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L’Olivera: vino, aceite, tierra y trabajo solidario

L’Olivera: vi, terra i treball solidari

Tomeu Ferrer

Barcelona —

Si se busca L’Olivera en Google, la primera respuesta es: L’Olivera, cooperativa, vinos y aceites. Después de visitarla veo que es una buena síntesis, pero en la definición le faltan cosas. Por ejemplo, su situación, en Vallbona de les Monges, en una parte del Urgell (Lleida) no tan conocida como otras. Es cierto, es cooperativa, pero a la vez es una entidad agraria, de trabajo asociado y también realiza una notable tarea de inserción para personas con discapacidades. Y aún más, L’Olivera tiene una poco disimulada ambición de producir calidad respetando el medio. La simbiosis con la tierra y las personas que trabajan es otra obsesión que se palpa entre los miembros de l’Olivera, sólo hay que ver sus etiquetas donde las palabras que más se repiten son tierra y gente.

L’Olivera es una entidad, una cooperativa que agrupa a 67 personas. Se sitúa en Vallbona de les Monges, un lugar con pequeñas colinas y perfil ondulado. Concretamente en una estribación de la Vall del Corb. Bueno, también hay un centro en Collserola (Barcelona), pero a eso ya llegaremos.

En Vallbona la gente de l’Olivera trabaja viñas y olivos y transforman sus frutos. Los vinos y aceites se producen en las fincas, de propiedad o arrendadas, de secano, que cultivan con criterios de agricultura ecológica. Los vinos surgen de la uva que se daba tradicionalmente en esa zona, variedades blancas (macabeo, parellada, garnacha blanca, xarelo, malvasía, chardonnay). Aunque últimamente han entrado en la uva para vino tinto (garnacha, monastrell , trepat ..). Las aceitunas con las que producen el aceite son arbequinas. En la bodega del centro se elabora el vino y a pocos metros de esta instalación está el molino donde se transforman las aceitunas en aceite.

A esta realidad se ha llegado después de un largo camino. Comenzó hace 40 años. Una aventura que pide ser escrita con detalle y que se va transformando, como todo. Fue en 1974 cuando un grupo de jóvenes ilusionados aterrizaron en Vallbona con la ambición de crear algo alternativo. Eran cuatro, explica Carles de Ahumada, actual director general. “Había un gran interés en poner en marcha un proyecto colectivo con nuevos valores, cristianos en unos casos y de transformación en otros”. Se trataba de poner en marcha una comunidad, que además de trabajar la tierra se ayudara a gente con dificultades: discapacitados, presos, personas sin apoyo familiar. De estas en el núcleo inicial había dos. En ese momento para dar una definición legal se consideró que el concepto cooperativa era el más adecuado.

Viendo la pulcritud de las instalaciones actuales de L’Olivera se hace difícil imaginar los tiempos heroicos. Ahora hay varios edificios adaptados a las necesidades de trabajo y convivencia. En sus inicios, cuentan, recibieron cobijo en la casa de los maestros, cedida por el ayuntamiento porque con la concentración escolar se habían cerrado las aulas en Vallbona.

Las fincas que gestionan desde L’Olivera producen, según los años, entre 180.000 y 230.000 kilogramos de uva que se transforma y embotella en las propias instalaciones. El vino se distribuye en cinco marcas fruto de las composiciones varietales y los diferentes coupages desarrollados. Desde 2008 se producen también vinos tintos. Vinos espumosos y el proyecto Rasim, un vino dulce del que se hace a partir de una variedad de vino blanco y otra de negro. La producción de aceite se halla en un estadio más inicial, aunque ha requerido una fuerte inversión tecnológica.

La dirección de todo el ámbito agrario y tecnológico va cargo de Pau Moragas, un ingeniero agrónomo y enólogo que, con paciencia y entusiasmo, nos muestra fincas e instalaciones donde trabajan los socios de la cooperativa.

Tanto Pau como Carles cuentan, con la experiencia del tiempo pasado, que casi desde los inicios se emprendieron caminos contra corriente. “Si los agricultores de la comarca tenían la obsesión de dejar de cultivar la vid o el olivo porqué daban mucho trabajo y ellos tenían poca mano de obra por falta de relevo generacional, nosotros buscábamos lo contrario: trabajos que necesitaran muchas manos, porque así nos ocupábamos. Esto es cierto también ahora. En las bodegas de l’Olivera se ven personas haciendo tareas manualmente, con detalle, cómo poner etiquetas a las botellas. En el campo se están podando las viñas, cuidadosamente, mirando incluso la estética resultante de las cepas.

La vida de la cooperativa no ha sido fácil. El director general recuerda cuando se produjo un profundo debate interno en 1982 y se decidió priorizar una cierta formalización del proyecto, profesionalizando su funcionamiento, buscando a partir de aquel momento productos con valor añadido, de gran calidad. Carles de Ahumada, repasa cada nueva construcción de instalaciones y las relaciona con una serie de siglas de entidades e instituciones oficiales o privadas a las que para financiarlas se pedían ayudas o créditos: Comisión tripartita, Fondo Social Europeo, Fondo Leader, fundaciones tanto privadas como ligadas algunas cajas de ahorros; créditos o pólizas de crédito. Todo ha servido para sacar adelante el proyecto y al mismo tiempo ha supuesto grandes esfuerzos al colectivo para hacer frente al capital e intereses resultantes.

Un ejemplo de la evolución de los tiempos es la última inversión que supuso un gasto de 1,8 millones, hecha en 2007, y que se financió a través de la cooperativa de servicios financieros, Coop57, que emitió títulos participativos suscritos por particulares en muy poco tiempo. De las subvenciones a la financiación colectiva, un largo camino que muestra la maduración de la cultura cooperativa.

Todo ello se financia con la venta del vino y del aceite elaborado en la cooperativa, que se distribuye por varias vías. Una directamente en la bodega, otra a través de su página web y también se sirven directamente a tiendas especializadas y restaurantes.

Siguiendo una constante de esta cooperativa y a pesar de la crisis la facturación ha ido creciendo. El año pasado lo hizo en un 19%. Pero para acelerar el proceso se ha de incrementar la producción, ahora de vinos tintos, asegura Pau.

No todo el monte es orégano, la falta de liquidez hizo que el año pasado los cooperativistas decidieran bajarse el sueldo un 5%. Con total claridad explican que el abanico salarial tiene muy poca amplitud. Los que más cobran, en función de su responsabilidad, reciben un 1,7 veces más que los que menos perciben, exceptuando los trabajadors en inserción que reciben el salario mínimo. Todo con plena transparencia, porqué las reuniones del consejo directivo son abiertas a todos los socios.

Sea como sea siempre se ha intentado que a finales de cada año haya algún tipo de excedente, que es como se denominan los beneficios en el mundo cooperativo. Con este dinero, que han oscilado entre 6.000 y 30.000 euros según las temporadas, se dota una fundación a la que se destina el 0,7% de las ganancias. Esos fondos van a proyectos de solidaridad especialmente con varios países de centro y Sudamérica.

La hora de comer reúne en el comedor de la cooperativa a todos los socios. En este momento, mientras Pau yCarles hablan del esfuerzo que se hace en formación técnica visitando proyectos de los que se pueda aprender algo, surge surge una cuestión clave: el tamaño de la cooperativa. Hay debate sobre ello. Por un lado está la ambición de seguir creando puestos de trabajo tanto en el ámbito agrario como en el asistencial. El argumento a contrario habla de la dificultad de crecer más sin perder el alma en el viaje. Parece que la síntesis es trabajar en red. En l’Olivera han optado por clonar el proyecto, lo que se hace en Barcelona, donde se ha llegado a un acuerdo con el ayuntamiento, interesado en cultivar las viñas que tiene en Collserola. Con esas viñas se produce vino que se destina a los regalos corporativos del consistorio. En la finca de Can Calopa trabajan 12 personas de l’Olivera.

La continudiad en un proyecto como éste se debe fundamentalmente por la tozudez de sus miembros. Pero también se ha conseguido gracias a muchas ayudas personales. Desde los agricultores de la zona que los acogieron en sus inicios, les dieron trabajo, luego les alquilaron tierras y en algunos casos se las han vendido a otras aportaciones individuales. Así, el patriarca de la familia Juvé y Camps, la afamada marca de cava, que les ayudó a producir sus primer vinos. O el diseñador Claret Serrahima, que ha elaborado toda la imagen de marca y con quien la cooperativa colabora en el proyecto de vino dulce Rasim, y tantos otros.

Siguiendo la lógica cooperativista, desde l’Olivera también se colabora con otros proyectos similares. Se comercializan lotes de productos donde además del vino y el aceite propios, incluyen galletas de El Rosal, hechas por asociación Alba, un Centro Especial de Empleo de Tàrrega. También hay infusiones de la cooperativa Sambucus o turrones y quesos de la zona. Son los “detalles con valor” que venden desde hace poco. Otro intercambio en marcha se hace con Ergosum, un producto de la cooperativa Encís que comercializa cajas de regalo con experiencias de ocio de diversas temáticas. En su caso, apuestan por el enoturismo.

Todo a la sombra del impresionante monasterio del siglo XIII donde desde siempre vive una pequeña comunidad de monjas que da el nombre al pueblo .

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