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Entre el miedo y la absoluta normalidad: así ha sido el día cero de paros en Madrid por el coronavirus

Una mujer con mascarilla se cruza con una familia en un paso de cebra de Madrid.

Mónica Zas Marcos

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Una extraña mezcla de parálisis y de absoluta tranquilidad. Así ha sido la primera jornada de paros en Madrid ante las recomendaciones del Gobierno para paliar el coronavirus. La urbe -y mayor foco de infección del país- es una ciudad de contrastes. Así ha quedado patente este miércoles (con pinta de sábado) tras la cancelación de las clases y la reciente implantación del teletrabajo en muchas compañías que trufan su corazón empresarial.

Lo primero ha tenido consecuencias dramáticas para las trabajadoras de escuelas infantiles, comedores escolares y rutas de la Comunidad, que han sido enviadas al paro temporalmente. Los sindicatos están luchando por reubicarlas en puestos de cuidados remunerados durante este periodo para mitigar el impacto económico. Por su parte, muchas empresas han optado también por 14 días de teletrabajo para prevenir riesgos sanitarios y facilitar la conciliación. Algo que, inevitablemente, deja a otros afectados colaterales por el camino.

Algunos bares que sobreviven gracias al bullicio laboral, como el de Julio situado en Nuevos Ministerios, tiemblan ante la reducción de clientes de las próximas semanas. En los desayunos y menús del día se ha empezado a resentir. “Y no tiene pinta de que vaya a cambiar”, se lamenta el propietario del bar Jara. Sin embargo, a la vuelta de la esquina, franquicias como Granier, Starbucks y la tienda de comida rápida saludable Werfresh aseguran que este ecuador de semana no dista en absoluto del anterior. 

Esta disparidad se traslada también a los supermercados de la almendra central. No cabe duda de que el desasosiego se ha trasladado a los hogares ni de que, desde este lunes, las colas han aumentado y ciertos estantes de productos imperecederos se han reducido.

“Nos han cambiado los hábitos de consumo en pocas horas”, han señalado fuentes del sector. Eso, sumado al miedo al desabastecimiento (y a la rapidez con la que se movieron fotos de las baldas vacías en las redes sociales), ha provocado un pequeño pico de “demanda compulsiva”. 

Las patronales no han tardado en mandar su particular “mensaje de tranquilidad” para asegurar que el abastecimiento está garantizado y que como mucho hará falta aumentar la frecuencia de la reposición. Además, si bien ciertos sectores han estado paralizados, los envíos a domicilio se han disparado, y ante eso los supermercados sí han tenido que tomar medidas: Mercadona suspendiéndolos al no poder asumirlos y Carrefour priorizando a clientes con discapacidad, poca movilidad o en cuarentena.

Aún así, los riders de empresas como Glovo, Deliveroo o Uber Eats han pedaleado sin descanso durante todo el miércoles por las calles madrileñas. Es el único tráfico que no se ha visto reducido en una jornada en la que el transporte público y el privado se han desplomado.

Solo Metro de Madrid ha registrado un descenso de pasajeros del 28,3% respecto a los datos de la mañana del martes, y el volumen de circulación de coches dentro de la ciudad ha caído un 21% fuera de la M-30. “La hora punta ha sido inexistente”, ha confirmado el área de Medio Ambiente y Movilidad del Ayuntamiento de Madrid.

Así que, sin pretenderlo, la capital ha conseguido reducir durante un día sus altos niveles de contaminación, incluido el impacto que generan las aglomeraciones en el transporte público. “Yo vengo desde las Rozas y he tardado 15 minutos, lo nunca visto entre semana”, ha dicho Gonzalo, que se dirigía esta mañana con su maletín a la zona de oficinas del edificio Picasso en la línea 5 de la EMT.

Precisamente, el contraste entre el ambiente empresarial de Madrid y el del centro comercial de la ciudad es una de las estampas más emblemáticas del miércoles. La zona de oficinas de Azca protagonizaba su propia versión de Abre los ojos, película para la que Amenábar logró vaciar la Gran Vía, mientras que la arteria principal bullía de viandantes por el buen tiempo y las inesperadas horas libres.

También se encontraban allí, como cada día, los captadores de las ONG, entre ellos Irene, de 25 años. “Tengo cuidado porque mi padre está haciendo quimioterapia”, cuenta. En la calle prefiere mantener cierta distancia y lavarse las manos cada dos horas. “Un metro, por el coronavirus”, pide a una persona que acepta escuchar la propuesta que le hace para colaborar con su organización y que, de momento, no contempla el teletrabajo para captar socios por teléfono.

No obstante, a excepción de algunas terrazas y cadenas como 100 Montaditos -que ha mantenido más que nunca su oferta de los miércoles- las tiendas sí que han notado la diferencia. “Si cerrásemos porque hay que hacer cuarentena, estaremos de baja pero sin los extras”, explicaba la empleada de un local de souvenirs del centro y que asegura que no ha recibido clientes en enormes lapsos de dos horas.

Otros, sin embargo, han aprovechado el extraño tirón de la pandemia para animar las ventas. En las escaleras de una librería de Callao, donde normalmente se disponen libros con temáticas de actualidad, hay recomendaciones como Peste y cólera, de Patrick Deville, o El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. “Es un guiño al momento”, ha explicado Begoña, trabajadora de La Central.

Aunque los ánimos están divididos entre a los que el Covid-19 tiene atemorizados y los que aún piensan que es una gripe más, hay quien ha aprovechado para hacer acopio de libros o reanudar los planes culturales que aún permite la agenda de cancelaciones. Ese es el caso de los que han decidido pasar la mañana en El Prado, horas antes de que el museo anunciase su cierre.

Las habituales colas que se suelen formar a las puertas de la pinacoteca este miércoles brillaban por su ausencia. Sí estaban presentes los guantes azules en las manos de quienes se encargaban de picar las entradas y los geles desinfectantes siempre cerca. “La jornada se está viviendo con tranquilidad, lo único que sí notamos es un gran descenso de visitantes. Otro día a esta hora sería diferente”, reconocían sin saber aún que esos centenares, algunos ataviados con mascarilla, serían los últimos. 

Y entre esas dos pantallas se ha dividido la imagen de la capital en este extraño día cero. Entre los que, sin querer sucumbir a la histeria, se imaginan lo peor para sus negocios, y los que aparentan vivir una inquietante normalidad.

“Es como un sábado más”, decían algunos. Eso sí, una calma chicha ataviada con uniforme de guantes de látex y mascarillas, cierres de locales, todo tipo de bulos y cancelaciones de eventos, que no se parece a ningún fin de semana que Madrid recuerde hasta hoy.

Con información de Fátima Caballero, Sofía Pérez, Analía Plaza, Constanza Lambertucci y José Antonio Luna.Fátima CaballeroSofía PérezAnalía PlazaConstanza LambertucciJosé Antonio Luna.

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