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“Los funcionarios violaban a los presos con las porras y les contagiaban el sida”

Nadejda Atayeva, activista de Uzbekistán, tuvo que huir de su país de origen y vive como refugiada en Francia \ Foto: Alejandro Navarro Bustamante

Laura Olías

Nadejda Atayera huyó de su país, Uzbekistán, en Asia Central, presa del miedo en el año 2000. Dándose la vuelta en cada esquina, huyendo de las personas a las que antes habría acudido al sentirse amenazada: la policía, la justicia, el Estado. “Mi padre era un hombre del gobierno, pero cuando tocó los intereses de algunas personas afines al presidente, ordenaron su detención”, cuenta en una entrevista con eldiario.es. Un fiscal que tenía la orden de detenerlo le advirtió de lo que se avecinaba: “Era su amigo y le dijo que huyera, que lo torturarían. Mi padre no le creía hasta que le enseñó una fotografía de un exministro mutilado. Le habían amputado las piernas”.

Nadejda Atayera, de 57 años, se remonta a marzo de 2000 con la emoción empañada en los ojos. El mes en el que todo cambió, en el que dejó su acomodada vida y empezó un recorrido en la clandestinidad, en busca de protección internacional. No la encontró hasta años después, en Francia, donde vive en la actualidad como asilada política y desde donde preside la Asociación para los Derechos Humanos en Asia Central. Con motivo del Día Internacional en Apoyo de las Víctimas de la Tortura, que se celebra este viernes 26 de junio, recuerda las numerosos denuncias de malos tratos a presos en su país que llegan a su asociación.

Nadejda coge un papel y parte un trocito de no más de un octavo de folio. Lo dobla por la mitad y enrolla con cuidado hasta que lo reduce a un pequeño rollo. “Las cartas llegan a nosotras así. Las enrollan y las envuelven con un pequeño plástico, fundido por los extremos con una cerilla. Se los pasan a familiares de los presos. Si son mujeres se lo meten como en un tampón, dentro del cuerpo. Si son hombres, se lo guardan en el hueco anal para pasar los controles a la salida”.

Uzbekistán es uno de los países donde la tortura es “una práctica endémica” en su sistema de justicia penal, apuntan desde Amnistía Internacional (AI), organización que ha invitado a Nadejda Atayera a España para contar su testimonio. AI inició en 2014 la campaña Stop Tortura, en la que denuncia la tortura como una “crisis global”.

157 países han ratificado la Convención de las Naciones Unidas contra la Tortura, pero en 141 estados analizados AI ha registrado tortura y otros malos tratos en los últimos cinco años. El 82% de los analizados en su informe anual de 2014. “En algunos países es muy poco frecuente; en otros está generalizada”, explican. “Un solo caso es inaceptable”.

El Comité contra la Tortura de la ONU recordó el pasado mes a España varias recomendaciones, repetidas por el organismo, que sigue sin aplicar, como la imprescriptibilidad del delito de tortura y el cese del régimen de incomunicación.

Las cartas de los presos que recibe la ONG presidida por Nadejda contribuyeron al informe sobre tortura en Uzbekistán elaborado por AI, que también ha documentado estos abusos en Filipinas, Marruecos, México y Nigeria. “En una carta, firmada por 120 presos, todos musulmanes, cuentan cómo les violaban en la cárcel con las porras de los funcionarios. Además, si uno tenía sida, le violaban primero y después violaban a los otros con la misma porra, a los que contagiaban la enfermedad. Les decían: 'Sois todos musulmanes, sois todos hermanos, tenéis que compartirlo todo, incluso el sida”, relata Nadejda.

Tortura como método de inculpación

En la Convención de la ONU contra la Tortura se entiende ésta como todo acto que se inflija intencionadamente por parte de un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas. La intención generalmente es obtener de la víctima información o una confesión. Sea como sea. Otras veces simplemente funciona como método de coacción. “Las principales acusaciones en Uzbekistán son el terrorismo, el acoso al régimen constitucional, la participación en organizaciones prohibidas y la distribución de libros prohibidos”, dice Nadejda.

Ella, su padre y varios miembros de su familia fueron acusados de robar grandes cantidades de dinero a la industria uzbeka del trigo, que dirigía su padre. Según relata Nadejda, su padre descubrió una serie de irregularidades en las cifras sobre la producción y venta del trigo en Uzbekistán. “Habló con el presidente Islom Karimov de manera cordial, dijo que atendería el caso”. Días después, las pérdidas que había detectado su padre tenían su nombre en una orden de arresto: le acusaban de haber robado. “Sus hallazgos chocaban con los intereses de algunas personas afines al presidente”, dice Nadejda.

Según el informe monográfico de AI sobre la tortura en México, el número de denuncias (1.505) se ha multiplicado por seis entre 2003 y 2013. De nuevo, los testimonios dan cuenta de la brutalidad estatal, que pretende arrancar confesiones a golpes. “¿Dónde están las armas?, ¿dónde está la droga”, le decían a Ángel Amílcar Colón, un migrante hondureño al que detuvieron y torturaron las autoridades mexicanas, según documenta AI. “Le colocan una bolsa en la cabeza varias veces hasta quedar inconsciente para hacerlo volver en sí a base de golpes”, contó a eldiario.es su abogada Denise González.

Una lista de verdugos

El Relator Especial de las Naciones Unidas para la Tortura, Juan Méndez, tras su visita a México en abril y mayo del pasado año, afirmó que “la tortura se ha convertido en un modo habitual de investigar delitos” en el país. Según apunta Nadejda Atayeva, la presión de la comunidad internacional es fundamental para acabar con esta práctica. “Desde hace once años Uzbekistán no permite entrar a relatores de la ONU y cerró la oficina de Human Rights Watch. Amnistía Internacional tampoco puede entrar”, condena la activista.

Entre las medidas recomendadas por AI para enfrentar esta lacra figuran las inspecciones independientes de los centros de detención, el acceso con prontitud a un abogado y la existencia de tribunales independientes en las acusaciones de torturas. La ONG pide a los gobiernos que no cierren los ojos ante las vulneraciones de derechos humanos. “Es vergonzoso que muchos gobiernos, incluido el de Estados Unidos, hagan caso omiso de terribles torturas, aparentemente por miedo a incomodar a un aliado en la guerra contra el terror”, apuntó el director del Programa Regional para Europa y Asia central de la ONG a propósito de Uzbekistan.

Uzbekistán tienen directivas que prohíben expresamente la tortura. “Pero se sigue cometiendo, la impunidad es total”, dice Nadejda, por lo que propone una mayor presión, de la comunidad internacional y de activistas, a través de mecanismos como una lista pública de torturadores y verdugos, una 'Stop Lista', dice. “Para que se conozca a estos verdugos y para que la gente de la Administración tenga miedo, que sepan que sus actos no van a quedar impunes”. Entre 2010 y 2013 once policías fueron declarados culpables de tortura en Uzbekistán.

Nadejda recuerda cuando se vio sola, cruzando a pie la frontera con Kazajistán, con su hija en una mano y su hermana pequeña en la otra. Y entonces caen las lágrimas que ha sostenido durante la entrevista. “Se necesitan mecanismos y presión porque la indenfensión es enorme. La debilidad de una persona frente al Estado es total”.

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