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La vida en el Zendal, el hospital de Ayuso que iba a “asombrar al mundo”

Varios pacientes en el interior de las instalaciones del Hospital Enfermera Isabel Zendal, en Madrid, (España), a 12 de enero de 2021

Fátima Caballero

5 de febrero de 2021 22:14 h

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Daniel, 49 años, entró el pasado 15 de enero en las urgencias del hospital Ramón y Cajal con el cuadro clásico que se ha repetido en los hospitales de todo el mundo desde hace once meses: fiebre, mucha tos y cansancio generalizado. El diagnóstico no tardó en confirmarse: positivo por COVID-19 con PCR. Fue entonces cuando desde el centro madrileño situado en el distrito Fuencarral-El Pardo, al noroeste de la capital, le informaron de que era un paciente “óptimo” para ingresar en el nuevo hospital de emergencias Enfermera Isabel Zendal.

El complejo que según repitió el Gobierno madrileño “iba a asombrar al mundo”, costar 50 millones de euros y construirse en seis meses, va ya por más de 100 millones. Ha abierto varios módulos mientras el personal sanitario insiste en que no es un hospital. Al menos, no un hospital al uso porque el edificio, donde las subcontratas trabajaron día y noche durante medio año, tiene carencias básicas: no tiene habitaciones ni quirófanos ni urgencias ni instalaciones básicas que sí pueden encontrarse en un hospital. Cuatro baños se comparten entre 60 pacientes. Tampoco tiene cocina por lo que la comida llega precocinada por carretera. Hasta el agua escasea para pacientes que en muchos casos pierden las fuerzas de tanto toser.

Tampoco tenía personal, pero se está reclutando desde otros centros: a los profesionales de la sanidad madrileña la Consejería los está llevando a rastras a un complejo que desde el primer minuto generó desconfianza entre la plantilla de los Servicio de Salud de la Comunidad. Tampoco los pacientes estaban muy por la labor de ser ingresados en el Zendal, después de todo lo que se ha escrito sobre el centro, pero el descontrol del virus hace que haya llegado casi a la mitad de su capacidad. Medio millar de personas como Daniel, que pasó allí una semana, a partir de la segunda quincena de enero.

“Mi experiencia no fue nada buena”, lamenta Daniel, en conversación con elDiario.es. “Desde el hospital no me preguntaron ni me dieron la opción de quedarme en el Ramón y Cajal, me dijeron que no me veían muy grave [esta es una de las condiciones que fijan los protocolos internos para poder ingresar a alguien en el nuevo centro] y que me llevaban al Zendal y yo entendí que si lo habían decidido era porque era mejor dejar las camas para personas que estuvieran peor que yo”, relata. “Si hubiera sabido lo que me esperaba, a lo mejor habría protestado”, añade.

A las pocas horas de ingresar en el Zendal, su situación empeoró: “La tos fue a más y empecé a tener dificultades para respirar, me encontraba muy mal”. “Recuerdo que estaba en el baño y empecé a toser mucho. Tosí tanto que se me debieron cerrar los pulmones y de vuelta a la cama me desmayé y perdí el conocimiento. Me desperté con una enfermera intentando ayudarme y entonces pedí que me viera un médico porque me sentía muy mal, pero ese médico nunca apareció”, relata. Tampoco logró que le llevasen agua porque las botellas se habían terminado: “Me notaba totalmente deshidratado pero me dijeron que no había agua, que no había llegado el camión del reparto de botellas. Yo no entendía por qué no me rellenaban la que ya tenía en el baño, y tuve que pasar toda la noche sin poder beber y con mucha tos. Otros días decidí racionarla para que una botella me durase toda la jornada”.

Esa primera noche de Daniel en el Zendal en la que perdió el conocimiento era sábado. Los fines de semana, según relata, no hay médicos en el hospital. Lo comprobó también la semana siguiente cuando el viernes le dijeron que estaba preparado para irse a casa pero el sábado no había nadie para firmar su alta. “Solo había enfermeros y auxiliares muy jóvenes, que le ponían voluntad, pero que a veces carecían de los conocimientos y la experiencia”, asegura. Uno de las mayores problemas desde el inicio de este centro ha sido precisamente la falta de facultativos. El polémico hospital encontró desde antes incluso de su inauguración grandes dificultades para dotarse de personal: Ayuso se negó a contratar a nuevos profesionales porque el plan era reclutarlos de otros hospitales puesto que el Zendal no se plantea como una infraestructura abierta de forma permanente sino como un parche para hacer frente a los picos de la pandemia.

Los sindicatos calculan que para mantener abierto un centro de su tamaño se precisarían 6.000 trabajadores para cubrir todos los turnos el día que estén ocupadas las 1.000 camas. Actualmente hay la mitad. El personal va saliendo del resto de hospitales que ya tenían las plantilla muy mermadas tras años de recortes y privatizaciones.

Al principio, el Gobierno regional optó por pedir “voluntarios” entre los profesionales para acudir al centro. Ayuso había dicho que no conocía ningún médico que no fuese a querer estar en el Zendal, pero la operación de reclutamiento de la Consejería de Sanidad apuntó a solo 106 personas en la primera lista. Entonces la Comunidad decidió que se utilizaría al personal contratado para el refuerzo de la COVID programando traslados forzosos que han provocado las quejas de los sanitarios. Se enviaron órdenes internas a todos los hospitales de la región desde el pasado 5 de enero para que no se contratase a ningún sanitario del refuerzo por la COVID que hubiese renunciado a ser derivado al Zendal.

Esta semana, la Consejería de Sanidad ha pasado del palo a la zanahoria: ha emitido una resolución para premiar a los sanitarios que trabajasen en el Zendal en futuros procesos de selección, dándoles mayor puntuación que al resto.

Confusión en la medicación

Actualmente, 1.295 sanitarios trabajan en el nuevo centro que solo trata a pacientes con coronavirus. Cuando Daniel ingresó hace ahora tres semanas, eran muchos menos. La presión hospitalaria ha crecido proporcionalmente al número de contagios en la región y los hospitales normales se han acercado al colapso generalizado, hasta el punto de que el Gobierno de Madrid ha dictado una orden para intervenir la sanidad privada.

“El Zendal es un sitio en el que se pasan muchas incomodidades, que entiendo que es lo que hay, pero para lo mal que estás, acaba siendo duro”, cuenta Daniel. Una de las cosas que recuerda este madrileño de su estancia en el nuevo centro es la confusión de los sanitarios al suministrar los medicamentos. “Hasta en tres ocasiones me inyectaron por vía o me dieron medicamentos que no me correspondían”. Según explica, a cada cama le corresponde un número, que es el que sirve a los facultativos para saber qué tratamiento deben recibir los pacientes: “Lo que ocurre es que están puestos de tal manera que induce a error. Los últimos días cuando ya estaba bastante mejor me di cuenta de que me habían puesto mal las medicinas y yo mismo alerté a la enfermera, pero a veces me lo daban igual”. “Dos días me quedé sin comer por esa misma equivocación porque pensaban que ya lo habían servido”.

El relato de este madrileño es muy similar al de Laura, vecina de Vallecas de 42 años, o el de Roberto, de 53. Ambos también pasaron por el centro situado en Valdebebas, al norte de la ciudad, y coinciden en que “no es un entorno agradable”. La publicista tuvo una experiencia muy similar a la de los diferentes pacientes del Zendal con los que ha podido hablar elDiario.es. A las penurias de Daniel, Laura y Roberto se suma la imposibilidad de dormir durante el día por el ruido –de los respiradores o el “sonido como de máquinas”– y por la luz, dado que el complejo está diseñado para que “toda la luz se encienda o se apague a la vez”.

“De hecho, cuando se enciende el ruido es atronador porque se oye como si le dieran a todos los plomos a la vez; una noche nos despertaron a las tantas de la mañana porque querían encender algo y se iluminó todo ”, relata Daniel. Todos recuerdan también las “intensas” luces led que les alumbraban directamente en la cara y que les “impedían descansar”. El complejo es una nave diáfana donde no hay habitaciones, sino que los que se encuentran en planta comparten espacios abiertos.

La suciedad de los baños es otro de las cosas que también recuerdan bien. “Tenemos cuatro aseos para 60 personas y si no pasan a limpiar con mucha frecuencia eso enseguida es un problema importante, ten en cuenta que hay personas que tienen muchas dificultades de movilidad por cómo estás en los peores días”, explica Laura. O la comida, que llega de catering y se “recalienta a 90 grados”. “Me llegaron a dar una que llevaba más de 20 días hecha”.

La acusación a los trabajadores

Mientras los medios de comunicación airean las malas experiencias de los pacientes, la presidenta madrileña asegura que lo que pasa realmente con el hospital es culpa de una “campaña de desprestigio”. La situación ha llegado hasta tal punto que Ayuso ha pasado a la ofensiva presentando una denuncia por “sabotaje”. Señala directamente a algunos trabajadores. Según su relato, que replica la gerencia del hospital, se han producido robos de material valorado en 4.000 euros. La presidenta de Madrid señalaba este jueves durante el Pleno en la Asamblea Regional a la izquierda madrileña y, en concreto, a Más Madrid, a quienes acusó de ser los instigadores de los supuestos delitos.

Los presuntos sabotajes habrían comenzado, según ese relato, la semana del 18 de enero. Así figura en la denuncia que ha adelantado la Cadena SER, y en ella se señala directamente a los trabajadores.

Los pacientes consultados no quieren oír hablar de “sabotajes”. “Todas las carencias y los problemas del centro tienen poco que ver con lo que cuenta la presidenta”, dice Daniel que estuvo ingresado hasta el 23 de enero. Los sindicatos también han puesto el grito en el cielo por estas acusaciones que señalan directamente a los sanitarios.

Pero la presidenta ha sacado toda su artillería contra trabajadores públicos y oposición. Da igual que ese día circulase por todos los medios de comunicación un audio de la gerente del hospital de Alcalá de Henares, Dolores Rubio –vinculada desde hace 15 años al PP y con cargo en algunos órganos del partido– en el que la directiva del complejo abogaba por quitarles el teléfono a los pacientes para que no pudieran hablar con sus familiares y negarse a ir al Zendal. El vicepresidente madrileño, Ignacio Aguado, pidió la dimisión de Rubio. Ayuso la respalda y la gerente seguirá en el cargo. La presidenta, entretanto, alimenta la teoría del sabotaje contra ese hospital que no acaba de asombrar al mundo.

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