Hay gente que tendría que comprender, de una vez por todas, que los verdaderos delincuentes no vienen a nuestro país en patera, sino en clase business y por aerotransporte. Parece que algunos estaban tardando demasiado tiempo, por ejemplo, en culpabilizar a los inmigrantes de la expansión del coronavirus en nuestro país. Y ya, por fin, da la impresión de que hallaron el origen de los brotes y rebrotes por doquier. La cicatera actitud de los representantes del Gobierno central y regional sobre qué hacer, dónde y cómo alojar a estas personas, tampoco ha ayudado mucho a solventar la situación de la llegada en tropel de inmigrantes y poner orden y concierto a la hora de recepcionarlos. La alarma creada por el contagio de la COVID-19 en algunos y la fuga de un centenar de ellos esta misma semana de las instalaciones del puerto de Escombreras, eludiendo la cuarentena, es lo mínimo que podía ocurrir cuando apenas una docena de agentes policiales se ocupaba de la custodia de más de 300 de esos inmigrantes.
Todos los veranos llegan pateras a nuestras costas. Y, ciertamente, son auténticas mafias las que transportan a estos hombres y mujeres que huyen de la miseria desde sus países de origen. Todos tendríamos que tener claro que nadie abandona su casa por voluntad propia. Bastante drama soporta esta gente ya de por sí en su mente y en su cuerpo. La guerra, la hambruna, la pobreza más absoluta, suelen estar detrás de estos éxodos, lo que se traduce en la falta absoluta de perspectiva de futuro en sus lugares originarios.
Quienes se han ocupado de forma torticera, a lo largo de todos estos años, de entrelazar y relacionar inmigración con delincuencia sabrán que, siempre, en el pecado llevarán la penitencia. Todos conocemos ejemplos de inmigrantes que son tan trabajadores y honrados como los demás, gentes que un día llegaron a nuestro país buscando el horizonte que en el suyo no encontraban o simplemente se les negaba.
El futbolista Iñaki Williams, delantero del Athletic Club, contó hace meses, visiblemente emocionado durante una entrevista, la tremenda odisea que sus padres vivieron y sufrieron para llegar a España, cruzando África desde su Ghana natal, haciendo frente a mil contratiempos, pasando hambre y sed, esquivando ladrones y asesinos, sorteando la muerte en más de una ocasión. Su madre estaba embarazada de él y, aún así, tuvo arrestos para jugarse el pellejo por buscarle un futuro mejor a su vástago. Llegaron por ese sur que siempre existió, subieron al norte, hasta Bilbao, y luego recalaron en Navarra, donde hallaron trabajo y comenzaron a ver la luz al final del túnel.
Ya en la Antigua Grecia, se utilizaba la misma palabra para definir al huésped o al invitado que al extranjero: xénos. El escritor alemán y Nobel de Literatura, Günter Grass, siempre sostuvo que Europa no debería tener tanto miedo a la inmigración porque las grandes culturas, concluía, surgieron del mestizaje. En una entrevista publicada en 2007, el autor de 'El tambor de hojalata' puso como ejemplo la novela picaresca, que aseguró tanto le inspiraba, y la influencia de la cultura morisca en España.
Sorprenderá a muchos que la cifra de peticiones de asilo o protección que formulan los inmigrantes en nuestro país no vaya más allá del 5%, en tanto la media europea es del 30%, según los datos cotejados por la oficina estadística de la Unión Europea. Y que, aunque cueste creerlo, la población extranjera en España no supera el 10% del total de sus habitantes.
Parece pues que el problema nuclear no es tanto de inmigración sino más bien de educación, por lo que habrá que insistir en que ser distinto no nos hace mejores ni peores a los unos de los otros. Aunque haya quien se abone por sistema a la tesis de criminalizar al diferente ante la falta de otros argumentos que esgrimir frente a lo que se ignora. Y porque cada logro en la vida siempre comenzó con la decisión de intentarlo.
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