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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Golpe a golpe

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, durante el Pleno del Senado que ha dado luz verde a la aplicación del artículo 155 en Catalunya

Roberto Uriarte

Han pasado más de cien años, pero conservan intacta su fuerza las palabras que le escribía Unamuno a su amigo Azorín en 1907: “Merecemos perder Cataluña. Esa cochina prensa madrileña está haciendo la misma labor que con Cuba. No se entera. Es la bárbara mentalidad castellana, su cerebro cojonudo (tienen testículos en vez de sesos en la mollera)”. En los últimos días no hemos dejado de oír la palabra golpe de Estado. Algunos la usan para referirse a la ley de transitoriedad catalana, otros al artículo 155. La historia empezó mucho antes, pero no cabe duda de que el elemento desencadenante fue el recurso que en su día puso el PP contra un estatuto aprobado por los parlamentos catalán y español y refrendado por la ciudadanía. El recurso fue admitido y el Tribunal amputó preceptos que siguen estando en vigor en otros estatutos. Algunos empezaron a hablar de golpe de Estado.

A partir de ahí, todo ha ido a peor, hasta desembocar en una ley de transitoriedad que proclama la República catalana, sin proceso constituyente y sin la mayoría cualificada exigida en cualquier Parlamento para cambiar las reglas de juego y reformar el poder constituido. De nuevo no falta quien habla de golpe de Estado, pero desde el otro bando. Y luego ha llegado también el artículo 155, que nos vendieron con el objetivo de frenar la declaración de independencia. Se frenó y el 155 siguió su marcha. Luego vino una segunda exigencia, que esta vez sí que lo pararía: la convocatoria de elecciones. Parece que los mediadores convencieron a Puigdemont, que ya iba a anunciarlas. Al conocerse que se iban a convocar, se produjo una quiebra en el bloque independentista y empezaron las dimisiones. Puigdemont pasaba para muchos de héroe a traidor. Se había conseguido matar muchos pájaros de un tiro. No había declaración, había elecciones y por el camino, el bloque independentista se resquebrajaba. ¿Objetivo logrado? Pues tampoco. El artículo 155 continuaba su marcha inexorable y ya nada parecía suficiente para parar el proceso.

Y vuelven a oírse voces hablando de golpe de Estado. Para mí, el término que define con mayor precisión el fenómeno que estamos viviendo es el de involución democrática. Según la RAE, es involución la “detención y retroceso de una evolución biológica, política, cultural, económica, etc.”. Pues eso, a lo que estamos asistiendo últimamente es sin duda a un retroceso en la evolución política, pero también en la cultural, en la económica y en el caso de algunos representantes de la vieja clase política, podríamos decir que incluso en la biológica, hacia comportamientos más propios de otras fases evolutivas.

Eran muchas las voces que criticaban el recurso al 155. El propio gobierno había dicho antes que no haría falta recurrir a él. El PSOE lo había rechazado también explícitamente. Pero no sólo lo han acabado poniendo en marcha, sino que parece que ha adquirido vida propia y que ya nada puede detenerlo. Cada día se le van agregando nuevas exigencias. El gobierno ya no habla de utilizarlo para algo concreto, como evitar la DUI o forzar unas elecciones anticipadas. Ahora el objetivo es extremadamente abierto, casi omnicomprensivo: se trata de recuperar la convivencia en Cataluña. Ahí es nada. Es el cajón de sastre que permite intervenir en cualquier espacio, desde la educación hasta los medios de comunicación, en que el gobierno considere que puede mejorar la convivencia y la pluralidad, por supuesto que de acuerdo al criterio gubernamental de convivencia y pluralidad.

Resulta un poco ridículo tener que recordar que en democracia, la convivencia y la pluralidad se articulan mediante instrumentos democráticos, de acuerdo a los cuales al Partido Popular le corresponde contribuir con la representación del 8,5 % de votos que posee en Cataluña a la conformación de lo que debe entenderse por convivencia en Cataluña. Para garantizar la democracia y la convivencia están todos los instrumentos ordinarios de la Constitución y de la vida democrática. La democracia también posee instrumentos de excepción, pero, como el propio nombre indica, estos sólo son para reaccionar excepcionalmente ante incumplimientos puntuales y concretos y para conseguir objetivos puntuales y concretos; y por supuesto, sólo una vez agotados todos los demás recursos posibles. Utilizar instrumentos de excepción para obtener resultados genéricos, amplios y susceptibles de interpretaciones diferentes, como es el supuesto de una buena convivencia entre diferentes, supone matar moscas a cañonazos. Y los cañonazos, además de no acertar a las moscas, suelen producir algunos destrozos.

Si la ley de transitoriedad limitaba los derechos de participación política de la mitad de la población catalana no independentista, esta interpretación del artículo 155 limita todo tipo de derechos de las dos mitades de la población catalana y de rebote, del resto de la población. Una involución democrática importante; una bola de nieve que nadie va a poder controlar. Y mientras, sigue de presidente del gobierno quien recogió las firmas contra el estatuto aprobado por la ciudadanía y los dos parlamentos. El mismo que dijo que se tomarían medidas políticas que harían innecesario recurrir al 155. El mismo que garantizó que no habría urnas, ni haría falta violencia para que no hubiera urnas. Ahora también nos garantiza que conseguirá ejecutar el 155. Habrá que suponer que mediante la colaboración leal e ilusionada de los ejércitos de funcionarios que componen todas las administraciones autonómicas y locales catalanas.

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