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El Guggenheim, ¿museo o edificio en el que colgar cuadros (excepto de artistas locales)?

Vista de la emblemática estructura diseñada por Frank Gehry del Museo Guggenheim en Bilbao. Endika Garrido.

Laura Murillo Rubio

Bilbao —

A pesar de que la construcción de su imponente armazón levantara ampollas en su día, hoy ya nadie duda del valor positivo en términos económicos y turísticos del museo Guggenheim, convertido en el buque insignia de la transformación del Bilbao industrial a la capital de servicios actual. Sin embargo, esta ‘gran verdad reconocida por todos’ queda truncada si el análisis se ciñe exclusivamente al ámbito cultural. Y es que la famosa pinacoteca, obra del reciente Premio Príncipe de Asturias de las Artes, Frank Gehry, obedece al dictado las directrices de la fundación y se olvida de los artistas de la tierra, puesto que su contribución a poner en valor el arte local en el panorama internacional resulta escasa.

“La relación con el contexto, con los artistas vascos, podríamos decir que es testimonial, de mínimos, la obligada por contrato para poder justificar la inversión institucional”, asegura Ricardo Antón, miembro de ColaBoraBora y Kultura Abierta. Aunque se han visto acrecentados en los últimos años, en su opinión, los programas con artistas jóvenes se organizan como una forma de programar y ocupar espacios a bajo coste “sin honorarios, producción, ni adecuada difusión”. En este sentido, la mayor relación que el museo ha establecido con los creadores vascos ha sido a través de convenios de prácticas con la UPV o contrataciones externalizadas, lo que conlleva condiciones de inestabilidad laboral. “Lo que buscan de los jóvenes vascos no es su capacidad de producir arte, subjetividad o cultura; sino instrumentalizar su mano de obra cualificada y barata, totalmente desarticulada como sujeto político-laboral”, afirma Antón, cuya opinión comparte un catedrático experto en políticas culturales, que prefiere mantener el anonimato por sus relaciones con el ámbito cultural vasco. “El Guggenheim de Bilbao tendría que tener establecido desde hace un montón de años algún tipo de acuerdo para que, a través de la universidad pública, pudiera tener un papel formativo de alta entidad. Necesita una actuación de más enjundia”, señala el docente.

Con un presupuesto de 26.563.596 euros, el centro de exposiciones bilbaíno vive, en su mayor parte, de la venta de entradas y también de las subvenciones del Gobierno vasco y la Diputación de Bizkaia, que para este año aumentó en 2 millones su aportación, pese a la pérdida de un 8 % de visitantes en 2013. Según el gabinete de comunicación de la propia entidad, ese dinero se ha destinado a la programación expositiva. Unas exposiciones que cuentan con la firma de reconocidos artistas internacionales, pero en las que aun no se ha hecho hueco suficiente a promesas locales. “Para responder a las críticas, en los últimos tiempos, se han afanado en decir que sí existe una sustancial compra de obras vascas que se puede comprobar en los listados; pero el problema radica en que, exceptuando a Chillida, Oteiza y Cristina Iglesias, el porcentaje de compra de autores vascos no suma lo que se gastaron en la última pieza de Anish Kapoor”, explica el mismo docente. “No es lo mismo que compren una obra de Moraza por 40.000 euros, que cualquiera de las que adquieren que puede llegar a costar 500.000 o incluso 1 millón de euros”, sostiene.

Estandarte turístico-económico

Atractivo de marcas o empresas transnacionales de prestigio, arquitectos estrella, aumento de infraestructuras para ocio y turismo, llegada masiva de cruceros…, como herramienta económica, el Guggenheim solo ha generado beneficios en la ciudad, pero ¿hasta qué punto su presencia ha sido capaz de estimular una economía cultural de entorno? “Como agente cultural de contexto, la labor del Guggenheim es prácticamente nula. Su aporte para mostrar el arte vasco hacia fuera, como el arte en general hacia la ciudadanía es muy escaso”, cuenta Antón sobre un síntoma que se ve en el propio organigrama del museo, “totalmente escorado hacia la gestión, el marketing y la comunicación”. Para el miembro de ColaBoraBora queda claro que el museo “no es una infraestructura artístico-cultural, sino una maquinaria industrial, económica y turística”.

Por su parte, los galeristas vascos también tacharon hace años como “frívola” la política de compras de la pinacoteca. Varios abrieron tiendas en las inmediaciones del museo, pero algunos no duraron ni un año. “Con Guggenheim o sin él, los creadores vascos estarían en la misma situación”, declara otro experto en políticas culturales que por su vinculación con el museo solicita no ser mencionado. “Hay que reclamar un mayor acceso a la cultura del entorno. Hacer una muestra al año de creadores locales es como una gota en el océano. Se cubre la cuota exigida, pero no hay un trabajo continuado”, recrimina. “Aquí lo único que hacen es aceptar propuestas de la propia organización, por eso tampoco se espera nada de un proyecto con sede en Nueva York, que compra especialmente para complementar su propia colección”, dice Sol Panera, propietaria de la histórica galería Aritza.

A las órdenes de la Fundación

El centro bilbaíno se ha convertido en la estrella de la red internacional de la Fundación Solomon R. Guggenheim. Sin embargo, el convenio, que vence este año y por el que se encuentran en negociaciones, siempre ha mantenido al museo de la villa bajo los mandatos neoyorquinos, lo que le llevó hace años a ganarse críticas como que ‘el Guggenheim es una pared donde se cuelgan cuadros y no un centro de tradición cultural en sentido estricto’.

“Mantienen una relación muy sumisa con los americanos. Obedecen todas sus órdenes porque como tienen algo que genera grandes beneficios, piensan que cualquier cosa que se cuestione amenazaría al americano con irse, lo cual es absolutamente imposible porque no tienen ahora otro sitio que les vaya mejor que Bilbao”, asegura el catedrático sobre el momento actual que valora como “perfecto” para establecer una negociación “en condiciones”.

Los propios expertos culturales reclaman un plan estratégico de emancipación, que otorgue una mayor autonomía al centro bilbaíno. “Se debe mantener la alianza con Nueva York, pero no a cualquier precio”, recalcan. Para ello, abogan por incorporar a la colección más obra del entorno puesto que el museo debe tener una mayor inserción en el territorio. “El Guggenheim muchas veces ha vivido ajeno a la realidad y es una institución que debe tratar con los agentes de la industria y las fábricas de creación como Bilbao Arte o Arteleku”, sostienen. Sobre la opacidad de la gestión tanto el docente como el profesional en políticas culturales consultados por eldiarionorte.es, aseguran que “se debe cerrar un modelo mucho más transparente e implantar la figura de un claro director artístico, que ahora se diluye en varias direcciones” puesto que Juan Antonio Vidarte opera como gestor económico, “que es para lo que se le contrató”, señalan.

Hace ya 17 años de su inauguración, pero cuando las voces de su construcción empezaron a sonar por la villa, entre los bilbaínos corrió un viejo chiste en el que uno le decía a otro: “¿Sabes que hemos fichado un tal Guggenheim que nos va a costar 30.000 millones de pesetas? Entonces el compañero se encogía de hombros y contestaba: Bueno, si mete goles…” Y así fue. El icono de la revitalización radical de Bilbao ha metido goles económicos ‘por un tubo’ y, como ha metido goles, volvemos a lo de siempre: ¿a quién le preocupa la cuestión cultural?

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