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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Murcia, un paisaje urbano

Peatones, ciclistas y vehículos transitando por el Puente de los Peligros, en la capital murciana Turismo de Murcia
15 de noviembre de 2022 09:32 h

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La observación de un espacio físico puede darnos una idea acerca de cómo viven sus habitantes. La actividad del hombre deja huella en su entorno y le da una forma que a su vez condiciona, si no determina, qué acciones son posibles en él. Una visión del paisaje urbano de la ciudad de Murcia nos permite entender un poco cómo funcionamos, más allá de la idea que tengamos a priori acerca de nosotros mismos.

Algo que se aprecia rápidamente en la ciudad es la ubicuidad de bloques de viviendas en las que reside la gente. No es fácil encontrar chalets, viviendas unipersonales ni jardines particulares. Este fenómeno se puede atribuir al rápido crecimiento de la ciudad por el éxodo rural de los años 50 y 60, una época de pobreza en la que los apartamentos eran la opción de vivienda más asequible, pero también podemos encontrar ese modelo en construcciones anteriores a esa época. De hecho, en la Inglaterra de la postguerra, donde la guerra había destruido medio millón de hogares y no nadaban en la abundancia, se construyeron viviendas unifamiliares o adosadas, prefabricadas cuando la economía no permitía una opción mejor, pero con jardines particulares y adaptadas a una cultura más individualista que la nuestra.

Tanto en las épocas de bonanza económica de finales del siglo pasado como a lo largo de las crisis económicas que se están sucediendo desde 2008, se han seguido construyendo bloques de pisos en Murcia. Además de la consistencia del modelo de residencia, esto nos indica la fuerza económica de una zona que, incluso en horas bajas, no deja de ampliar su edificación.

Resulta fácil apreciar en las calles la profusión de bares y restaurantes, con sus terrazas ocupadas por la gente. Esto abunda en la dimensión gregaria atribuida a la zona mediterránea, canalizada por una vía hedonista que contrasta con épocas pasadas. Persiste la presencia de múltiples iglesias, menos visitadas que en otros tiempos, pero que aún muestran las raíces cristianas de la sociedad.

En contraste con esas raíces, en los últimos años han proliferado los salones de juego y, especialmente en la zona norte, grandes anuncios de burdeles de carretera. La obscenidad de estos anuncios se ha reducido últimamente, mostrando la lucha entre el pudor, si no una moralidad tradicional, y el poder económico que mueve el hedonismo más descarnado.

También se aprecian fácilmente múltiples tiendas en las que se vende carne, pescado, verduras, especias y alimentos de prácticamente cualquier parte del mundo. Panaderías, pastelerías, puestos ambulantes ofreciendo churros o gofres (los pollofres parecen haber pasado de moda) y establecimientos de comidas para llevar ofrecen productos alimentarios ya elaborados. También hay tiendas de ropa, utensilios, videojuegos… Aunque Murcia se vea a sí misma como una zona pobre, el comercio circula. En esta línea son llamativos los grandes centros comerciales de la zona norte que se han ido convirtiendo en un neocentro, accesible mediante el tranvía, en el que se congrega la población. Cabe destacar que estos espacios están cerrados los domingos para descanso del personal, mostrando una vez más el conflicto entre el liberalismo económico y otros valores que se le oponen.

Encontramos otra oposición al hedonismo cortoplacista en la multiplicación de gimnasios y centros deportivos de distinto tipo, que promueven la salud física con un mayor o menor componente lúdico. En este terreno, han proliferado en los parques públicos aparatos que facilitan la realización de ejercicio físico e impulsan un modelo de actividad social que no es ni económica ni destructiva, sino un auténtico ocio constructivo. Observamos también el culto a la salud en la omnipresencia de clínicas médicas, odontológicas, podológicas, fisioterapéuticas, etc. De entre ellas, llaman la atención las clínicas de fertilidad, que evidencian el fracaso de un modelo sociolaboral que retrasa la maternidad más allá de los límites que le impone la naturaleza, y la catástrofe ecológica que envenena a los ciudadanos hasta hacerlos infértiles.

La progresiva desaparición de las plantas en los parques, siendo sustituidas por césped artificial, grava, o plásticos blandos en los que las caídas de los niños no ocasionen heridas ni manchas de tierra, muestra el impacto de la creciente escasez de agua.

Con la excepción de las zonas antiguas de la ciudad, vestigios de otro mundo, las calles son amplias para facilitar la circulación y aparcamiento de los coches, siempre más numerosos que lo que puede acomodar la ciudad. Esto expone a los ciudadanos a la inclemencia del sol durante los meses cálidos (recientemente han empezado a aparecer toldos en algunos parques y calles céntricas estrechas), y a los peligros de los vehículos (tanto por su contaminación como los relativos a los atropellos). La apuesta por los coches como mecanismo de movilidad parece fuerte en la configuración urbanística, pese a parches en la dirección contraria como el transporte público o los carriles bici. La difícil sostenibilidad de este modelo de movilidad augura cambios en el futuro.

Cuando la sociedad cambie, la ciudad lo hará con ella. Mientras tanto podemos vernos en las calles, tomándolas como un espejo de quiénes somos. También podemos juzgar si nos gusta lo que vemos.

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