El 'Paticano', la iglesia de Leo Bassi en Lavapiés que venera a los patos de goma y arrasa en China
En el número 3 de la Travesía de la Primavera, en el barrio de Lavapiés, se encuentra el centro de culto más curioso de la capital y, probablemente, del mundo. En la puerta, un cartel con un pato de goma amarillo y la palabra Paticano, da la bienvenida a este extravagante templo. Una vez dentro, no hay nada de lo que uno espera de una iglesia convencional. No hay vírgenes, ni cruces, ni incienso, pero sí un gran arsenal de patos de goma. Cientos de ellos. De todos los tamaños, colores y formas. En el altar, uno dorado que oficia como símbolo supremo. Y en el centro de todo este universo absurdo y sagrado: Leo Bassi.
“Lo primero que tienes que saber es que yo vengo del mundo del circo”, advierte. “Mi familia lleva más de 120 años en esto. Soy la sexta o séptima generación de payasos”. A lo largo de su vida, Bassi ha recorrido medio mundo con sus espectáculos provocadores, siempre con una crítica política afilada y un humor que no pide permiso. Pero su historia más extraña —y, tal vez, la más profunda— comenzó hace unos años en Lavapiés.
La Iglesia Patólica, o como él la llama, El Paticano, nació casi como una performance un 28 de diciembre de 2012, día de los Santos Inocentes. “Yo había visto cómo incluso mis amigos de izquierdas habían perdido algo. Faltaba espiritualidad”, cuenta. En medio de esa búsqueda creó un espectáculo llamado La Revelación, y luego Utopía, donde aparecía un patito inflable como epifanía final. “Era una tontería, sí, pero tenía algo. Un símbolo. El orgullo de lo pequeño. Y a la gente le tocaba”, explica.
Ese patito inflable empezó a colarse en sus espectáculos por Europa, y con él, una idea cada vez más seria: ¿por qué no fundar una nueva espiritualidad desde el humor y la humildad? Así que alquiló un local en Lavapiés —un viejo almacén de teatro—, lo llenó de muebles recogidos de la calle y con la ayuda de amigos y artistas, creó una capilla reciclada. Fue entonces cuando empezaron las misas dominicales. “Al principio pensé que era una broma efímera. Pero la gente venía, lloraba, reía… querían más. Entendí que esto tenía alma”, relata.
Y tuvo cuerpo. Porque el Paticano no solo predica, también celebra: “Un día me preguntaron si podían casarse aquí. Dije que sí, sin saber cómo hacerlo. Pero me encanta el amor, así que inventé un ritual”. Desde entonces, Bassi ha oficiado más de mil bodas. “Hacemos todo tipo de enlaces: heteros, gais, tríos… incluso una chica que se casó con su perra. Me dijo: ‘Los hombres ya no me interesan, mi perra es el mamífero más cercano que tengo’. Y lo hicimos. Porque si hay amor, ¿quién soy yo para juzgar?”, cuenta Bassi en conversación con Somos Madrid.
El humorista sigue sumando novedades a sus ceremonias. La última es que se ha aliado con el Teatro del Barrio para ofrecer bodas y rituales alternativos donde el amor, la amistad, los vínculos elegidos y la disidencia sean motivo de celebración. Presididas por el humor y la poesía onírica como formas de culto, estas liturgias patólicas se celebran los domingos en la capilla de la Travesía de Primavera y culminan con un banquete ligero en la vecina Taberna del Teatro del Barrio, en el número 20 de la calle Zurita.
Los fines de semana, la capilla se llena. Algunas ceremonias son íntimas, otras parecen un cabaré comunitario con flores, cuplés (cantados por su compañera Laura Inclán, la “Mama” de la iglesia) y muchas risas. También hay funerales. “Una amiga perdió a su gata, que llevaba 24 años con ella. Me pidió un homenaje. Lo hicimos. Lloramos todos. Porque los rituales también pueden ser para los animales”, señala el Papa patólico.
Hay quien nos acusa de mofarnos de la religión, pero no nos reímos de nadie. Aquí no hay cruces, solo patitos
La iglesia ha crecido orgánicamente. Tiene santos como Chaplin, Einstein, Hypatia o Marie Curie. “No los elegimos por su poder, sino por lo que dieron al mundo desde abajo”, explica. También tiene cicatrices. En 2017 sufrió un ataque: alguien rompió sus puertas e intentó prenderle fuego. Bassi sospecha que fue la respuesta de algún grupo ultracatólico rebelándose contra sus ideas: “Por suerte los bomberos llegaron a tiempo. Ahora tenemos puertas blindadas. Y sí, hay quien nos acusa de mofarnos de la religión, pero no nos reímos de nadie. Aquí no hay cruces, solo patitos”.
Patos made in China
Uno de esos patitos llegó desde China. Muchos, en realidad. “Vienen chinos, se sientan, no entienden nada, sacan sus móviles con traductor, y se emocionan. Incluso me han invitado a celebrar misas allí. No sé qué saldrá de eso, pero voy a ir”, cuenta con asombro.
Todo comenzó en una aplicación llamada Pequeño Libro Rojo, una red social de vídeos cortos, similar a TikTok, inspirada en el famoso compendio de citas de Mao, donde un clip del Paticano se volvió viral. En él, Bassi aparece con su mitra de pato amarillo, lanzando proclamas contra el fanatismo y repartiendo confeti en lugar de incienso.
El vídeo acumuló millones de visualizaciones en cuestión de días, y desde entonces, la Iglesia Patólica se ha convertido en una parada recurrente —y obligada— para un flujo constante de turistas chinos fascinados por su mezcla de humor, crítica social y liturgia performativa. “Es una locura, vienen cada día y aunque no entienden nada se quedan a escucharme”, explica, aun sin creerse del todo que su curiosa iglesia haya traspasado fronteras.
Las ocurrencias de Bassi no tienen fin y considera paradójica la forma en la que muchos de sus patos de goma vienen de China y han terminado convirtiéndose en todo un fenómeno en el gigante asiático. Además, admira que los fabricantes de patitos de plástico se hayan lanzado a hacer versiones ecológicas, de resina vegetal: “Tienen conciencia. Están más avanzados que Europa en muchas cosas”.
Una fe cósmica sin fronteras ni banderas
La visión de Bassi va más allá del humor. Su espiritualidad nace del asombro científico. Todo empezó con una imagen del telescopio James Webb: una foto del universo plagada de galaxias. “Me trastocó. Llevo 73 años sin saber nada de esto. Somos una nada. Un patito flotando en la inmensidad. Y eso me cambió la vida”. De ahí sale su mensaje: “El nacionalismo es ridículo. El racismo, todavía más. Si somos patriotas, que sea del planeta entero. Hay que cuidar este trocito de cosmos que nos ha tocado”.
Poco después de descubrir la inmensidad del cosmos, viajó a Nápoles, al lugar donde quemaron vivo a Giordano Bruno, el monje que en el siglo XVI se atrevió a decir que el universo era infinito. Su historia le tocó tanto que decidió honrar su memoria: “Fui vestido de Papa y les pedí que pidieran perdón en nombre de la humanidad por lo que le hicieron”. Estas acciones resumen su forma de ver el universo como un todo.
También se refleja su visión en la forma en la que ha convertido su iglesia en un pequeño museo de reliquias internacionales. El altar del Paticano está lleno de regalos de diferentes partes del mundo. “Cada patito tiene su historia. Algunos vienen de Berlín, otros de México. Muchos de China”. Tiene libros, cuadros, reliquias laicas. Como un cuadro pintado por Romano Mussolini, hijo del dictador fascista. “Era músico de jazz, trabajó con Duke Ellington, y pintaba payasos. Lo tuve que comprar.”, cuenta. Para Bassi, “es un símbolo”, porque considera que “incluso del mal absoluto puede salir algo tierno”.
El espacio también es político. “No puedo empezar una misa sin pensar en Gaza”, dice, serio. Una vez, una mujer israelí se ofendió al oír su denuncia y lo acusó de incitar al odio. “Pero yo no odio. Solo digo: están matando niños. No podemos mirar a otro lado. Europa se está volviendo cómplice por omisión”, denuncia. Para él, la fe patólica es también una forma de resistencia: “No tenemos armas, pero tenemos humor. Y eso nos hace fuertes”.
Bassi no es un cura, pero escribe su propio libro sagrado. “Una Biblia de los Patitos”, dice. Con mandamientos como “honrarás el juego”, “amarás la ternura” y “no matarás el sentido del humor”. Cree en una fe laica, cósmica y comunitaria. Cree en la ternura como acto revolucionario. En el derecho a reír y a llorar juntos. Y en la posibilidad de hacer algo hermoso desde lo minúsculo.
El Paticano no es una parodia. Es una capilla extraña, entrañable, irreverente y profundamente humana. Un refugio donde el patito —ese juguete humilde y universal— se convierte en símbolo de algo más grande: la dignidad de lo pequeño, la belleza de lo inútil y la fe en el humor como antídoto contra la desesperanza.
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