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Barra libre en el Morbo Rubbish Club

Rosa María Artal

Robaron sus fotos y las colocaron en portada. Hasta tumbada en su sofá con ropa de casa. Divulgaron su nombre, edad y vida. Invadieron su hogar y el de su madre en Galicia. La culparon de haberse contagiado, señalando sus presuntos errores incluso en una pizarra (Telemadrid) como quien cuenta el mapa del tiempo o la pseudoeconomía mediática.

Un puro excremento de la televisión de Cospedal se ha reído de ella. Son los mismos que elevaron a los altares a los sacerdotes importados con su ébola por un Gobierno y una Administración local cuya negligencia nos ha salido muy cara. Los que, según toca, la atacan, se compadecen de ella, o dicen alegrarse de sus mejorías. Le han matado al perro. Han seguido cada uno de sus pasos. La han expuesto una y otra vez. Hasta llegar a publicar su foto –robada– en su habitación de cuidados intensivos, semidesnuda y con una mascarilla. Qué gran periodismo, ¿eh?

Teresa Romero, la auxiliar de enfermería infectada de ébola, se ha convertido en la nueva cobaya de la comunicación basura. Alentada por los políticos irresponsables que, tras una nefasta gestión, la insultaron, como el propio aún consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid.

Es como si se hubiera abierto la barra libre para el saqueo de esta persona. Una legión de descerebrados, proclives a ser abducidos por esta mugre política y mediática, se permiten opinar y condenar lo que Teresa hizo, según ellos, mal. Lo que les han contado manipulando con toda intención. Es que Teresa no afirmó que se tocó la cara, como titularon con rotundidad: admitió la posibilidad. Corroborada por el médico, que –tan oportunamente para los intereses que se perseguían– salió a declarar ante los medios lo que un profesional serio no comunica de un enfermo. Algo que da qué pensar.

Porque también se obvian las presiones que sufrió Teresa. Cuatro veces –informaron en TVE– le habrían hecho “reconstruir” los hechos los mandos de su hospital. Como si fuera un delito contagiarse. A una enferma grave, peligrando su vida. Cuesta elegir qué mayores ejemplos de deshumanización y de injusticia se pueden perpetrar contra una persona que, por añadidura, se ha volcado en el servicio a los demás.

Tenía que llegar. La televisión basura –por ahí empezó– nació en 1990 al mismo tiempo que las cadenas privadas. Dos grandes sucesos marcarían el camino a seguir: el asesinato y violación de las niñas de Alcácer y la matanza de Puerto Hurraco. Con la fuerte competencia, había irrumpido la lucha por la audiencia y cuanto implica. Preocupaba adónde llevarían esos inicios, al punto de constituirse en noticia, como expresé incluso en mi propio reportaje.

La televisión entraba a raudales por los satélites. Era un fenómeno imparable. Como lo es ahora, con internet, el periodismo digital. Nada que objetar, al contrario. Pero se puede competir de muchas formas. Con el rigor, con la calidad, con la verdad… o con el morbo, mucho más fácil. En otros países también lo hacen, por supuesto. Quizás no en la misma medida.

Porque el problema es dónde caen esas semillas de inmundicia, en qué suelo, en qué sustrato. Quién se las traga sin rechistar para luego crecer y multiplicarse. Y aquí nos encontramos con una sociedad, la española, largamente aleccionada por la derecha en no pensar y eludir cualquier atisbo de pensamiento crítico para ser más manipulable.

Ha sido una labor secular. Como secular es el mandato de un particular conservadurismo español, de casta y de caspa. Lo peor es que ha llegado a nuestros días impregnando a personas de otras ideologías. Las tarjetas 'black' de Caja Madrid son el ejemplo más gráfico que se pueda encontrar. Como lo fuera la cultura del pelotazo de los ochenta y noventa, de los Mario Conde y de aquella parte de la política que se sintió en esas mieles tan turbias como pez en el agua.

Las portadas de los periódicos del domingo, de muchos de ellos, avasallando la intimidad de Teresa Romero, hubieran llevado a una ciudadanía responsable a reaccionar como la situación merece: rechazando a los periódicos que la publicaron de forma explícita. Y no deteniéndose en las cadenas y debates que tocaran el tema en su vertiente morbosa para vender. Muchas cosas están a la venta, no sólo productos.

El día en el que un político llama a 'Sálvame' y dice que ese programa es “un referente social”, comprobamos que la enfermedad –largamente cultivada– se ha extendido ya y ha penetrado en el cuerpo de la ciudadanía. Afecta a un contexto mucho más amplio y es lo que explica casi todo, desde la tolerancia a la corrupción a opciones y elecciones incompresibles. Y todo se entreteje en maraña. Aunque no responda a la realidad de toda una población, ni mucho menos, es la elevación social de la ignorancia a categoría. Enaltecer el morbo. Aceptar la relajación de los valores, hasta de los estéticos. Y, en la misma línea, pero aún más pornográfica resulta la cacería a la que medios aparentemente serios han sometido a la auxiliar de enfermería infectada de ébola.

Cuanto está sucediendo demuestra que se han desdibujado muchas barreras, entre la información y la propaganda, sin duda, entre la ética y la laxitud moral, y, desde luego, entre el periodismo y 'esa otra cosa que hacen'.

Quienes amamos el periodismo, el de verdad, conscientes de su influencia para bien y para mal, estamos asustados. Porque nada es inocuo, por eso precisamente se propicia y se produce lo que estamos viendo. Esta deriva conduce a que esta sociedad acepte lo que difícilmente aguantaría otra con criterio y sentido cívico.

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