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Los colaboracionistas y el Régimen de Madrid

Isabel Díaz Ayuso en su toma de posesión junto a Pablo Casado. EFE

Rosa María Artal

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Si hay algo que la pandemia del coronavirus ha dejado radicalmente claro es el fracaso del capitalismo. Solo la Sanidad Pública puede afrontar un problema de salud de la envergadura del que estamos sufriendo mundialmente, solo el Estado puede atender necesidades perentorias de los ciudadanos. Ya tiene su frase y todo. “Muy simple: se ha desmoronado el castillo de naipes. Un mundo entero de ilusiones, autoengaños y sofismas ha muerto”, rubricó el economista estadounidense James Kenneth Galbraith. Los gerifaltes del imperio neoliberal no quieren darse por aludidos y pelean para que todo siga igual, como mínimo. En varios países la sociedad está reaccionando con clarividencia, en España cuesta más porque el Régimen de Madrid tiene un potente soporte de colaboracionistas. Y desde hace tiempo se han trabajado a un sector de la sociedad francamente usable.

Porque hace falta ser muy poco despierto para ver cómo te tronzan la Sanidad Pública precisamente, precarizan al personal sanitario que puede atenderte, y lanzarte a aporrear cacerolas para que vuelvan los ejecutores y terminen de desvalijar lo que queda. Son un peligro vital para la salud. Todos ellos. La cadena completa de mando y obediencia.

Ya saben, el Régimen de Madrid -¿recuerdan este artículo de Ignacio Escolar de hace un año?- es el que viene gobernando la comunidad del mismo nombre desde hace un cuarto de siglo, fértil en corrupciones, mamandurrias y redes clientelares; abanderada en fomento de la desigualdad y reina de los recortes. Intentan formar una especie de gobierno en la sombra que rivalice con el nacional, especialmente si en La Moncloa se asienta un Ejecutivo progresista. Pablo Casado se lo ha tomado muy en serio, y acude a los actos de la Comunidad como si fuera el presidente que no es. Pero el Régimen de Madrid, el constituido ya como S.A., es mucho más que el PP. Suele poner a la persona que ocupa la gerencia de la empresa si saca más votos que el resto (el ahora trifachito para entendernos) pero acoge a diversos prebostes -con ética desviada- de los poderes que se concentran en la capital. Viejas glorias incluidas, de esas que nunca se sacian de dinero y capacidad de maniobra.

Y como es natural desde que se desencadenan las guerras contra la sociedad, cuenta con un notable paquete de colaboracionistas. Unos pertenecen al núcleo y otros simplemente se arriman, y los hay incluso que prestan sus servicios por pura dejadez e ignorancia.

La pandemia, la muerte y el dolor, el miedo, la incertidumbre, les han llovido desde los avernos morales donde habitan para ayudarles en su propósito. Ya saben, nada mejor que una crisis para aprovecharse de la ciudadanía más vulnerable, lo dijo su papa putativo, Milton Friedman. Y apuestan ya por un rápido desenlace del problema que tienen en La Moncloa. Quizás fue Pedro J. Ramírez, ese señor que sigue de tertuliano de TVE, quien mejor definió y ya el 17 de marzo lo que les preocupa: “Ministros del PSOE cierran filas en torno a Calviño frente a la obsesión social de los de Iglesias”. Qué estupidez tener obsesión social en lugar de furor por la rapiña y engordar las arcas de los amigos como practican quienes presentan esta disyuntiva.

Lo que ocurre es que los de siempre quieren solucionar esta crisis como ya hicieron en la de 2008: haciendo pagar las facturas a los ciudadanos. En aquel caso eran además sus facturas. Y hay otros medios. Desde luego, un ajuste fiscal más justo. El Régimen anda revuelto por si suben los impuestos un 2% a los ingresos que excedan de 1 millón de euros anuales. Lograr, también, que la UE se comporte como un club. Que preste a los países –no solo a los bancos- y no con contrapartidas de rescate. Los últimos en pedirlo son Macron y Merkel. España lo ha hecho reiteradamente. Y el ex primer ministro italiano y de la Comisión Europea, Romano Prodi, alienta así mismo una posición conjunta de su país, España y Francia, a la que seguro se uniría Portugal. Exprimir a los ciudadanos no es el único camino para salir de las recesiones.

El Régimen de Madrid y sus colaboracionistas tienen otros planes. De entrada, se ha de aclarar lo obvio: que hay una pandemia que cogió desprevenidos a los gobiernos de todo el mundo, y que el español no lo ha hecho peor que la mayoría ni mucho menos. Obviar la enfermedad en sí es hacer trampas. Buena parte de las críticas son desmesuradas, en algunos casos bestiales, gran parte injustas y utilizan una flagrante desproporción sobre lo que compete al gobierno central y a algunas comunidades, sobre todo la de Madrid. Entenderán ahora que goce de bula, dado que la gerente lo es de una unidad de destino en lo universal, en lo comercial, en lo financiero y en cuanto ofrezca rentabilidad.

En los medios, cadenas enemigas y amigas compiten por atizar el fuego de la crítica al Gobierno. Como ya sabemos, espero, el plan es tumbarlo, no enderezarlo a su gusto, porque su gusto va en contra de la Sanidad Pública y la “obsesión social”. Hasta el bueno de Carles Francino se pregunta con dulzura si no sería mejor “un gobierno de concentración o algo parecido”. Concentrar agua y aceite. Otros son más veteranos en la tarea. El periodista Matías Prats tuvo, al parecer, una sesión gloriosa en Antena 3 apuntándose a la información política para culpar a Pablo Iglesias hasta de la masacre de los ancianos en las residencias. Competencia de las CCAA, en Madrid sobre todo, muchas víctimas pasaron directamente del geriátrico a la morgue, sin dar posibilidad a la vida. Se ha confirmado que había órdenes de rechazar a los ancianos de residencias con síntomas de coronavirus. Esto es de orla de colaboracionismo. La situación se descubrió cuando el Gobierno mandó al ejército. La afición anotaba zascas repartidos mientras asistía al remedo de entrevista. Los zascas, algo aterrador para la concepción del periodismo.

Carlos Herrera, en la COPE de los obispos, dio una lección de historia a Pablete, según la publicidad de la emisora, al pretender comparar el escrache a un gobierno de Rajoy, en protesta por los recortes en los servicios sociales, Sanidad Pública incluida, al llevado a las puertas de la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero. ¿Por tener obsesión social y por defender el feminismo? Ese domicilio que toda España conoce por la labor de otro profesional que dice serlo del periodismo. Le ha salido un imitador que señala la residencia del ministro Ábalos del PSOE. De cualquier modo, también el asunto de los “escraches” se ha llenado de bulos hoy en los medios conservadores.

Los colaboracionistas no tienen empacho ni en mentir en portadas de sus diarios. Es una llamada diaria a las barricadas. En el caso de Francisco Marhuenda y su diario La Razón, textualmente. Ofreció una APP –chilena por cierto- para dar caceroladas contra el Gobierno “sin dañar sus ollas y sartenes”, y con consejos para la mejor audición. Este individuo se sienta con los señaladores de dianas, en tertulias, a dar su opinión. Y nadie se inmuta. Sería deseable que se tomara conciencia de cómo la presencia de periodistas auténticos termina confundiendo con ellos a quienes no lo son. Esas tertulias no tratan de aclarar nada de base.

RTVE sigue ofreciendo, hasta como apertura de sus telediarios, las caceroladas ultras. Llamativas pero porcentualmente minoritarias, que sin embargo alientan a los golpistas. Igual deberían complementar la versión unilateral que ofrecen con lo que opinan los sanitarios sobre sus manifestaciones. Aquí tienen un ejemplo. Existe un seguidismo muy preocupante en lo que se considera noticia. Algunos periodistas a los que valoro tienen esa misma sensación al escuchar, por ejemplo, las preguntas que se vierten en las ruedas de prensa de Fernando Simón en particular. Producen vergüenza ajena e inducen las mismas confusiones. Luego están los anotadores de zascas desde que hacer una entrevista incisiva se confundió con acosar al entrevistado. Repreguntar a un representante público no equivale a freírlo y hacerlo con un científico es ir completamente a la deriva. O no. Quizás es el futuro. Un futuro colaboracionista. Otra especialidad curiosa del periodismo, practicado por algunos de los que más cobran, es dar una de cal y otra de arena, para que se pueda decir de ellos que son muy buenos y sagaces. En realidad suele ser una coartada muy eficaz en el colaboracionismo.

Contaba María Ramírez, en un trabajo excelente, aquí, en eldiario.es, que el mensaje de los medios conservadores contra el confinamiento no ha calado en la mayoría de la población estadounidense. Y que allí y en otros países se está demostrando que “el show del absurdo puede acabar mal para la extrema derecha en tiempos de pandemia” porque los ciudadanos buscan certidumbres en momentos complicados. Vemos que ese rechazo a la ultraderecha alborotadora ocurre también en Italia. Sabemos que nuestros zotes pueden ser los más del mundo, pero ¿hasta ese punto? El último barómetro del CIS señala que el 95% de los españoles considera necesarias las medidas adoptadas frente a la pandemia. ¿A qué viene pues tanto ruido?

Históricamente, los regímenes de este cariz suelen acabar por la resistencia de los civilizados. El problema es que la masa de colaboracionistas es tan grande y pertinaz que cuesta llegar al meollo o no dejarse subyugar por las voces que llaman a un gobierno de concentración. Ya lo hay: el de PSOE y Unidas Podemos. Legal y legítimo. El otro, el Régimen de Madrid, S.A. anda centrado en cómo revienta la lógica, para hacer pasar como solución el rotundo fracaso, la enmienda a la totalidad, a lo que ellos representan.

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