En estos tiempos de meritocracia-ficción, mi arquetipo emprendedor preferido es el deportista de élite que invierte en el mercado inmobiliario. Atletas con tanto dinero para vivir de lujo ellos y sus hijos y sus nietos a los que les pica el niqui entrepeneur y se meten en todo tipo de negocios hay muchísimos. Están los que inventan nuevas competiciones o tratan de reinventar las existentes, como Piqué con su King’s League y la Copa Davis. También tenemos a los que ponen el ojo en startups, como Gasol, Casillas y, otra vez, Piqué. Algunos, como Morata, diversifican y van desde la repostería hasta los chorizos pasando por los cosméticos. Muchos, claro, se dedican al negocio ibérico por antonomasia, la hostelería. Y casi todos ponen su guita a funcionar en el sector preferido por los grandes capitales de todo el mundo: el ladrillo.
Por supuesto, vivimos en un país y en un mundo libres, especialmente para quienes tienen mucho dinero. Por eso, ellos pueden hacer con el suyo lo que les dé la gana y yo escribir este artículo sobre lo que me apetezca, aunque la rentabilidad no sea exactamente la misma. De hecho, esto no va tanto de cuestionar esas inversiones en un momento en que ya todos nos hemos enterado de que lo de la vivienda es una emergencia sino de hablar del relato que las acompaña.
Se nos dice que Andrés Iniesta es un genio del balón y de las finanzas, que invierte en tecnología, calzado, vino y, desde los 17 años, en una compañía que gestiona “un portfolio de propiedades que incluye tanto inmuebles residenciales como comerciales”. Carvajal también lleva tiempo con una SL que “se dedica a la compraventa de bienes inmobiliarios por cuenta propia”. Messi tiene una socimi que cotiza en bolsa, lo mismo que Juan Mata, Fernando Llorente y Ronaldo —el gordo, con perdón—; Rafa Nadal, además de hoteles y restaurantes, también practica este mercado; Aitor Ocio asesora a otros deportistas para meterse en este negocio…
De todo el catálogo de personajes públicos, los deportistas son los que pasan más limpios por el túnel de la fama. Se les juzga, y no sólo en los medios, como a los héroes de las historias de ficción. Pueden tener su flaquezas y deslices —una violación por ahí, una deuda millonaria con Hacienda por allá— que casi todas las lanzas se rompen finalmente en su favor. Quizá por eso no se les permite hablar de política. A Gary Lineker le han echado de la BBC por insistir en llamar genocidio a un genocidio y a futbolistas que se atreven a hablar (bien) de homosexualidad, feminismo y conciencia social como Sergio Camello, Héctor Bellerín y Borja Iglesias se les tolera como excepciones que son. Como si no fuera ahora mismo política, por cierto, especular en el mercado inmobiliario. Pero, perdón, que prometí no entrar en valoraciones...
El caso es que los relatos ejemplares son guías de vida. La palabra modelo, en su etimología latina, significa medida. Cada uno de nosotros andamos en busca de la nuestra; enmarcada en unos objetivos que, inconscientemente, nos ponemos a partir de los ideales que nos hemos ido tragando en la ficción y en la presunta realidad. Y ahora los modelos son casi todos de una manera: triunfadores hechos a sí mismos a base de su esfuerzo individual, como los deportistas, pero también como los youtubers, los brokers, los cryptobros, los gurús tecnológicos o los que venden sudaderas. Aquí nadie —especialmente ningún rico— le debe nada a nadie. No hay escuelas de fútbol ni campos municipales, ni infraestructuras TIC, ni subvenciones ni becas ni colegios ni institutos ni hospitales ni nada que esta gente haya podido necesitar y tener para llegar a ser lo que son.
Sobre el impacto del relato en las vidas de la gente escribe Francesc Miró en El arte de fabricar sueños. Un relato cultural sobre las rampas de la meritocracia (Barlin, 2025). En este librito —que conforma un gran tridente con El entusiasmo, de Remedios Zafra, y No seas tú mismo, de Eudald Espluga—, Miró explica cómo nuestras aspiraciones son moldeadas por las historias que nos contamos y por qué esto provoca tantas frustraciones y tanto sufrimiento. Sostiene sus argumentos, sobre todo, en los relatos cinematográficos, que él conoce en profundidad, pero todos tienen el mismo efecto. Dejo que sea él, a través de una cita de su libro, quien cierre este texto.
“El ser humano busca impregnar su vida de narrativa. Otorgarle un sentido que en el capitalismo se expresa en forma de progreso ilimitado. Para ser un adulto funcional se asume socialmente que es preferible ascender en lugar de avanzar, porque el ascenso siempre es vertical pero el avance es horizontal y tiene múltiples direcciones. El avance es más difícil de narrar. No produce tan buenas historias ni suele tener un protagonista individual, al contrario: se avanza en colectivo, en asociación, tejiendo complicidades. Y pocas cosas encienden más que el placer compartido”.
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