El Aquarius en el mar de la mentira
No tengo un pero que ponerle a la decisión del Pedro Sánchez de ofrecer el puerto de Valencia a las más de seiscientas almas que navegan hacinadas en el Aquarius, amenazadas por la fatiga de la nave, a merced de la fuerza del mar, ignoradas por el cinismo de la Unión Europea, invisibilizadas por la hipocresía de los países miembros y condenadas por la xenofobia del macarra que Italia tiene como ministro de Interior, Matteo Salvini, y los millones de italianos que le votan.
Por supuesto que hubiera sido mejor obligar a Italia a cumplir la ley y forzarla a abrir sus puertos y cumplir con las responsabilidades que tiene contraídas como país europeo y principal receptor, junto con España, de los 2400 millones de euros habilitados por la UE para la crisis migratoria; pero hablar es fácil y por eso casi siempre sirve para nada. Hablar no va a asegurar el destino de los embarcados en el Aquarius.
Lo primero siempre debe ser proteger a los inocentes, sólo así hay tiempo después para todo lo demás. Ya sabemos que el macarra Salvini ha cogido a los navegantes del Aquarius como rehenes y busca someter a un chantaje a toda Europa para dejar claro desde el primer minuto quién manda ahora y apuntarse una victoria que le acredite como macho alfa ante los suyos. Como todos los abusones, solo lo hace de la única manera que sabe, marca su territorio hostigando a los más débiles e indefensos.
Ceder al chantaje suele ser una mala estrategia porque los chantajistas siempre vuelven a por más. Pero abandonar a su suerte a los rehenes indefensos, mientras unos y otros juegan a ver quién la tiene más larga, tampoco constituye una estrategia que acostumbre a acabar bien; además de resultar profundamente inmoral y radicalmente cínica. Puestos a enseñar lecciones, hagámoslo asumiendo riesgos propios en lugar de seguir enseñándolas a costa del sufrimiento de los demás
Las victimas de hoy no pueden justificarse con los inocentes supuestamente salvados mañana. No hay peor precedente que la inacción y nada más arriesgado que quedarse quieto ante las crisis. Quienes vuelven a invocar el “efecto llamada” o los riesgos de sentar un precedente peligroso, o ignoran la realidad, o simplemente mienten. Desde 2015 han entrado por el sur de Europa más de un millón seiscientos mil migrantes, menos de doscientos mil lo ha hecho por España y menos de medio millón han entrado por Italia. Quien diga que Europa no puede procesar con normalidad esos flujos miente, y lo sabe. Tenemos una crisis humanitaria provocada por las guerras de Siria y Libia, no una crisis migratoria. Esa es una mentira que solo beneficia a quienes construyen su discurso y su fortuna electoral sobre la invención de una Europa rica y confortable amenazada por hordas millonarias de migrantes codiciosos e insaciables.
El Mediterráneo no es el único mar que deben desafiar los miles de refugiados que huyen de la guerra y la muerte, también tienen que atravesar el mar de mentiras que hemos construido en Europa para limpiar nuestras conciencias.