El TRAM, ese desastre castellonense
Con la desfachatez y el desahogo del que está acostumbrado a la impunidad, el PP de Castellón y el Presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, anunciaron en la inauguración del TRAM de Castellón el pasado diciembre que se alcanzarían 2,5 millones de viajeros al año y que la ciudad de la Plana, con este medio de transporte, sería “comparable a Roma o Londres, las dos únicas en Europa que también lo tienen”. Ahí queda eso. Con un par de narices. Las mismas que se necesitan para anunciar en pleno periodo electoral, con una desvergüenza si cabe mayor de la habitual que emplean, una línea del TRAM en el sentido norte-sur que hace apenas un año declararon inasumible por su elevado coste.
Tres meses después de inaugurado el TRAM, a finales de marzo de este año, el alcalde de Castellón tuvo que reconocer implícitamente que habría 700.000 usuarios menos de los estimados al año. Y por supuesto, con el oscurantismo habitual, no se especificó ni el número de usuarios que pagaba por dicho servicio ni el que supuestamente se beneficiaba de alguna subvención. Tampoco, acostumbrados a colar a la opinión publicada lo que les da la gana, precisaron en qué cifras de viajeros diarias se basaban para dar esos datos. En este sentido, por una simple regla de tres, resulta que según sus propios datos, cuando el TRAM circulaba de Ribalta a la UJI (apenas 1,5 km de distancia) llevaba 3.700 viajeros al día, y que ahora, desde el Grao a la Universidad (8,3 km de recorrido) lleva 5.000. De risa. Y un insulto a la inteligencia. Entonces y también ahora. Pero eso a ellos, que nunca han dado un solo dato fiscalizable real del tema, que están acostumbrados al reinado del Mambo, les da igual.
En cualquier caso, la fanfarria habitual no puede ocultar que, según se anunció desde el propio Ayuntamiento en su momento, hasta el 2027 se compensará y subvencionará a la empresa concesionaria, pues se calcula un déficit anual en la explotación de 1, 3 millones de euros. Unamos a esa cifra que el TRAM ha costado más de 100 millones de euros, una cantidad que, dividida entre los 160.000 castellonenses, supone una media de 625 euros por cabeza, es decir, y para entendernos, medio millón de las antiguas pesetas por familia de cinco miembros, y comprenderemos parte de la magnitud del desastre. Y ello para poco más que un carril bus. Porque no es otra cosa, por mucho que se empeñen los responsables en disfrazar la realidad; un triste carril bus por donde circulan buses con conductor. Y no vale decir que parte ha sido sufragada por fondos europeos; seguro que se podían haber gastado en algo más útil.
Aunque lo peor, y esto tal vez sea lo principal, es que al ejecutarse únicamente en forma Este-Oeste, y (aunque ahora deprisa y corriendo hagan anuncios electorales en sentido contrario) dejar ad calendas graecas, es decir para nunca y más por la desmesura del coste, la línea Norte-Sur, y no digamos la versión metropolitana, ha supuesto una cesura, un tajo brutal en la ciudad. Y lo que es peor, al dificultar enormemente el tránsito al centro de la ciudad, conseguirá, está consiguiendo que el mismo desaparezca de los itinerarios mentales de los castellonenses, sobre todo de los más jóvenes, y propiciará el deterioro acelerado del mismo. De hecho, ya lo ha conseguido con su ejecución; el deterioro económico del centro de Castellón es innegable y puede que imparable.
Ésta es la realidad de las cosas: tozuda. Y no hay ni publirreportajes ni campañas de propaganda que pueda disimular la realidad. Una realidad que se traduce además en que ya hoy, una vez pasada la novedad de ver in situ el mismo, el TRAM lleve cada día menos viajeros. Y la pregunta de siempre: ¿alguien se hará alguna vez responsable? ¿Alguien de los responsables actuales tendrá la humildad y la gallardía de reconocer que aumentar la frecuencia y paso de los autobuses urbanos hubiese sido la opción adecuada? Hagan sus apuestas. Yo apuesto que no.