Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Un respiro frente al exilio asfixiante que roba infancias saharauis

Grupo de menores del programa ‘Vacaciones en Paz’ sosteniendo la bandera saharaui.

Gloria Piñero

Lorca —
20 de agosto de 2025 22:08 h

3

A principios de verano, Laila, Aya, Bulahi y Raguia emprendieron la gran travesía de sus aún cortas vidas. Dejaron atrás el aire abrasador y polvoriento del desierto más inhóspito del mundo, el del Sáhara, para ser recibidos con los brazos abiertos por familias españolas que les están procurando toda suerte de atenciones hasta que acabe agosto. Será entonces cuando vuelvan a las jaimas y casas de adobe que salpican las wilayas de Auserd, Smara, Dajla, El Aaiún y Bojador, en la región argelina de Tinduf.

Para todos ellos, estas son unas verdaderas vacaciones en paz que les están permitiendo olvidar durante unas semanas que su pueblo, el saharaui, sufre un exilio que dura ya casi medio siglo y para el que no se adivina una salida.

Lo que aquí se considera cotidiano –el agua corriente, la nevera llena, la asistencia médica, o incluso subir a un ascensor– se convierte para estos niños y niñas en una ventana a un mundo nuevo. Para quienes les acogen, es un acto de solidaridad con un pueblo que lleva 49 años esperando justicia.

Una infancia en el exilio

Desde mediados de los años 90 del pasado siglo, cuando se instauró en España el programa ‘Vacaciones en Paz’, cada año, cerca de 3.000 menores saharauis pasan los meses de estío en nuestro país acogidos por familias solidarias. No son todos los que querrían hacerlo. Otros mil niños y niñas no pueden realizar el viaje por la falta de voluntarios para hacerse cargo de su asilo temporal.

El programa es gestionado por las distintas entidades y asociaciones de Amigos del Pueblo Saharaui, la Delegación Nacional Saharaui y sus organizaciones territoriales. En su desarrollo participan, además, los Ministerios de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, del Interior y de Política Territorial y Memoria Democrática. Y, junto a ellos, también los ayuntamientos y las comunidades autónomas donde se presta alojamiento a los menores.

Una red de solidaridad que les permite un respiro en una existencia marcada por las condiciones extremas de calor, la escasez de agua y la dependencia de la ayuda exterior.

Para los niños y niñas saharauis, subir por primera vez a un avión, probar la paella, recibir un tratamiento médico o aprender a nadar son recuerdos que marcarán sus vidas. Para las familias españolas que los acogen la experiencia es igualmente transformadora: abre una ventana a otra realidad y forja lazos que se mantienen a través de llamadas, mensajes y reencuentros año tras año.

Historias de acogida: cuando la fraternidad amplía familias

En Lorca, una de las ciudades murcianas con más tradición de acogida, cada verano varias familias abren las puertas de sus hogares a menores saharauis. Entre ellas la de Isabel Sánchez, quien empezó a participar en el programa en 2014.

Su primer menor acogido fue Ali Labat, que por entonces apenas tenía ocho años y vivía con sus abuelos en Tinduf. “Lo que más le impresionó al llegar fue cómo el agua no dejaba de salir del grifo de la bañera”, recuerda Isabel. Tras varias idas y venidas, Ali, que ahora tiene veintiuno, decidió quedarse para estudiar un Grado Medio de Electromecánica de Vehículos Automóviles y forjarse un futuro aquí. “Es un chico muy responsable y desde el principio se integró bien con los demás niños, que le brindaron una buena acogida”, rememora orgullosa.

Dos años después, Isabel recibió a Naama Moulout, una niña de nueve años con importantes problemas auditivos. Gracias a que los menores saharauis son incluidos en la tarjeta sanitaria de las familias de acogida, la pequeña pudo acceder a tratamientos médicos que no existen en los campamentos. Lo que más le sorprendió entonces fue la cantidad de comida que encontró a su llegada en comparación con la austeridad de su wilaya.

Isabel, miembro de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui, cuenta que el idioma nunca ha sido un obstáculo. “Al principio nos comunicábamos con gestos, pero después de un mes los niños ya hablaban español, porque lo habían estudiado en su colegio y aquí terminaron soltándose”.

Para ella también es importante establecer vínculos con las familias de los menores, con quienes siempre ha mantenido el contacto a través de mensajes de WhatsApp o videollamadas, y a las que ha podido conocer en persona en los viajes que ha realizado a Tinduf para llevar ayuda humanitaria.

Segunda generación: los hijos de la solidaridad

En estas tres décadas, el programa ha permitido a sus participantes ver crecer a toda una generación de saharauis que pasaron veranos en España. Como Fatimetou Hamadi, que llegó a Lorca hace más de dos décadas para tratarse de una grave enfermedad renal. De no haber recibido atención médica entonces, probablemente no habría sobrevivido.

Pero lo hizo, luego se convirtió en madre y hoy su hija Galya forma parte de esa segunda generación que disfruta de unas vacaciones en nuestro país. Como hiciera su progenitora, Galya ha pasado los últimos veranos en casa de Mateo Ruiz y su esposa Maita, a quienes llama cariñosamente “abuelos”.

Galya, niña saharaui acogida por Mateo y Maita, disfruta de sus vacaciones jugando en familia.

Para esta familia, poder recibir a la hija de aquella niña que una vez vivió en su casa es “un regalo de vida” y la prueba de que la solidaridad trasciende generaciones y deja huellas imborrables.

Sáhara Occidental, el último territorio colonial en África

Desde 1975, tras la Marcha Verde y el abandono de España de los territorios de Saguia el Hamra y Río de Oro, administrados entonces como una provincia más, el pueblo saharaui vive exiliado en los campamentos de Tinduf, sin acceso a recursos básicos y dependiendo exclusivamente de ayuda internacional. Mientras tanto, las promesas de un referéndum de autodeterminación impulsado por la ONU en 1991 siguen sin cumplirse.

Marruecos ha continuado consolidando su dominio, explotando los recursos del territorio –fosfatos, pesca, energía– con la creciente complicidad diplomática internacional.

La responsabilidad del estado español en el conflicto saharaui sigue presente. La ONU considera al Sahara Occidental como un Territorio No Autónomo y, a pesar del control de Marruecos sobre el territorio­ –las poblaciones costeras originales, como la antigua Villa Cisneros (ahora Dajla), hoy son explotadas turísticamente por el gobierno de Mohamed VI–, España sigue siendo reconocida como la potencia administradora. Sin embargo, los sucesivos gobiernos democráticos, unos detrás de otros, se han desentendido de sus deberes históricos hacia el Sáhara Occidental.

Niños y embajadores del programa ‘Vacaciones en Paz’ en un encuentro.

Las cada vez más estrechas relaciones diplomáticas y económicas con Rabat, incluso en detrimento de los derechos de los saharauis, y el reciente giro en la postura del Ejecutivo de Pedro Sánchez, que ha escenificado su apoyo al plan expansionista del país Alauí en el Sahara –la última vez, el pasado abril durante un encuentro entre los ministros de Exteriores de España y Marruecos, José Manuel Albares y Naser Burita–, ha sido percibido por muchos como una traición a décadas de compromiso con la República Árabe Saharaui Democrática y la autodeterminación de su pueblo. Derechos defendidos por el Frente Polisario y que sí reconocen Naciones Unidas y el Tribunal Superior de Justicia de la Unión Europea.

Sáhara y Palestina: causas paralelas

Existen paralelismos entre la causa saharaui y la palestina. Una comparación que no es gratuita: comparten una historia de resistencia frente a la ocupación, de generaciones enteras creciendo en campos de refugiados y de un anhelo de retorno que nunca llega. Ambos pueblos fueron despojados de su tierra, han visto frustradas las resoluciones de Naciones Unidas y viven, desde hace décadas, dependientes de la ayuda internacional.

En la Franja de Gaza, la infancia sobrevive a duras penas a los bombardeos, el bloqueo –y la consecuente hambruna– y un asedio que ha alcanzado ya la categoría de genocidio; en Tinduf, lo hace bajo el sol inclemente del desierto y la escasez de recursos, en un exilio sin un final en el horizonte. En ambos casos, los menores pagan el precio más alto de la inacción internacional.

Lo que distingue al caso saharaui es el silencio mediático que lo rodea. Mientras Palestina ocupa titulares en la prensa internacional y alienta movilizaciones en Occidente contra la brutalidad del ejército israelí, el Sáhara Occidental ha sido relegado a una cuestión marginal, apenas presente en las agendas de los grandes foros internacionales.

Esa invisibilización, una estrategia política sutil, pero de consecuencias devastadoras para sus víctimas, refuerza la percepción de un doble rasero en la defensa global de los derechos humanos y del derecho internacional.

Memoria colectiva como dignidad

En Palestina y en el Sáhara Occidental, la infancia crece marcada por la ocupación, la violencia, las penalidades y el desarraigo. Programas como ‘Vacaciones en Paz’ no resuelven el conflicto, pero ofrecen un paréntesis luminoso, un recordatorio de que la solidaridad entre pueblos puede derribar fronteras simbólicas cuando las geopolíticas parecen inamovibles.

Frente al silencio de los gobiernos, el compromiso civil resplandece: cada familia de acogida, cada asociación implicada, convierte a los niños saharauis en embajadores de un pueblo ignorado y construyen la memoria de un verano en paz. Una tregua tangible cuajada de afectos y esperanza como aliento para soportar el dolor de décadas de injusticia.

Etiquetas
stats