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Coñac, tabaco y jamón de York para la Nochebuena de 1936 en las trincheras de Madrid

Voluntarios y voluntarias fabricando embutidos para la cena del miliciano

Luis de la Cruz

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Aunque lo peor del bombardeo sobre Madrid había golpeado durante los meses de octubre y noviembre, las navidades de 1936 en una ciudad casi desahuciada, con el enemigo en el rellano de casa y el gobierno en Valencia, no iba a ser una fiesta. Pero iba a ser.

Ese diciembre, en la mayoría de las casas madrileñas no se celebraría con cena “de lombarda, besugo, pavo, sopa de almendra, turrones, mazapán, granada y cascajo”, que es como cuenta Pedro de Répide que se hacía en esta ciudad.

Sin embargo, la mayoría de los periódicos anunciaban suscripciones, a veces para batallones concretos, promovidas por ateneos, sindicatos y todos los partidos del Frente Popular, para lo que se llamaba en todos lados La Navidad del miliciano. Incluso en el cine se pasaba unos días después de la fecha la película “instructiva” La Navidad del miliciano.

El Socorro Rojo Internacional (una suerte de Cruz Roja dependiente de la Internacional Comunista) se empeñó a fondo en la labor de organizar las cenas y comidas del frente. “El aliento efusivo de la retaguardia combatiente”, lo llamaban en un artículo de Mundo Gráfico. Coches con altavoces recorrían las calles madrileñas pidiendo donativos, carteles alusivos a la navidad del miliciano decoraban Madrid y voluntarias se acercaban a los viandantes para recaudar fondos, según relata la prensa del momento.

Quinientos hombres y ciento cincuenta mujeres trabajaron los días antes de la fiesta para preparar cajas individuales con una botella de coñac, medio kilo de turrón, jamón de york, tabaco, frutas variadas…

El Ayuntamiento de Madrid, por su parte, colaboró con la Sección de confiteros del Sindicato de Artes Blancas (se llamaba así al gremio de la panadería) con un obsequio que fue repartido en los distintos frentes por Intendencia Militar, por mediación del general Miaja.

Hubo aquel año otros receptores de la solidaridad de los madrileños lejos de las trincheras, como los niños no evacuados los meses de anteriores de la ciudad, algunos hijos de huérfanos o soldados en el frente, para los que también se abrió una suscripción.

Aquellas navidades la Nochebuena en las trincheras transcurrieron muy cerca unas de las otras en la Ciudad Universitaria. En palabras del enviado Isidro Corbinos (Ahora), “falangistas, requetés, tercios, moros del Riff, moros bávaros y moros toscanos, celebraron la Nochebuena, arma al brazo, procurando convencer al enemigo. En las trincheras enemigas se cantaron villancicos y maitines, luego. En las nuestras, todos los milicianos a una entonaron una vigorosa Internacional y luego se obsequió al enemigo con un concierto. Más tarde se dieron las acostumbradas conferencias de ”radio“…porque en este sector que cierra en semicírculo el Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria, las trincheras de ambos bandos se encuentran unas de otras tan cerca, que en muchos parapetos no es necesario ni el altavoz. Con hablar un poco fuerte, basta”.

La zona del Clínico era la punta de lanza del asedio franquista a Madrid. El bando Nacional, por su parte, organizó una Misa del Gallo oficiada por el padre Huidobro, capellán de la IV Bandera de la Legión. La misa fue lo más silenciosa que se pudo, alumbrada por la luz tenue de velas ante el miedo de alertar al enemigo. Los legionarios se hicieron en el antiguo Asilo de Santa Cristina con un altar, una virgen de metro y medio, candelabros y un belén.

Las celebraciones de Nochebuena –una más religiosa y otra que apelaba a los nexos comunitarios de la tradición– transcurrieron en Nochebuena en una relativa calma tensa y los bombardeos continuaron en otras zonas.

Aquella Nochevieja, en la que Queipo de Llano decía desde Radio Sevilla, “será necesario establecer también campos de concentración a los que vayan a parar todos aquellos que están envenenando España”, algunos milicianos del bando republicano debieron fumarse un puro, echarse a la mandíbula un trozo de mazapán y hasta brindar con coñac, mientras miraban con extrañeza las felicitaciones redactadas en varios idiomas por las Brigadas Internacionales. La batalla de Madrid estaba tornando en un asedio que se asfixiaría, poco a poco, a la población que quedaba en la ciudad ,y aún quedaban por delante un par de navidades que celebrar en aquella ciudad resistente, ruinosa y hambrienta.

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