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LOS LANZALLAMAS

J.D. Vance, la semilla del diablo

El vicepresidente estadounidense, JD Vance, habla con los periodistas en Washington, D.C., EE.UU., el 30 de octubre de 2025. EFE/JIM LO SCALZOUS
14 de noviembre de 2025 22:33 h

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En la primera frase de David Copperfield, la novela de Dickens, la suerte del protagonista queda clara: si soy un héroe de mi propia vida o un personaje secundario, lo dirán estas páginas. James David Vance no ha necesitado que nadie le escriba su propia vida: lo ha hecho él mismo casi antes de vivirla y desde el preámbulo deja claro cuál es su rol en el mundo. 

“No soy senador, gobernador o exsecretario del gobierno. No he fundado una empresa valorada en mil millones de dólares o una ONG que esté cambiando el mundo. Tengo un buen trabajo, estoy felizmente casado, tengo una casa cómoda y dos perros alegres”, dice Vance en el prólogo de Hilbilly, una elegía rural, el best seller con el que se dio a conocer y, posiblemente, su primer acto de la campaña que lo ha llevado a la vicepresidencia de los Estados Unidos. 

Hillbilly es el nombre que reciben los escoceses e irlandeses afincados en el llamado Cinturón del Óxido, en la zona del Medio Oeste que ha sido degradada por la desindustrialización, donde la pérdida del trabajo y toda esperanza convirtió el sueño americano en la pesadilla que cuenta Vance. Un hilbilly es “un redneck (cuello rojo) o basura blanca”, aclara en el libro.

A los hilbillies no les gustan “los de fuera o la gente distinta de nosotros, sea por su aspecto o por cómo actúa, o lo que es más importante, por cómo habla. Para comprenderme, debes comprender que soy un hilbilly escocés-irlandés de corazón”. Vance escribe esto a pesar de estar casado con una mujer india, descendiente de brahmanes telugu. Parafraseando a Gil de Biedma, que iba en serio aquello que escribió, los lectores lo sabrían más tarde. 

La tesis del libro es la de un conservador que piensa que la sombría fortuna de la clase trabajadora, la escasa movilidad social, el divorcio y la adicción de las drogas, forman un destino difícil de eludir en el mundo donde creció pero, predica, lo peor es que “nuestros hombres sufren una peculiar crisis de masculinidad y algunos de los rasgos de nuestra cultura hacen que les sea difícil tener éxito en un mundo cambiante”. A esto Vance le añade la falta de voluntad de aprovechar oportunidades, porque aún en el peor escenario, dice, las hay. Describe un territorio abandonado por los gobiernos elegidos para servir a sus ciudadanos, pero también subraya la poca voluntad de la gente por querer cambiar su destino. ¿Acaso él no es un ejemplo después de lidiar con una madre heroinómana, un padre ausente y un entorno feroz? 

Vance, en primera instancia, asume esta mirada sobre el mundo después de superar todos los obstáculos. Su transformación es real, tal y como la cuenta, y por ello la novela es un éxito popular. Habrá otra, definitiva, la que lo lleve al puesto que ocupa hoy, por lo cual le llaman “converso”: el pasaje de un republicano tradicional a un populista en la línea de vanguardia de Trump. Aunque la semilla del disruptor, supremacista, religioso radical y, por ende, antisistema, ya estaba allí, latiendo en el corazón del hillbilly. 

«Si piensas en dónde nació y dónde está ahora, a los cuarenta años», dice el analista conservador Yuval Levin, un aliado de Vance, «J. D. es el miembro más exitoso de su generación en la política estadounidense». Más criterio y menos fervor tiene la visión de Ben Domenech, editor de The Spectator, quien pide mirar la historia personal de Vance, ya que encierra “el currículum de alguien que debería estar de rodillas diciendo que Estados Unidos es el mejor lugar del mundo: no tiene sentido crear un crítico tan estridente». 

Si el libro ha sido una herramienta electoral de J. D. Vance, su vida profesional está planificada del mismo modo. Siendo aún estudiante conoce a Peter Thiel en una charla que el magnate del Silicon Valley dio en la universidad y que Vance considera como «el momento más significativo de mi estancia en Yale». Poco después le escribe a Thiel y este acaba convirtiéndose en su mentor ideológico y laboral. Comienza a trabajar en una empresa de capital de riesgo de Thiel y por las noches escribe Hillbilly Elegy. A su misma edad, Obama escribe su libro Los sueños de mi padre, también unas memorias familiares pero en condiciones distintas: en la isla de Bali, junto a su esposa Michelle, gracias a una beca de la Universidad de Chicago. Thiel no solo ve una voluntad en Vance; desde el momento en que le conoce percibe su ambición de poder mientras le observa trabajar en proyectos paralelos que incluían una inmersión en el pensamiento de René Girard, uno de los pilares filosóficos de Thiel, a través del cual Vance se aferra al cristianismo y conoce la hipótesis del chivo expiatorio que junto a Trump aplicará para estigmatizar a los inmigrantes. 

Cuando triunfa como escritor, crea su propia empresa de capital de riesgo, regresa a Ohio y se instala con su familia en Columbus. Un par de años después, en 2018, cuando Shawn Donnan le hace una larga entrevista en el Financial Times, le describirá como un hombre con el aspecto conservador de un político del Medio Oeste, con un traje gris, camisa azul y corbata; alguien muy educado: “si existe lo contrario al estereotipo del paleto, ese es Vance”, escribe. El hilbilly ya es solo relato. Vance comienza a construir su propio Camelot en Ohio y combate, por entonces a Donald Trump. En las elecciones de 2016, llegó a decir que era «heroína cultural» para la clase trabajadora blanca.

Poco a poco gira y comienza a comprender que Trump no es lo más preocupante del problema endémico del Partido Republicano e intuye que modificará las políticas conservadoras de los años ochenta. Vance, siempre alerta, ve en el populismo su propia proyección y ahí está Thiel, otra vez, para acompañarlo. Es el magnate quien le sienta ante Donald Trump en Mar-a-Lago y entona un mea culpa que es recompensado con el respaldo del líder de MAGA para su candidatura a senador por Ohio en 2022. Thiel, por su parte, celebró el acuerdo aportando 15 millones de dólares a esa campaña, lo que supuso la mayor cantidad de dinero donada a un solo candidato al Senado en la historia. También Thiel está siempre alerta. 

Vance llega al Senado y la tesis de Hilbilly, una elegía rural pega un giro ya que su héroe deja de señalar a las políticas desafectas con el Cinturón del Óxido y la pereza de sus habitantes para estigmatizar a la inmigración como chivo expiatorio de todos los males. Al punto de rodar un spot electoral en el que se dirige a la cámara para decir: “¿Eres racista? ¿Odias a los mexicanos? Para mí es un tema personal: casi pierdo a mi madre por el veneno que cruza la frontera”. Trump al verlo, no dudó: hilbilly era su chico. 

No defraudó al candidato. Le sirvió, poco después en plena campaña, el tristemente famoso argumento de que los emigrantes haitianos se comían a las mascotas en Springfield, Ohio. El alcalde republicano de la ciudad le pidió a Vance que dejara de repetir el bulo y este se negó, llegando a declarar a la CNN que si tenía que inventarse historias para que los medios de comunicación prestaran atención al sufrimiento de los estadounidenses, lo haría. 

En febrero de este año, en el marco de la reunión anual de la Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente Vance presentó sus credenciales a Europa. Directo al grano, pidió que no se mire ni a Rusia –es decir, Ucrania– ni a China: Europa tiene el problema de la seguridad dentro, con lo cual, los gobiernos europeos deben atender la preocupación de los votantes, es decir, la inmigración. En ese foro, a una semana de las elecciones alemanas, dio su apoyo, por supuesto, al partido de la ultraderecha, Alternativa por Alemania. El aún canciller Olaf Scholz, lo criticó. Alice Weide, líder de AfP, lo felicitó. Seguro que Santiago Abascal lo pone en el cartel de su próxima fiesta internacional Europa Viva 26 en Carabanchel. 

Marco Rubio, el secretario de Estado del Gobierno de Trump, según avanzó Politico, ha comentado que J. D. Vance será el candidato favorito del presidente Trump para la próxima elección. Es un secreto a voces

Volviendo a Dickens, habrá que esperar para ver el lugar que le reserva la historia al plantel actual de la Casa Blanca. Mientras tanto, abramos otra novela suya, Historia de dos ciudades, para releer también su primera frase: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la época de la sabiduría, era la época de la necedad”. 

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