33.209 motivos para votar
33.209 mujeres fueron víctimas de la violencia de género en el año 2022, según los datos del INE que recuperaba la periodista Celeste López este miércoles en La Vanguardia, pero los minutos de radio y televisión de algunos de los programas de mayor audiencia se dedicaron a comentar cómo un presunto agresor, Dani Alves, intentaba exculparse en una entrevista en el mismo rotativo y pedía perdón a su mujer. Es la “única” con la que él cree que debe disculparse pese a que la jueza considera que “existen indicios mucho más que suficientes” de que el futbolista violó a una joven en los baños de la discoteca Sutton de Barcelona.
Ojalá el tiempo dedicado a hablar de las excusas de Alves o restar importancia a conceptos como la violencia de género se hubiesen invertido, no ya este miércoles sino muchos otros días, a preguntarse por qué nos hemos inmunizado frente a los asesinatos de mujeres o se resta importancia a que el PP blanquee con sus votos los discursos machistas de la extrema derecha. Al nuevo presidente del Parlament balear, el negacionista Carlos Le Senne, que ocupa el cargo porque Alberto Núñez Feijóo así lo ha querido, habrá que recordarle que, utilizando sus propios términos, las que no tenemos pene también votamos y ojalá todas seamos tan beligerantes como teme y evitemos que personas como él sigan accediendo a las instituciones y decidiendo sobre nuestras vidas.
Le Senne lo tiene todo: machista, antivacunas y negacionista climático. Con ese expediente se ha convertido en la segunda autoridad con más rango en les Illes Balears. Eso es lo que ya está aquí y puede empeorar si por desdén o cabreo los votantes de la izquierda se quedan en casa el próximo 23J. Muchos de ellos y ellas pueden acabar siendo los principales perjudicados por las políticas involucionistas que se están poniendo en marcha en Ayuntamientos y Comunidades Autónomas a modo de aperitivo de lo que puede venir si tras las generales se configura un gobierno entre PP y Vox.
Los cambios sociales o políticos no empiezan de un día para otro. Se van alimentando cuando se da voz a un presunto violador sabiendo que la víctima no se puede defender o cuando en prime time se presenta durante meses a empresas de matones como Desokupa como héroes.
Vayamos con otro ejemplo reciente. La anterior campaña electoral comenzó con el suicidio de Melanie, una mujer de 56 años, que había trabajado como limpiadora en hospitales durante la pandemia, y a quien la comitiva judicial se encontró muerta en el baño del piso que tenía alquilado en Barcelona cuando iban a desahuciarla. Pero durante las dos semanas posteriores no se habló de Melanie ni tampoco de desahucios. Las cámaras de televisión y las manifestaciones se ubicaron en el barrio de La Bonanova porque daba más audiencia y votos hablar de dos casas okupas que, una vez celebradas las elecciones, no han vuelto a aparecer ni un minuto en los matinales.
Sirva este caso para entender que hay una batalla ya perdida: la extrema derecha ha logrado imponer su marco, a nivel mediático y también político, y por eso el presidente del Gobierno insiste en referirse a los hombres de 40 y 50 años a los que incomoda el feminismo. A esos señores les recomiendo que escuchen al expresidente Zapatero cuando les explica que “abrazar el feminismo te hace mejor persona”. Si no quieren hacerlo por nosotras, que lo hagan por ellos mismos.
En ‘Esperanza en la oscuridad’ (Capitán Swing y editado en catalán por Angle), la escritora y activista Rebecca Solnit argumenta que la desesperación de la izquierda tiene muchas causas y muchas variedades. Probablemente eso explica que haya asumido como normales algunos de los argumentos de la derecha. Pero Solnit añade que la incertidumbre también puede ser un motivo de esperanza en momentos comparables al actual.
El activismo para frenar los retrocesos que se avecinan si la derecha y extrema derecha siguen avanzando ya es en sí mismo uno de esos motivos. La lucha en defensa de los derechos de las minorías no acostumbra a tener efectos rápidos y a veces se reduce a actos de fe. Pero no queda otra que plantar cara. Desde las que defendemos el derecho al aborto, a los homosexuales que ven cómo estos días se retiran banderas arcoiris, a las personas trans que han tenido que escuchar a dirigentes de Vox decir en la tribuna del Congreso que la ley que las ampara “discrimina a quien se pueda sentir un ornitorrinco o Lady Gaga” o los migrantes a los que se quiere negar el derecho al padrón municipal que es tanto como privarles del acceso a la sanidad y la educación.
La esperanza, como escribe Solnit, nos sitúa en la hipótesis de no saber qué pasará. Pero es más fácil actuar cuando la incertidumbre es tan amplia. Deberíamos tener claro que bajar la cabeza no es una opción puesto que sería tanto como permitir que se normalice la homofobia o se fomente todavía más el racismo. De ahí que quedarse en casa no sea una opción.
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