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Museos y Escuelas
Supongo compartida la idea de que la educación y la cultura son dos de las palancas más exitosas para cambiar una sociedad. Con la primera se construye una ciudadanía crítica, exigente, con respuestas competenciales suficientes para cuestionar consumos excesivos y actitudes reprochables. Con la cultura accedemos a mundos insospechados, lejanos a nuestro quehacer cotidiano; nos ayuda a entender el valor de la experimentación, de la reflexión, del trabajo colaborativo. Una sociedad que apuesta por la expansión cultural fortalecerá la red de teatros, cines, bibliotecas, centros culturales y museos.
Detengámonos en estos últimos, porque hace unas semanas se celebraba el Día internacional de los museos con un lema sugerente: “El futuro: recuperar y re-imaginar”. El Consejo Internacional de Museos (ICOM), en coordinación con los ODS 2030, especialmente con el Objetivo 4 (Educación de calidad), diseñó cuatro principios sobre los que pivotar en esta celebración: 1. Abogar por los museos como impulsores de la recuperación ante el COVID-19; 2: Re-imaginar el futuro de los museos y su papel en nuestras sociedades; 3: Promover el intercambio cultural como catalizador de paz entre los pueblos y 4: Implementar los O.D.S de la ONU.
Durante mucho tiempo los museos no han tenido el suficiente atractivo social como para suponer una actividad cultural de masas
No hay duda alguna de la necesidad de esta promoción cultural, porque no son los museos, precisamente, el elemento identificativo del consumo cultural en nuestro país. Según el INE, en la encuesta de hábitos y prácticas culturales en España en 2018-2019, las visitas a museos, exposiciones y galerías de arte ocupaban un grisáceo e intranscendente cuarto lugar, tras la lectura de libros, asistencia a los cines y visitas a monumentos y yacimientos. En el caso de los museos, menos del 50% de las personas encuestadas elegían esta opción solo antes que acudir a eventos musicales, de artes escénicas, visitar bibliotecas o archivos.
Durante mucho tiempo los museos no han tenido el suficiente atractivo social como para suponer una actividad cultural de masas. Bien por su condición de elitista, bien por una propaganda mal dirigida o por propia impericia institucional, el museo ha languidecido en los márgenes educativos y sociales. Escasamente animaban a romper esta inercia comentarios tan poco afortunados como el que se atribuye al propio Picasso, cuando los tachaba de ser sólo un montón de mentiras, a ver en los cuadros sólo nuestras estupideces y pobreza de espíritu. Incluso se atrevió a decir el genial pintor que los habíamos convertido en cosas insignificantes y ridículas.
El museo es un espacio abierto a dejar volar la imaginación. Partiendo de las obras que contemplamos, nuestra interpretación las transforma y ello nos hace crecer, sonreír, identificarnos o rehuir a su autor/a. Nadie queda ajeno a la realidad que ha contemplado en sus salas.
Hay museos emblemáticos que por sí mismos generan destinos de viaje y movilizan millones de personas. Están en auge entre personas que buscan un turismo más cultural, alejado del brillo del sol y playa y sirven para identificar inmediatamente a las ciudades que los acogen. Mencionar el British, Louvre, Hermitage, Moma o El Prado es sinónimo de hablar de Londres, París, San Petersburgo, New York o Madrid. Su identidad eclosiona otros lugares de turismo real o virtual y en ocasiones, como con el Guggenheim, ha servido para colocar la ciudad que lo acoge en el mapa internacional, para satisfacción de una mayoría incrédula con el fenómeno social conseguido por este potente motor cultural.
La mayoría de los museos, sin embargo, se encuentran lejos de esta movilización de masas y sobreviven gracias a ayudas privadas -en ocasiones también institucionales- o al interés y el apoyo de personas que ven en estas entidades focos crecientes de divulgación educativa. Es el caso, por ejemplo, de Gemma Carbó, directora del Museo de la Vida Rural en Espluga de Fancolí, una pequeña población de menos de 4000 habitantes, en el interior de Tarragona. Los dos últimos años y con permiso de esta pandemia que no cesa, ha organizado el Festival de Educación para la Sostenibilidad. Una interesante fórmula que combina el conocimiento del museo con el aprendizaje de las emociones, del pensamiento creativo. En una entrevista, la directora realizó un llamamiento muy ilusionante: cada escuela debería tener adoptado un museo o centro cultural y viceversa. ¡Claro! ¿Por qué no? ¿Qué se pierde por intentarlo? Pues, ¡manos a la obra!
La mayoría de los museos, sin embargo, se encuentran lejos de esta movilización de masas y sobreviven gracias a ayudas privadas -en ocasiones también institucionales-
Trayendo esta idea al ámbito vasco y consultando con la página de la Consejería de Cultura del Gobierno vasco, vemos que están censados 80 museos con tal denominación en la Comunidad vasca. Podemos encontrarlos de todo tipo; desde los clásicos y renombrados templos de pintura en las tres capitales (Artium y Bellas Artes en Vitoria/Gasteiz), San Telmo en Donostia o en el Guggengheim y el Bellas Artes de Bilbao) hasta espacios culturales puramente locales, como los de Farmacia, en Leioa y Plentzia (Bizkaia), el de la Sidra de Astigarraga (Gipuzkoa) o el Histórico de Valdegovía en Álava.
La temática es también de lo más variada; son numerosos los centros dedicados al Arte Sacro (Vitoria y Quejana; Berriz y Bilbao; Diocesano en Donostia), Ciencias naturales (Vitoria, Mañaria, Bergara, Irún, Oiartzun y Urretxu), Marítimos (Plentzia, Bermeo y Bilbao; Pasaia y Donostia) e Históricos (Laguardia, Valdegovía e Iruña, en Álava; Berango, Durango, Gernika, Sopuerta, Bilbao, en Bizkaia; Ormaiztegi y Zestoa, en Gipuzkoa).
Los etnográficos, quizás por ese comprensible deseo de datar los orígenes y formas de vida de nuestros antepasados, son los más numerosos temáticamente (Artziniega, Oion, Pipaon, Zalduondo, Elosu y Vitoria en Álava; en Bizkaia; Ezkio, Irún, Zerain y Zestoa, en Gipuzkoa).
También la Industria tiene un espacio reservado, especialmente en Gipuzkoa (Cementos Rezola, Aia, Eibar, Elgoibar y Legazpia, así como el del Ferrocarril en Azpeitia) y Bizkaia (Muskiz, el de boinas en Balmaseda, Portugalete y el más cercano sentimentalmente, el Museo de la Minería en Gallarta).
Sorprendentemente no es Bizkaia, pese a su apabullante dominio demográfico, quien posee el mayor número de centros museísticos, sino Gipuzkoa, con 36 espacios, seguido de este territorio (28) y de Álava (16). También es Gipuzkoa quien presenta los museos más vinculados al mundo educativo, con centros específicos en Eskoriatza y Donostia, así como los dedicados a actividades medioambientales o Ecomuseos, en Azpeitia, Larraun y Pasaia.
La fotografía -en Zarautz y Zumaia-, los títeres -Tolosa-, la música -Oiartzun-, la moda -Getaria- la Ertzaintza -Vitoria- la tauromaquia -Bilbao- o la Paz -Gernika- son también objeto de culto y exposición.
Pocas cuestiones de ámbito general o particular han quedado en Euskadi fuera del interés museístico. De ahí que, aunque un artista genial como Bansky piense que las paradas de autobús son más interesantes y útiles para el arte que los museos, sigamos pensando que estamos a tiempo de buscar estrategias que vinculen de una forma más cerrada a Escuelas y Museos.
¿Qué museo adoptaremos mañana?
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