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Viviendo al borde del incendio

Marcos García

Si no fuese tan triste resultaría cómico. Como un desgraciado sainete o como una película de Berlanga: la montaña ardiendo porque alguien, por encima de las recomendaciones y del sentido común, no quiso renunciar a su castillo de fuegos artificiales. Sucedió en Cullera el pasado fin de semana. Allí, además de las carcasas,la noche tuvo que iluminarse con el fuego que devoró tres hectáreas de monte. Todas las advertencias recomendaban posponer el castillo. El consistorio sin embargo decidió continuar con la fiesta. Y la fiesta acabó en desastre.

Quizá tres hectáreas de monte quemado no sean mucho. Al menos el alcalde de la localidad lo considera una insignificante minucia. Es cierto que, afortunadamente, no hubo que lamentar pérdidas personales. Quizá tampoco grandes pérdidas materiales. Pero el fuego bien podría haberse llevado por delante toda la montaña. Y entonces sí que habríamos asistido a una auténtica catástrofe. Una catástrofe que habría sido perfectamente evitable.

Supongo que es cuestión de prioridades y las suyas, desde luego, estuvieron bien claras desde el primer momento. Para él la fiesta era lo que verdaderamente le importaba. El Consorcio Provincial de Bomberos de Valencia no dejó lugar a segundas interpretaciones. En un fax remitido al ayuntamiento el pasado 26 de abril afirmaba claramente que “quedan prohibidos los espectáculos pirotécnicos que vayan a celebrarse en terreno forestal o en la franja de 500 metros alrededor del mismo”.

El consistorio hizo caso omiso de la advertencia en un gesto que comienza a ser tristemente habitual por estos lares: por encima del sentido común, por encima de la racionalidad y, por supuesto, por encima de la normativa está el capricho del político de turno. Y la fiesta, claro. Eso es incuestionable.

El de Cullera no ha sido el único incendio que hemos vivido estos días. Lamentablemente. Losa últimos días hemos tenido uno en el Montgó, otro en Segorbe y la semana pasada hubo otro más, cerca de Torrent. Sin embargo la negligencia del alcalde de Cullera y la de la corporación local que dirige me parece especialmente sintomática de la situación que vive la Comunitat en los últimos años. En cierto modo es nuestra gran metáfora. Valencia vive al borde del incendio –cuando no está abiertamente en llamas– mientras la clase política hace caso omiso de la situación de emergencia. En una realidad paralela solo viven para que siga la fiesta y, mientras tanto, la realidad más cotidiana está continuamente amenazada.

La imagen, en cierto modo, me recuerda aquella visión caricaturesca que la película Quo Vadis? daba del Gran incendio de Roma. El tirano Nerón canta en su palacio por encima del desastre mientras, a sus pies, la ciudad arde y el destino y las esperanzas de las personas son triste pasto de las llamas.

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