. Mucho hablar de «rescate social», pero ahí siguen los mismos que secuestraron nuestro futuro. Han conseguido inmovilizarnos, paralizarnos, entretenernos con zarandajas para que olvidemos lo verdaderamente importante: que los derechos no se conceden, se conquistan.
Hoy en día los poderosos están tranquilos sabiendo que no hay peligro de subversión. Creen tenerlo todo bajo control. Pero no siempre fue así. Hubo una vez en que el pueblo indignado puso en cuestión sus privilegios, al grito de «si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir». Pero claro, hija mía, eran otros tiempos. Corrían los años 2011 y 2012.