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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Los antifascistas folclóricos de Cataluña

Interior del Congreso de los Diputados

Antonio Maestre

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Existe un especimen de militante en Cataluña que ha adoptado el antifascismo como elemento de folclore político. Hasta hace no mucho, era una especie que solo habitaba en espacios convergentes y posconvergentes, pero ahora ha aflorado en una formación que siempre lo ha sido de manera sincera y militante, como la CUP. Al menos, algunos de sus miembros. Es cierto que la mayoría lo han sido, lo fueron, porque con sus decisiones políticas han demostrado que solo es un adorno subsumido al proceso nacionalista. Porque el antifascismo es un valor absoluto que no está por debajo de ningún otro a la hora de afrontar situaciones dilemáticas.

Un antifascista no tiene posiciones relativas cuando se trata de enfrentarse al fascismo o la excrecencia contemporánea que le haya tocado en desgracia. No existen circunloquios que le permitan eludir la responsabilidad cuando toca decidir. Un antifascista lo es por encima de cualquier otra consideración y esto significa que, reduciendo las posibilidades de elección, cuando aflora una situación dilemática que exija tomar una decisión en uno u otro sentido, el antifascista siempre la tomará en contra de su enemigo sin atender otras consideraciones. No hay excusas ni otras circunstancias que hagan tomar una decisión en otro sentido. El antifascismo es la idea primigenia, el valor supremo sobre el que sustentar el resto.

Mantuve la esperanza hasta el último momento de que la CUP al menos se abstuviera, como hizo Bildu, un partido con más historia y recorrido antifascista que, sin pretenderlo, sacó los colores a los independentistas catalanes con su discurso. Lo creía firmemente. Desde mi concepción antifascista, no podía acabar de entender que en una situación de trincheras como en la que se convirtió el Congreso, los antes compañeros de clase de la CUP votaran con quien quiere retrotraernos a los peores años de nuestra historia. Pero lo hicieron. La realidad descarnada es que decidieron votar con el fascio, para impedir la entrada de ministros comunistas en un gobierno por el miedo a que eso implicara una mejora de la situación global y una desmovilización que les restara influencia, protagonismo e ingresos a través de sus resultados electorales.

Uno de los ejemplos de la convergencia inflitrada en la CUP es el de Mireia Boya. Hija de burgueses cuasicaciques del Valle de Arán con negocios turísticos ha dejado escrito que la estrategia de empeorar la situación en España no es una estrategia negativa, si ello sirve a sus intereres nacionalistas: “El cuanto peor, mejor no es negativo, como nos quieren hacer creer, es la estrategia que combina memoria, sentido de Estado, dignidad y lucha desde la calle contra el régimen del 78, y es imprescindible para avanzar. Y si no que se lo digan a Rosa Parks, por ejemplo”.

La frase tan recurrente en nuestro debate público surge en el siglo XIX atribuida a Nikolay Gavrilovich Chernyshevski, un filósofo ruso miembro del socialismo utópico, que estableció que el dogma del “cuanto peor, mejor” era indispensable para el surgimiento de la revolución. Es una evidencia que como estrategia es efectiva y como análisis incontestable: cuando la clase obrera no tiene nada que perder y su situación no puede ser más dramática, está más dispuesta a luchar con su propia vida para intentar mejorarla. Pero desde luego, en el contexto actual, no en el del XIX, su utilización para hacer posible la independencia de un territorio rico de Europa es propia de sociópatas nacionalistas que no tienen más objetivo que implantar el mayor dolor posible en sus coetáneos para sus espurios objetivos políticos.

El “cuanto peor, mejor” no es negativo para hijos de convergentes con el riñón a salvo como Mireia Boya. Es cierto que para los que solo existe la cuestión nacional y la necesidad de crear un nuevo territorio, nuevas fronteras y convertirse en la clase burguesa dominante, la realidad social de las clases populares en España, los problemas concretos y materiales de la clase trabajadora son una cuestión menor. Todo proceso nacionalista de secesión en regiones ricas, como lo es Cataluña, lleva asociada una estrategia de sustitución de unas élites extractivas por otras que Fredy Perlman expresaba en su obra El persistente atractivo del nacionalismo para entender el nacimiento del credo nacionalista: “La burguesía o clase media […] ardía en deseos de liberarse de la indignidad y del yugo, de liberarse del señor parásito, para seguir explotando a sus paisanos y saqueando a los colonizados en nombre y en beneficio propio”. No disimulan, nunca lo han hecho, por más que hayan conseguido engañar a una importante masa de gente de izquierdas en Cataluña y extramuros. Lo dejaron claro ya cuando dijeron que habían votado unos presupuestos antisociales en Cataluña para lograr la independencia. El sufrimiento de la gente humilde es solo un medio para su fin y el antifascismo el traje folclórico con el que envolverse para parecer algo más que nacionalistas con intereses de clase privilegiada.

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