“Abrir los ojos”
Una de las primeras consecuencias cuando llegan crisis económicas o empeoran las condiciones de vida de los ciudadanos suele ser el repliegue. El repliegue económico, en gasto, pero también cultural. En ese contexto hemos asistido a un vuelco hacia los mensajes ultra en Europa y en algunos países del mundo, con un primer gran aldabonazo en las elecciones que ganó Trump en 2016. Son partidos o candidatos que prometen acabar con problemas globales y estructurales con las palabras patria y orgullo, devolvernos a un pasado en el que se vivía mejor. En esas políticas, que parten de la indignación o la desesperanza, también de clases medias y trabajadoras, han encontrado consuelo millones de ciudadanos.
En el caso español, esa ultraderecha ha necesitado de una nave nodriza, el PP, para instalarse en los gobiernos. Ahora vemos algunos resultados tras el 28M. Por ejemplo, el PP de la Comunidad Valenciana, que gobierna con el partido de Abascal, acaba de anunciar que los próximos presupuestos serán “muy duros”, es decir, vienen curvas recortadas, y eso solo puede ser de las grandes partidas: educación, sanidad, servicios sociales. Sin embargo, la ola ultra del 28M no ha sido tan expansiva y Vox tropezó en las últimas elecciones generales sin conseguir sumar.
Es una tendencia que se ve en algunos de los últimos comicios, como los de Argentina. Precisamente Isabel Díaz Ayuso anda estos días quejosa porque Milei no se ha impuesto con rotundidad y pide a los españoles que “abran los ojos”. Sin embargo, asistimos desde hace meses a algunos resultados electorales que demostrarían que la ‘ceguera’ no es solo cosa de españoles. En EEUU, Brasil o, recientemente, en Polonia, los amplios paseos que se iban a dar los partidos ultra se han visto cercenados por un refuerzo de partidos más centrados o el fallo aritmético de las derechas unificadas. La caída de Vox en España, antes incluso de lograr estar en un gobierno nacional, augura que los ultra se quedarán, pero residualmente. El sueño de comerse al PP se ha desvanecido en cuatro años.
La caída de las opciones extremistas en algunos países de Europa y el mundo puede ser algo puntual, y su magnitud se podrá medir, por ejemplo, en las próximas elecciones al Parlamento Europeo en junio, para saber cómo van de salud los partidos políticos que juegan al límite. De momento, las ideas de desmantelamiento de las políticas del estado del bienestar, a las que esos partidos suelen llamar chiringuitos o calificar de despilfarro, no han demostrado que ayuden a resistir una guerra (camino de dos) o una pandemia. Quizás los ciudadanos no abracen con la misma euforia el cambio de paradigma o el descarrilamiento de los derechos conseguidos (lo que algunos consideran buenismo, paguitas o dictaduras de las minorías). La política del desprecio de lo existente puede funcionar, pero no de manera indefinida, porque de patria solo no se vive y las últimas votaciones dan indicios de que la enmienda a la totalidad no siempre convence, porque cualquier charlatán puede echar abajo un granero, pero para volverlo a levantar hace falta, además de mucho tiempo, un carpintero.
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