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Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad.

Peor de lo que parece

Donald Trump.

Javier Pérez Royo

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El título del artículo es traducción parcial del libro de Thomas Mann y Norman Ornstein (“It is even worse than it looks: how the American constitucional system collided with the new politics of extremism”), uno de los numerosos libros publicados recientemente en los Estados Unidos en los que se intenta dar razón del porqué del acceso a la Casa Blanca de Donald Trump.

Lo que en la literatura americana se está subrayando es que la polarización no ha llegado de un día para otro, sino que se ha ido infiltrando a lo largo de décadas antes de llegar a la presidencia de los Estados Unidos. En el impeachment de Nixon en los años setenta, aunque el partido republicano se resistió inicialmente casi con la misma intensidad que lo ha hecho en el impeachment de Trump, una vez que la evidencia acerca de la conducta del presidente en el caso Watergate salió a la luz, el partido republicano aceptó que el presidente Nixon tenía que ser removido del cargo. Con Trump, aunque la evidencia incriminatoria era todavía mayor, el partido republicano se ha negado a tomarla en consideración.

Lo ocurrido en el partido republicano tras el impeachment de Nixon hasta hoy explica el porqué de esta distinta manera de reaccionar. Desde los mandatos de Ronald Reagan en adelante, el partido republicano se ha ido convirtiendo progresivamente en un partido antisistema, que no acepta la legitimidad de la oposición por el partido demócrata, deslizándose de esta manera hacia una suerte de autocracia.

Trump es el producto final, por el momento, de este deslizamiento. La estrategia republicana posterior al impeachment de Richard Nixon ha conducido no solo a una polarización de las élites políticas, sino también a una polarización extrema del cuerpo electoral. Las elecciones de 2004 pueden ser consideradas como la línea divisoria en ese proceso de polarización política del cuerpo electoral.

Karl Rove, el director de la campaña de George Bush, al estudiar las encuestas, advirtió que el número de votantes indecisos, que podían oscilar entre el partido republicano y el demócrata, había descendido dramáticamente, pasando de 1 a 5 a menos de 1 a 10. De ahí el desplazamiento de la estrategia centrista tradicional a la estrategia extremista, que ponía el énfasis en la rabia y el miedo. Dicha estrategia echaría raíces en el sistema político americano, habiendo ido progresivamente a más y con tendencia a permanecer en el mismo en el tiempo en que es posible hacer predicciones.

La retroalimentación polarizadora entre las direcciones de los partidos y los electores se ha instalado para quedarse, haciendo que la realidad sea incluso peor de lo que parece, concluyen los autores del libro cuyo título he tomado prestado.

No está pasando solo en los Estados Unidos. El virus de la polarización va camino de convertirse en una pandemia política, contra la que no sabemos todavía como defendernos. No han sabido hacerlo hasta el momento en Estados Unidos. Tampoco lo estamos sabiendo hacer en Europa. Las defensas que se habían ido construyendo en todos los Estados Democráticos después de la Segunda Guerra Mundial se han ido debilitando desde comienzo de siglo y ya han caído en determinados sitios. Tras lo ocurrido en Turingia, a pesar de la inmediata reacción de la CDU, la intranquilidad ha subido de nivel.

España es el último país europeo occidental que se constituyó democráticamente. Y lo hizo de la forma en que lo hizo. Con un centro derecha (UCD) que se deshizo casi inmediatamente después de la entrada en vigor de la Constitución. Un partido de extrema derecha (AP), nacido para proyectar la herencia del Régimen del General Franco en la Constitución de la democracia, se quedaría en régimen de monopolio con todo el espacio electoral de la derecha (PP). En su interior renacería fortalecida la extrema derecha, tras el fracaso de dicho partido en gestionar la integración de Catalunya dentro del Estado. En España la polarización no necesitaba infiltrarse, porque estaba infiltrada desde el origen. Desde antes de que se empezara la construcción del sistema político de la democracia. El renacimiento de la extrema derecha de Vox simplemente ha venido a recordarnos de dónde venimos y qué asignatura tenemos todavía pendiente de aprobar.

De ahí que la conclusión de que las cosas son todavía peor de lo que parecen valga también para nuestro país.

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