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Entre el acoso y la liberación: ciberactivismo de mujeres africanas para hackear el machismo

Aisha Dabo y Mandisa Khanyile durante el encuentro en Madrid.

Icíar Gutiérrez

En noviembre de 2014, miles de mujeres llenaron las calles de Nairobi, la capital de Kenia. Protestaban en apoyo a una mujer que, unas semanas antes, había sido desnudada y agredida por un grupo de hombres en una parada de autobús. Los atacantes alegaron que la víctima, que iba vestida con una minifalda, llevaba ropa “indecente”.

Las imágenes de la agresión se volvieron virales bajo el hashtag #MydressMychoice [mi vestido, mi decisión] en Twitter, que inspiró un movimiento del mismo nombre contra la violencia sexual contra las mujeres.

“Hubo mucha resistencia en las calles contra las protestas. Si ibas de color morado significaba que ibas a ir a la manifestación, así que te acosaban, o trataban de arrinconarte e intimidarte”, Muthoni Maingi, activista feminista keniana que participó en el movimiento. Entonces, explica, las mujeres volvieron a recurrir a Internet para organizarse. “Lo online fue una herramienta para que las mujeres supieran que había puntos de encuentro para formar grupos en sus barrios e ir juntas y seguras a las protestas”, apunta en una entrevista con eldiario.es.

Tres años después, en Senegal, Ndambaw Kama Thiat, junto a Codou Olivia decidió lanzar la campaña #Nopiwouma, que en wolof significa “No me voy a callar”. Habían comenzado a recibir en un blog mensajes personales y comentarios de mujeres que compartían historias sobre violaciones, abusos y acoso. “Se sintió muy desbordada por la cantidad de gente que la llamó y le escribió, así que decidieron iniciar una campaña para que acabar con esta cultura que educa a las mujeres para ser amables y no ofender a los otros”, señala Aisha Dabo, periodista y ciberactivista de Gambia afincada en Senegal.

Mandisa Khanyile es una de las mujeres que están detrás del movimiento 'The total shutdown' [el cierre total], surgido de la campaña #MyBodyIsNotYourCrimeScene [Mi cuerpo no es tu escena del crimen]. Crearon un grupo de Facebook cerrado con más de 70.000 seguidores y reservado para mujeres y personas no binarias que quieran compartir su testimonio sobre violencia machista.

Fue también la semilla de la marcha que protagonizaron miles mujeres de toda Sudáfrica el pasado 1 de agosto que acabó con la entrega de 24 demandas al Gobierno, el Parlamento o el Tribunal Supremo en las que enumeraban los pasos a seguir, con plazos estipulados, para acabar con la violencia de género, que deja cifras elevadas en el país.

Muthoni Maingi, Aisha Dabo y Mandisa Khanyile son algunas de las ciberactivistas que participaron a finales de enero en el encuentro Influencia e Innovación Digital en la Lucha contra las Violencias MachistasInfluencia e Innovación Digital en la Lucha contra las Violencias Machistas organizado organizado por Oxfam Intermón en Madrid.

Según las últimas estimaciones de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, África experimentó en 2018 la mayor tasa de crecimiento en el acceso a Internet: de alrededor del 2% en 2005 a más del 24% de la población africana el año pasado. En 2015, un estudio de la consultora Portland Communications reveló que uno de cada diez hashtags africanos más populares ese año estaban relacionados con cuestiones políticas, frente al 2% en EEUU o Reino Unido.

Las tres activistas coinciden en la misma idea: el cada vez mayor acceso a Internet y a la tecnología en África, así como el auge del ciberactivismo, han multiplicado las posibilidades para las mujeres que defienden sus derechos en la red, a veces ayudándolas a sortear restricciones a la libertad de expresión. Sin embargo, la red se vuelve a menudo contra ellas por el acoso o la violencia machista que enfrentan en estos espacios en forma de intimidación, publicación de información privada, insultos o amenazas.

“Antes de las redes solía sentirme sola como activista”

“Es un poco menos peligroso decir ciertas cosas detrás de un teclado. Hay países en nuestro continente donde la Policía nos calla la boca, en mi país es común que te multen cuando protestas. Estar detrás de una pantalla te mantiene lejos de estas multas”, dice Khanyile entre risas. “La red nos permite movilizar de forma masiva con un clic. Con una campaña, puedes llegar a miles de personas. Tenemos muchísimo que aprender, por ejemplo poder llegar a las zonas remotas, pero Internet nos da esta posibilidad y de forma segura”.

Khanyile se define como “feminista crítica negra”, lo que le ha hecho enfrentarse a todo tipo de insultos a raíz de su activismo online. “Implica ser foco de muchas críticas, implica ser golpeada constantemente, incluso me han llamado terrorista. Sin embargo, te libera, te da sentido de comunidad y la certeza de que estás marcando la diferencia”, agrega la activista sudafricana.

Para Dabo, esta violencia es la traducción de la discriminación que las mujeres sufren fuera de Internet. “La red tiene la tendencia de que la violencia se vuelve personal y cuando los ataques llegan en masa es difícil lidiar con ellos. Algunas de las cosas negativas que pasan en Internet lo hemos experimentado en nuestra sociedad. Cuando por ejemplo eres una mujer y opinas, también en el lugar de trabajo, cuando dices que eres feminista, con todas las connotaciones negativas que tiene...no es fácil. La mayoría de las veces, la violencia online que he visto tiene que ver con opinar sobre asuntos políticos”, apunta.

Maingi, de Kenia, experta en innovación digital, se muestra preocupada por los efectos que pueden tener estos ataques: que las usuarias se autocensuren o acaben abandonando esos espacios, a su juicio, son necesarios para transformar las sociedades africanas. “Muchas mujeres han preferido retirarse porque las amenazas y el acoso que sufren”, recalca, antes de recordar que se trata de un tipo de violencia que afecta a mujeres de todo el mundo. De acuerdo con una encuesta elaborada en 2017 por Amnistía Internacional en ocho países, el 23% de las usuarias asegura haber sufrido acoso y abusos online. En España este porcentaje se situó en el 19%.

“Aunque recibimos muchos ataques por opinar, por ser activistas de los derechos de las mujeres en Internet, hay mucha solidaridad y aprendizaje que hace que nunca me vaya a marchar de este espacio, me niego a ello”, enfatiza la joven keniana, actualmente jefa de campañas digitales en Oxfam Internacional. Aquí está, a su juicio, otro de los puntos claves de este fenómeno, la posibilidad de que las activistas feministas de distintos países se conecten entre ellas y tejan redes de solidaridad.

“Yo siempre me he considerado feminista, pero antes de las redes sociales solía sentirme sola o que pertenecía a una minoría. Internet me ha expuesto a la sororidad, no solo en mi país, sino con activistas de otras regiones de África. Me ha traído también mucho aprendizaje, porque mi perspectiva era académica era blanca y occidental. Con Internet he accedido a otras voces africanas, negras, aprendí qué es el feminismo queer”, subraya.

Mecanismos de defensa

Dabo insiste también en esta misma idea, la facilidad para conectar a personas que viven en distintas partes del continente. “Lo más bonito que ha permitido Internet, es que la solidaridad africana ha crecido. Cuando algo ocurre en un país, con que otra persona de otro país pueda retuitearlo tiene efecto en la gente”. Habla por experiencia propia. Es coordinadora de proyectos de Africtivistes, liga panafricana de distintos profesionales ciberactivistas que trabaja en democratización y derechos humanos. En la actualidad cuentan con 200 miembros en 40 países.

Desde la organización hacen campaña por el acceso a Internet, por la libertad de expresión y de opinión, denuncian la represión y apoyan a otros ciberactivistas del continente para superar la censura de algunos Gobiernos. “Acabamos de finalizar un entrenamiento en ciberseguridad y mecanismos de defensa de un año en 10 países”, explica.

“Tenemos una red privada, algo más segura, donde compartimos nuestras campañas o enseñamos cómo mandar mensajes que se autodestruyen una vez leídos, emails encriptados, cómo proteger tus datos, usar de forma anónima Internet o publicar un post de forma segura y protegiendo tu privacidad en países que deciden qué páginas web cerrar”, prosigue. ¿Y qué le aconsejaría a una mujer que sufre acoso en la red? “Antes solía pensar que las mujeres tienen derecho a subir, por ejemplo, las fotos que quieran, ¿por qué hay que anticiparse a lo que hagan otros, al miedo a los comentarios? No es justo. Pero con el tiempo he cambiado mi postura, tenemos que pensárnoslo, porque lo que publicamos en Internet, ahí se queda”.

En este sentido, señala cuál es, a su juicio, una de las principales amenazas que van a pesar sobre el ciberactivismo feminista en el continente en los próximos años. “Los Gobiernos están aprobando leyes anti Internet y también hay una tendencia a que haya más y más apagones en los países por razones políticas. Tengo miedo, pero tengo todavía esperanza”, esgrime.

Un ejemplo es el de Uganda, donde el pasado mes de julio, entró en vigor una ley que impone una tasa diaria a quienes usen plataformas como Facebook, WhatsApp, Viber o Skype. Por otro lado, el último informe Transparencia elaborado por Facebook muestra que algunos gobiernos del continente han solicitado cortes de Internet, entre ellos Camerún, República Democrática del Congo, Sierra Leona y Sudán del Sur.

Maingi, por su parte, reclama a los Estados más protección a las mujeres en el ciberespacio contra la violencia. Khanyile pone de nuevo sobre la mesa las demandas de su movimiento para acabar con la violencia machista. “En Sudáfrica tenemos una de las constituciones más progresistas del mundo. Sobre el papel es difícil ser como nosotros, pero el problema viene en la implementación”.

Con vehemencia adelanta que, tanto ella como sus compañeras seguirán trabajando para proteger a las supervivientes de violencia. ¿Su herramienta? De nuevo, la red. A través de la página de Facebook The Black Woman Healing Garden [El Jardín de Sanación de la Mujer Negra] las mujeres negras pueden entrar en contacto con un grupo secreto que les proporciona un “espacio seguro” para que se recuperen sin miedo. “Queremos que se sientan menos solas y puedan sanar”, sentencia antes de coger su móvil para hacerse un selfi con Dabo y Khanyile en forma de despedida.

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