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La Gran Galería: un fantasma comercial de 3.000 metros pegado a la principal arteria de Madrid

Entrada principal a la Gran Galería,  en los número 5-7 de la calle de San Bernardo

Antonio Pérez

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A finales de 1953 un artículo del periódico ABC celebraba el estreno de la Gran Galería, el suntuoso pasaje comercial que unía la calle Ancha de San Bernardo con la calle Isabel la Católica y que hoy dormita, con aspecto decadente, sin dar pistas sobre el no tan lejano esplendor que tuvo. “Un paso adelante en el progreso constructivo madrileño”, decía de él el diario.

La Gran Galería es parte del complejo de edificios -Teatro Lope de Vega, viviendas, hotel Emperador, hotel Santo Domingo- que a partir de 1944 construyeron los arquitectos Joaquín y Julián Otamendi sobre la parcela que albergó hasta los años 30 la Casa Profesa de la Compañía de Jesús y la iglesia de San Francisco de Borja, así como otros inmuebles cercanos.

En sus 3.000 metros cuadrados abrieron lujosas tiendas, una cafetería de postín con terraza sobre el corredor y una sala de baile. El pasaje se llenó de bullicio, viviendo su época dorada en los años 50 y 60 del pasado siglo. 

Pese a tener dos enormes entradas abiertas a la calle, el corredor contaba con calefacción y una persona a diario pendiente de ella. Hoy aún se pueden ver en su techo de pavés, tapados, los orificios por donde salía el humo de las calderas.

También por la galería tienen la entrada los dos edificios de viviendas que incluye el complejo: 100 pisos en total que fueron de alquiler al principio, cuando se inauguró, y vendidos a partir de los años 80.

“Aquello era un no parar”, recuerda Magdalena Olmo, hija del antiguo portero de este espacio -Jesús Olmo Tamayo-, criada en el pasaje y que en la actualidad sigue residiendo en uno de los pisos del edificio más cercado a Gran Vía.

Si el ABC de la época lista comercios como “SPRING (destinado a Modas y alta perfumería) ALADINO (lámparas y objetos de arte decorativo) IDEAL RADIO (aparatos de radio, eléctricos, frigoríficos, cocinas de gas, televisión, y DUKAY (últimas novedades en juguetería de alta selección), abiertos en el momento de su inauguración, la memoria de Magdalena completa la relación de establecimientos emblemáticos, anécdotas y nombres de famosos personajes relacionados con el que durante unos años fue, seguramente, el centro comercial más importante de Madrid.

“La Cafetería Daiquiri, abierta por Pedro Coll al poco de inaugurarse el pasaje dio una vida cultural increíble a este lugar. Contaba con una enorme terraza y acogía tertulias famosas como la que organizaba el periodista Tico Medina, o la taurina que traía aquí a aficionados, críticos y primeras figuras del toreo. Había una enorme peluquería de caballeros con más de 40 sillones, que era donde venía a cortarse el pelo Fraga en su época de ministro de Turismo; otra peluquería de alto standing de señoras, Tina, donde peinaron a la Duquesa de Alba el día de su boda y a la que acudían clientas con sus chóferes; en la Sastrería José Luis se hicieron sus trajes de boda Marujita Díaz y Antonio Gades…”

Los recuerdos de Magdalena Olmo de esta galería darían para un extenso libro: “Aquí abrió también la primera tienda de Madrid en vender gresite italiano y la primera que hubo de máquinas de tricotar; donde ahora hay un bar mexicano, estuvo la tienda de discos en la que Sara Montiel presentó El Último Cuplé (1957); había un dentista, Don Avelino, abierto 24 horas, la librería Trifón, una peletería, la Pastelería Alcocer...”.

El abuelo de Magdalena murió en las obras de construcción de los edificios en los que se encuentra la Gran Galería; su padre, también trabajador en esa misma construcción, acabó siendo el portero del complejo. Su familia vivía allí y ella creció siendo “la niña bonita de la galería, zascandileando por aquí”. Pocas personas más vinculadas con este lugar que ella.

“No siento nostalgia por los tiempos más ajetreados que vivió la Gran Galería, que se hizo con mucho gusto. Nada es eterno”, afirma una Magdalena que lo mismo recuerda a las protagonistas de Las Chicas de la Cruz Roja -Concha Velasco, entre ellas- viviendo en uno de los pisos del complejo, durante el tiempo que duró el rodaje de la película, que habla del deambular por el pasaje de las chicas de servicio que había en casi cada casa -“Aquí vivía gente de caché, marqueses, empleados de ministerios, clase media alta”-, de los muchos niños que siempre hubo en el corredor y de las fiestas que con el resto de vecinos organizaba su padre en fechas señaladas: sangría por La Paloma, congas multitudinarias en Fin de Año… “Había mucha vida vecinal en este pasaje”.

En la Gran Galería, pero al lado de la entrada de la calle Isabel la Católica estuvo El Biombo Chino, un cabaret “sobre cuyo porche de acceso había una televisión en la época en la que no había televisiones en todas las casas y también una especie de jardín que mantenía el limpiabotas y cerillero del local, Pepe”. 

Ese establecimiento era el culpable de las enormes colas que se generaban en la calle Isabel la Católica. En él, artistas como Andrés Pajares triunfaron a lo grande. Hoy su lugar lo ocupa la sala Cool, actualmente cerrada por la pandemia y, entre medias, muchos recordarán en el mismo lugar la sala Rock Club, sede de gran cantidad de conciertos en las agitadas noches de los 80, y una más efímera discoteca Star. En esa década, otro de los espacios ilustres de la Gran Galería fue Record Runner, la mítica tienda de discos de Pepe Ugena.

La decadencia paulatina de la Gran Galería comenzó a fraguarse a finales de los años 70, según recuerda Olmo y corrobora Raúl de la Torre, otro vecino de toda la vida del lugar y cuya familia también participó en la construcción del complejo. La propiedad, la constructora Gargallo, a través de su inmobiliaria San Bernardo, decidió vender tanto los pisos como los locales que, hasta entonces, habían arrendado. El mantenimiento de la galería se fue descuidando, era caro y los alquileres de renta antigua no debían dar para todo.

De la Torre recuerda cómo la tipología de los comercios que habitaban el pasaje fue cambiando: de las tiendas de lujo se pasó a las agencias de viaje, gestorías y oficinas de mucho menos lustre y menos afluencia de personas. “La galería se fue apagando y, aunque está pegada a la Gran Vía, los comercios que han tratado de instalarse aquí han terminado quebrando porque no pasa casi nadie por este lugar”.

La Gran Galería se está rehabilitando en la actualidad y los andamios que pueden verse en ella aún le dan un aspecto más decadente. Al inicio de la pandemia cerró la perfumería Spring, uno de los últimos negocios primigenios que aún quedaba en el lugar, y no hay indicios de que vaya a abrir de nuevo. En la entrada por San Bernardo, el Teatro Arlequín sí que lleva público a la zona, pero es un público que no entra en el pasaje, donde hay muchos locales vacíos.

Raúl de la Torre también recuerda en la Gran Galería la Cafetería Lousiana, heredera de Daiquiri y “donde se grabaron varias películas” y cómo se agolpaba la gente ante el escaparate de Ideal Radio para ver, entre otras cosas, la llegada del hombre a la luna en una de sus televisiones. Entre sus recuerdos, al igual que en los de Magdalena Olmo, destaca también, como no podía ser de otra forma, un impactante suceso que, de manera milagrosa, ocurrió sin que hubiera que lamentar heridos graves el 28 de febrero de 1985. Aquel día, a las 14:20 horas, estalló una bomba en la agencia de viajes Turvisa-Viking “que hirió a cinco personas y no dejó un cristal sano en toda la galería”. Nunca se aclararon los motivos ni la autoría de aquel atentado. En la relación de comercios afectados por la explosión que recogió en su día el periódico El País se citan los siguientes establecimientos que había en el pasaje en aquel momento: “Turvisa-Viajes Viking S.A, Botones y Forros El Tirón, Perfumería Spring, Asia Productos Orientales, Resturante Chino Riqueza, Viajes Internacional Expreso, un videoclub, Viajes Roma y RegalosToledo”.

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