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Es la guerra contra Ucrania

Periodista experta en relaciones internacionales
Imágenes de la guerra en Ucrania expuestas en un comité del Senado estadounidense, el 28 de septiembre de 2022, en Washington. EFE/Jim Lo Scalzo

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En Europa nos enfrentamos al más grande conflicto militar desde la creación de la Unión Europea. Por fortuna, los 27 han reaccionado en bloque y, junto con potencias como Estados Unidos y Reino Unido, han castigado con duras sanciones económicas al invasor y arropado con una gran solidaridad al país agredido.

Vladímir Putin no nos dejó salir de la pandemia más grande que ha azotado al mundo, cuando ya nos estaba metiendo de lleno en una guerra en Europa que no tuvo justificación alguna para ser iniciada. De repente la Unión Europea hubo de proteger a casi siete millones de refugiados ucranianos en todos sus países, enviar dinero y ayuda humanitaria en ingentes cantidades y aportar múltiple material militar. La guerra de Rusia contra Ucrania se convirtió en la segunda crisis mundial en menos de dos años, así como también, en la segunda gran crisis económica para nuestro continente en el mismo lapso.

En Europa estamos pagando la factura. Y es así porque, si hubiésemos mirado hacia otro lado ante la atroz invasión de Ucrania, el tirano del Kremlin habría triunfado rápidamente y quedado inmediatamente legitimado para realizar más invasiones a países vecinos, allí donde sus democracias fueran tomadas por el dictador como amenaza para la supervivencia de su Rusia, esa Rusia imperial de sus anhelos neo zaristas.

Cuando en castellano hablamos de la guerra de Ucrania, en el imaginario colectivo vuela la idea de que es por culpa de Ucrania que atravesamos esta durísima crisis económica en los países y los hogares europeos. Cada vez que escuchamos que el gas, la electricidad y los combustibles suben sin freno y como consecuencia de ello también los alimentos y productos de primera necesidad, inconscientemente responsabilizamos a las víctimas de esta guerra, los ucranianos, de nuestros padecimientos económicos, obviando que esta crisis es la consecuencia de la invasión de Rusia a Ucrania. Muchos en Europa culpan de esta crisis a las víctimas cuando son ellas las que están siendo bárbaramente masacradas. Nosotros, los europeos, gracias a nuestra solidaridad con el país agredido, nos hemos convertido en víctimas menores de Rusia, pero jamás podremos poner en la misma balanza nuestras angustias económicas con el dolor del pueblo ucraniano que en siete meses ha tenido que huir de su país, encontrar cobijo en regiones de su mismo territorio y ver cómo bombardean la vida de miles, violan a su mujeres y niñas y destrozan toda su infraestructura, incluidos hospitales, guarderías, colegios y sus servicios públicos. Son ellos, los ucranianos, allí en su tierra, quienes padecerán un frío invierno sin ninguna clase de servicios. Muchos, incluso, sin casa para cobijarse. 

La guerra contra Ucrania requiere de la solidaridad de todos nosotros. Y esa solidaridad también comienza con el lenguaje. George Lakoff afirma que el marco lingüístico manifiesta la forma como ordenamos nuestro pensamiento. Teniendo en cuenta esta aseveración del lingüista y profesor de la universidad de Berkeley, si al referirnos a la crisis económica que padecemos en Europa hablamos de la guerra de Ucrania, en nuestro relato ya habremos encontrado un responsable: Ucrania. Entonces, estaríamos interpretando la realidad de una forma errada, injusta e insolidaria. Si por el contrario, al manifestar nuestro descontento, hablamos de la guerra contra Ucrania, nuestro inconsciente ya habrá procesado que Ucrania es la que padece la guerra. El marco lingüístico, según el autor, es una interpretación de la realidad que impulsamos por defecto en nuestros hechos comunicativos. Entonces, hablar de la guerra contra Ucrania sería más preciso a la hora de designar quién en realidad es el causante y responsable de esta crisis económica que nos aqueja en todo el continente y de la ya emergencia alimentaria que afecta a varios pueblos del mundo como consecuencia de siete meses de guerra del régimen ruso de Vladimir Putin contra un país inocente y vulnerable. 

En inglés, a diferencia de nuestro idioma, sí se expresa “the war in Ukraine”, es decir, la guerra en Ucrania, o también, “the war on Ukraine”, que nos habla de la guerra a Ucrania o contra Ucrania, descripción más exacta de lo que está sucediendo. Por ello, en castellano, aunque empleemos cuatro letras de más, deberíamos comenzar a hablar de la guerra contra Ucrania y no de la guerra de Ucrania, porque ese de nos sugiere inmediatamente, propiedad. Es tanto así, que en las mentes individuales y en el imaginario colectivo, al pronunciar, escuchar o leer, la guerra de Ucrania, inconscientemente, todos culpamos de nuestras actuales penurias económicas a las víctimas de la guerra y no a sus verdugos. Porque esta guerra tiene un solo dueño: Rusia. Así que, en el momento de llenar el carrito de la compra, surtir el depósito de nuestros coches y ver los enormes costes de las facturas de la electricidad, el gas y la calefacción, debemos señalar y protestar contra el déspota del Kremlin que es el único responsable de esta crisis económica que nos aqueja, de esta guerra que también es energética, declarada por el país invasor que además era el principal surtidor de gas en Europa; nosotros también somos víctimas del expansionismo ruso, de su guerra contra Ucrania. 

En la Unión Europea serán los Estados los que estarán obligados a proteger a los millones de familias afectadas, con ayudas para paliar esos enormes costes, y a subvencionar a las pequeñas empresas que gracias a la subida de las tarifas en los servicios, también han salido muy afectadas. Ya lo planteó la Comisión Europea con la propuesta del impuesto a las compañías energéticas que están recogiendo enormes beneficios por las consecuencias de la guerra; se gravarán para emplear esos impuestos a los ciudadanos más vulnerables que requieran ayuda. Von der Leyen lo ha dicho alto y claro: “No puede ser que unos obtengan beneficios extraordinarios, sin precedentes, gracias a la guerra y a costa de los consumidores”.

Algunos dirigentes políticos y sociales españoles y europeos sí culpan directamente a los ucranianos de la crisis económica. Han planteado que si Ucrania capitulara, firmara una paz con su país destrozado y desmembrado, con su gente en el exilio, y que beneficiaría únicamente al agresor, “los europeos no tendríamos por qué pagar las facturas de esta guerra”. Son los mismos que rechazan las sanciones económicas contra el régimen invasor de Putin, la ayuda militar al país invadido, y que, ahora que el tirano ruso amenaza con el empleo de armas nucleares, advierten de que ellos anunciaron que si Europa apoyaba a Ucrania esto podría suceder. Nunca, eso sí, se han preguntado públicamente, ¿si los ucranianos, rendidos, firman la paz con el agresor, entregando la soberanía de gran parte de su territorio y la dignidad de todo su pueblo, quién podría en un futuro inmediato obligar al tirano que comenzó la guerra a no invadir más países libres y a no emplear las armas nucleares para conseguirlo? 

Este invierno será duro para los europeos, pero nada comparado con el que padecerán los ucranianos. Todos en Europa podremos bajar los termostatos a cambio de llevar jerséis y chándales que nos calienten dentro de casa. El frío en nuestros hogares será un mal minúsculo comparado con el desgarre y el dolor que padece Ucrania. De nuestra solidaridad también depende que en un futuro no seamos todos los europeos quienes también tengamos el alma entumecida por la guerra.

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