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Ruido y silencio

Una historia del Madrid oculto

Fotograma de la película 'Deprisa, deprisa', de Carlos Saura (1981)

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Hay un libro que ha hecho saltar por los aires el pavimento de Madrid, dejando al descubierto la negrura con la que algunos de sus macarras han tiznado la vida en lo más profundo de sus calles. Lo firma Iñaki Domínguez y se titula 'Macarras interseculares' (Melusina). Tal y como dice el subtítulo, viene a ser una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros; un relato coral donde las voces de los más chulos se cruzan con las voces de los artistas que viven la calle, nombres como el Coleta, o el fotógrafo Alberto García-Alix, pasando por el editor y activista Servando Rocha, son algunos de los referentes culturales de este jugoso ensayo. 

Desde los primeros puticlub de Costa Fleming, hasta la sombra de las Colmenas del parque Calero donde vivían muchas querindongas del ejército en los tiempos de Franco, el libro es un paseo prieto por la memoria del Madrid prohibido. Un ensayo que arranca en los años cincuenta, cuando todo empezó con la primera edad del desarrollismo y el Jarabo mataba impunemente entre tiro y tiro de coca. Hormigón y portales de lo más kitsch que dan la entrada a edificios con ascensores donde huele a puro.

Luego está el centro, con sus corralas y sus barrios marcados por los jaris de las pandillas de entonces, mucho antes de que la gentrificación acabase con ellos para siempre. Entre medias llegó el jaco, el caballo, la heroína, el burro mortal. Iñaki Domínguez nos muestra su origen. La revolución iraní que trajo consigo la llegada de muchos exiliados ante la amenaza ayatolá y los puso a vender en la plaza del Dos de Mayo. Con el tiempo, la mafia gitana acabaría haciéndose con el negocio que tuvo su centro en las chabolas de la Rosilla, la Celsa, Pitis o las Barranquillas, ahí donde sólo llegan los cundas, los taxi de la droga; un servicio público no apto para todos los públicos.

Durante el recorrido que hace Iñaki Domínguez no falta la música; el sonido de la gitanería que se mezcla con el de la negritud, el rap o el hip-hop original de Torrejón. Luego los bakalas acabarían absorbiendo todo lo bueno y todo lo malo; rayajos sobre la pista de baile en noches de ruta valenciana. Chicos y chicas que salen de casa de madrugada y se entregan al farreo en los afters. Rockers, Mods, tribus y leyendas urbanas. Los bajos de Aurrerá, la leche pantera y los cadenazos de la extrema derecha a todo bicho que oliese a punkarra. No podía faltar el Rock-Ola. Tampoco el Rowland, tal vez el bar más rockero de todo Madrid.

En el trabajo de Iñaki Domínguez hay un poco de todo y un mucho de algo. Fauna de distinto pelaje que menudea por la Conti, en ese territorio de sombras que limita la Castellana con Cuatroca, donde las casas militares dan a la calle Maudes y albergan a los hijos del ejército que se pasan la chuta. Pijos malotes que visten plumas del Pedro Gómez y hacen Kung-fu mientras un loro suena a todo trapo con una cinta de los Chunguitos.

Hacía falta un trabajo así, un ensayo donde quedasen reflejadas las relaciones entre gente tan dispar como Camilo Sesto y el boxeador Dum Dum Pacheco, el legendario púgil que sale en la cubierta del libro disparando su puño a las puertas de Carabanchel sobre su coche molón, un Lotus Cabriolet. Nazis, skinheads, góticos, travelos y chaperos marcando paquete ante padres de familia con el armario a cuestas; currelas y gente de barrio; perdedores que esperan una oportunidad en los márgenes de un callejero secreto que, hasta el momento, nadie se había atrevido a descifrar, y mucho menos a ponerlo por escrito.

Iñaki Domínguez lo ha conseguido, trazando un camino a través de los símbolos propios de la marginalidad, llevándonos de la mano por un territorio que, hasta ahora, había quedado oculto; sólo era visible para los iniciados en el lado salvaje de la vida. En definitiva: un libro para celebrar.

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