Cabalgata de Tetuán
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Opinión
Crónica de una cabalgata de distrito escuálida
Desde hace ya muchas navidades, las luces que cruzan la calle de Bravo Murillo en el tramo de Tetuán llegan al mismo sitio, aproximadamente: a la boca de metro de Estrecho, dejando yermo el resto del cielo de la gran vía urbana que articula el distrito hasta Plaza de Castilla.
Hoy era la cabalgata de Reyes del distrito –cuando escribo estas líneas, aún deben estar disfrutando los niños en el escenario instalado a la altura de la Junta de Distrito– y los caramelos debieron empezar a escasear en este mismo punto. Los caramelos, blandos (bien), sin gluten (fantástico), pero muy escasos.
Bajamos cinco minutos tarde ¡vaya fallo de cálculo! La comitiva real estaba pasando ya y pillamos solo las dos últimas carrozas. Entonces no sabíamos que era prácticamente la mitad de la cabalgata. Eso sí, vimos volar muchos caramelos. Decidimos hacer uso de nuestros abonos transporte y coger el metro hasta la parada de Tetuán para esperar allí al desfile real. Una buena cabalgata se disfruta viéndola llegar a lo lejos, haciéndose más grande ante tu mirada y encontrándote, por último, envuelto en el pasacalle.
Unos zancudos, unos enanitos, tres o cuatro carrozas. Muy pocos metros, apenas un minuto, ya sin apenas caramelos, y el servicio de limpieza limpiando a todo meter. Aquí no ha pasado nada. Los más ansiosos se quedaron con las bolsas de plástico impolutas y quien miró a otro lado se lo perdió.
La cabalgata, se comentaba en los corros, fue más bien escuálida. Sin el encanto casero de las que se organizan desde el tejido vecinal ni la exuberancia que se espera de las que están mayoritariamente armadas por la Administración, como es el caso más allá de la presencia de los niños de un par de coles (y poco más).
¿Lo mejor? Ver la calle Bravo Murillo abarrotada de gente y a los niños tumbarse en medio de su calzada. Son pocas las veces –manifestaciones, Filomenas, Día del Niño o la Cabalgata–, en las que uno puede sentir en las suelas el lujo de tener la autopista urbana para la gente.
Como no hubo caramelos, en el paseo de vuelta nos quitamos los guantes de lana para comernos un helado porque, ¿qué otra cosa se puede hacer en las casi noche de Reyes que llevar la contraria a los mayores?
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