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Sobre este blog

'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.

De tan histérika histórika* (*Prestado de la canción de la gran Sara Hebe)

Carmen Rivera

Hace unos días, en el chou feminista Deforme semanal de Isa Calderón y Lucía Lijtmaer, Marc Giró decía en un monólogo que las feministas claro que odiábamos a los hombres, y claro que queríamos venganza, y claro que claro que no queremos ser iguales a ellos, lo que queremos es ser más y mejores. Voy a dejar a un lado la cuestión de que Marc Giró hable como si él fuera una mujer. Ni yo ni nadie reparte los carnés del “ser mujer” -y lo que queremos muchas es sacarnos precisamente ese carné de encima-, pero lo que tengo claro es que Giró nunca ha sufrido ninguna de las violencias específicas que sufrimos aquellas personas que somos determinadas como mujeres por la cultura. Que dijera estas cosas me dio que pensar, y me dio algo de rabia, lo confieso.

Ando dándole vueltas estas semanas, desde que conocimos la sentencia por la violación múltiple en Pamplona en 2016, a cuán cohibidas continuamos estando en esto del hablar y pensar. Nos han grabado tan a fuego la etiqueta de agresivas, irracionales y linchadoras que me parece que continuamos hablando con la boca chica. Y, señoras, digámonoslo entre nosotras, ésta es una de las bases del patriarcado, del machismo de toda la vida. Que tenemos que ser dulces y comprensivas, que nunca seremos tan inteligentes como los señoros para articular argumentaciones, que rebelarse, vale, pero que no moleste a este hombre de aquí, ni a ese juez, ni a aquel columnista, ni a ese humorista de allá, ni a perico de los palotes... Rebelarse, hablar un poco más alto y con algo más de seguridad, vale, sí, pero que nadie lo note. Y ya no digamos cuando nos ponemos a mandar a la mierda.

Uy, que se nos quema la casa entera, que “comparto el fondo pero no las formas, compañera”, dijo él, hombre militante e intelectual que usa frases hechas de hombre intelectual, y todavía no se ha enterado que lo de la diferencia entre forma y fondo, pues como que viene siendo cuestionado, cuando no puesto en ridículo, por algunas teorías psicológicas y por todo el arte desde el siglo XIX.

Entonces, me ajusto las gafas de intelectuala histérika e histórika, chica, que llevo toda la vida estudiando y algunos todavía se me enfadan porque temen que haya leído más que ellos. Empiezo por el final: lo de autodenominarse “intelectual” debería ser una vergüenza.

Como deja clarinete Jacques Rancière, como si la inteligencia y su ejercicio continuado fuera una profesión, que, por supuestísimo, sólo pueden ejercer unos pocos. Cierto es que ya nadie lo hace, y casi que por motivos un tanto deprimentes, no está muy a la alza en nuestros espacios públicos lo de interesarse por la inteligencia.

En el presente lo que es una vergüenza es hablar como si uno, y digo “uno” de macho, tuviera esa autoridad aunque no se llame como tal. Que levante la mano quien no haya sufrido a hombres -y si alguien aquí me pide que diferencie entre hombres y machistas, le pido que no me pida nada y que ya cada cual se piense lo de desligarse un tantito de su género asignado, y ver si quiere agruparse con otros y visibilizar a “los hombres no machistas” como sujeto político de estos tiempos, autogestión, hermanos- que te echan discursos en los que tratan, no de compartir contigo sus intereses, pasiones o dudas, sino de iluminarte, a ti mujer, sobre algún tema. Ya lo de discutir por puro interés, en igualdad, o incluso para aprender contigo, si eso para otro siglo. Sabemos desde hace algún tiempo, gracias a Rebecca Solnit -a quien un hombre trató de explicar un libro que ella misma había escrito-, que esto nos pasa a todas.

Lo que venía a proponer sobre esta cuestión, así a la brava, es que la intelligentsia masculina está acabada. Que aventuro que ya no va a producir nada nuevo, interesante y profundo, que nos haga entender, problematizar, dar pistas, poner en común el mundo en el que vivimos. Que igual ya está bien de decepcionarse por ello. Sí, sinceramente, lo de separar forma y fondo es un ejemplo muy de andar por la calle, pero me planteo si los hombres no han estado, simplemente, pensando como hombres. En serio. Igual se nos ha pasado ver que ellos sí que están esencializados en lo suyo de ellos, que era el darnos lecciones. A ver si van a ser ellos los que han estado haciendo literatura masculina. Lo dejo caer. Excluyendo a todo quisqui. Figurándose como todopoderosos y solos. Pensando lo que les interesa, en el mal sentido, el de “sólo miro pá lo mío”. Ocultando las vidas de las mujeres, de las personas migradas y racializadas, de las personas con orientaciones sexuales invisibilizadas y repudiadas, de las personas trans.

Este mundo ya no es el de ellos. Viva. Cansan, nos dan dolor de cabeza, nos amargan y, lo más grave, no nos dejan pensar. Tratemos de pensar sin ellos. De todos modos van a seguir ahí, hasta que se vayan muriendo, y cualquier cosa que hagan que valga la pena nos va a llegar, como nos llega toda la basura que teclean y sueltan por esas boquitas. Confiemos.

Tratar de pensar sin ellos: desistiendo de discutirles sus cosas si nos ocupa demasiado, de tener su aprobación y, lo más importante, continuar tratando de pensar nuestras vidas, aquello que ya estamos viviendo y aquello sobre lo que no tenemos ni idea. Ya llevamos algunos siglos de pensamiento feminista, con todos sus conflictos, problemas e invisibilizaciones, siento que es el momento -el momento es ahora-, de separarnos de todo ese cajón ponzoñoso de explotadores que tenemos en occidente. Nos llevamos lo que nos ha venido bien y les dejamos solos. No les debemos nada. El presente y el futuro siempre necesitan de un poco de orgullo. Y de rapiña. Pero esta vez a los vencedores, que son pocos y cobardes.

Estudiar el pasado, sí, que el tiempo es complejo y no vamos a venir ahora nosotras con la milonga imperialista del progreso. Sin esperar, parfavar, que nos den el visto bueno. Esto no me parece simple, como tratamos de no ser excluyentes -no siempre con éxito, véase las discusiones viejas y actuales entre feminismos-, porque queremos hacer realmente política, ocuparnos de los asuntos comunes en común, y no acumular poder, el pasar de su cara parece excluirles, discriminarles. No me voy a reír, que ya sabemos que los hombres, ciertos hombres, continúan siendo los protagonistas de todo. Pues que no lo sean más de nuestras vidas. Vamos a ir tirando de la alfombra hasta que se caigan al suelo. Para ello quiero animarnos, eso, a pensar sin ellos, aunque sea con miedo -yo lo tengo ahora mismo, pensando si me estaré volviendo loca o qué-, a buscar a nuestras antepasadas que son muchas y muy profundas y se merecen todos los honores de nosotras las excluidas. Animarnos a ser vanguardia. A hacernos fuertes en lo del pensar y expresarnos públicamente en el día a día, que nos va la vida en ello. En cualquier sitio, y en especial, fuera de las instituciones, que nos dé el aire. Es algo difícil, duro y arriesgado.

Cuesta encontrar una comunidad de pensamiento, pero en el fondo una nunca está sola, el pensamiento se hace en común, como dice Donna Haraway, y puede dar todas las alegrías del mundo y las que estén por inventar. Lo que ocurre es que llevamos siglos muy pero que muy mal acompañadas.

Y la otra cuestión a la que quería llegar, ya casi sin aliento. Me cagüen tó. Que tenga que venir un tío, Marc Giró, a hablar con agresividad y guasa sobre lo sumisas que somos. Porque puede, debe ser. Pues sí, claro que lo queremos todo, claro que queremos ser mejores que las identidades deprimentes, y sus correspondientes posibles de vida, que nos ha preparado el patriarcado capitalista y racista. No te jode. ¿Queremos ser explotadoras? No. ¿Queremos vivir en un mundo desigualitario que nos adiestra en mermar nuestras sorprendentes capacidades y en pasar por encima de quien sea como miserable compensación? No. No hablo en nombre de nadie, pero sinceramente, yo lo quiero todo. El brillo del verde de la tierra -como decía aquella película de Danièle Huillet y Jean-Marie Straub que estoy parafraseando mal-, y los espejos del azul del mar. Y lo queremos para hacerlo más grande, para cuidarlo, para compartirlo, para hacer entre todas, y no para actuar en ningún caso como las propietarias.

Para comenzar, aunque parezca un desvío, quiero insistir en que basta ya de pedir disculpas por hablar, por corregir a unos jueces, claro que es una violación y os lo vamos a gritar hasta que os sangren los oídos y rectifiquéis. Ni la política en general, ni las luchas para salir de la opresión en particular, necesitan de ninguna persona experta. Las personas entendemos, y tenemos que discutirlo absolutamente todo. Esclarecernos entre nosotras sobre todo lo que nos afecta, y que cada vez nos afecten más problemas, por alejados que parezcan de nuestras vidas, la lejanía es un error de perspectiva patriarcal, capitalista y racista. Nunca jamás las luchas de personas oprimidas fueron recibidas de buen grado. Anda ya: tenemos que gritar más, empujar más, unirnos más, confiar entre nosotres más. Necesitamos hacerlo colectivamente, darnos ejemplos, jurisprudencias. Toma.

Señoros, este mundo de relaciones torcidas -y las visiones que nos hacen tragar para legitimarlo-, nos agrede, nos violenta, nos amarga, nos complica la vida para mal, nos mata, destruye la tierra y a todos sus seres. No queremos más. Queremos todo. Pero otro todo. La han cagado pero bien, jerifaltes. Ni una vez más, hermanas. A pensarlo y cuidarlo todo, comenzando por nosotres, y a echar la mierda al cajón del compost mientras se va descomponiendo.

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