Eduardo Rojo se embarca en un viaje lleno de “dolor y supervivencia” a la retaguardia de la Guerra Civil
Cuando estalla la Guerra Civil el 18 de julio de 1936, la vida de todos los españoles cambia completamente. Sin embargo, no todo son historias bélicas y bombardeos. Las consecuencias de la guerra en la vida cotidiana se han quedado, a veces, olvidadas. La historia de supervivencia de Quirce y Leonora, dos gemelos de 12 años que quedan huérfanos cuando asesinan a su padre el mismo día del golpe de Estado, reviven la memoria de ese sufrimiento causado. Palabra por palabra, el periodista Eduardo Rojo transmite con 'El tren del desamparo' “dolor, dulzura y supervivencia”, pero sobre todo la riqueza del mundo rural.
La historia de estos dos gemelos transcurre en un desfiladero, sin la mención explícita del lugar en el que habitan. Aun así, “te da pistas del terreno”, “pinceladas” con las que el lector puede reconocer “perfectamente” el entorno en el que se protagoniza esta trágica historia. “Hay algo que te envuelve en el libro desde el principio. No sabes ni qué año es, ni dónde estás, ni nada. Pero te da tantísimas pistas en las tres primeras páginas, que tú ya estás colocado en la época”, defiende Elena Martínez de Madina, filóloga y miembro de Euskaltzaindia. Nombres como Fulgencio o los de los propios protagonistas te llevan a la conclusión de que, efectivamente, no es una historia basada en los tiempos actuales.
“Es un canto a la naturaleza y a la vida rural”, señala Rojo, quien defiende que los pueblos deben mantenerse vivos. Una de las maneras que ve el autor de hacerlo es alargando la vida del léxico dialectal de los pueblos, pues “los pueblos se están despoblando y eso no significa solo que la gente muere. Cuando se muere la gente, se mueren con ellas las palabras”. Por esa razón, los personajes de este libro mantienen un castellano dialectal. “Son gente de los años 40 o 50 con riqueza léxica, esa riqueza que hoy en día se pierde por la estandarización, por la escuela, la televisión”, abunda Rojo.
Si bien esta es una historia “trágica”, lo cierto es que el lector se va “acomodando” a ese desamparo, tan presente durante toda la novela. “El tono del libro trae consigo la tragedia”, indica el autor. Por eso, los conflictos ocurren de forma “invisible”, se relatan sin hacer especial hincapié en ellos. En un capítulo de los de “tragar saliva”, aparece una violación. Cuando llegó el momento de narrarlo, el autor se paró a pensar cómo hacerlo. Como con el resto de los sucesos, la descripción se queda “a medio camino”. “Es un capítulo duro”, admite Rojo.
Sin embargo, a mitad del relato se le imprime un cambio de ritmo. De repente, aparecen más personas, también recupera antiguos presonajes de otras publicaciones, como los del libro de relatos 'La noche de las 7 lunas', quienes reciben en esta nueva historia más recorrido. Estos personajes secundarios “engordan” la novela. Cada cual cuenta su propia historia, a su manera, de forma “mágica”. Sus nombres tampoco están elegidos aleatoriamente: Manuel Acevedo va a recoger acebos y Valentín el Bravo es “un cobarde”.
El libro fue publicado en junio de este año, pero lleva en el cajón desde 2016, cuando la escribió. Desde entonces, ha presentado 'Matar a un lehendakari', su tercera novela. Las anteriores fueron 'Muerte de un anticuario', 'El haya que lleva escrito tu nombre' y 'La noche de las 7 lunas', novela con la que se dio a conocer como escritor. En un principio, 'El tren del desamparo' se titulaba 'Iniquidad', pero no fue hasta que hubo terminado cuando se dio cuenta de que la historia “es un viaje en el que los niños escapan del tren”. Así, llegó a su título final, pues, “como el tren Santander-Mediterráneo que nació muerto porque nunca llegó a Santander por cuestiones políticas y económicas, estos niños viven también al lado de esa vía muerta; su vida tampoco tiene mucho futuro”.
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