Demócratas calentando en la banda
“Si un pirata me hace caminar por la plancha, no sirve de nada que yo le ofrezca, como compromiso de sentido común, recorrer un trecho razonable de la plancha”
G. K. Chesterton
Los que siempre han deseado una sociedad teocrática, es decir, cuyos principios y valores fueran idénticos a los dogmas y normas de la religión, han puesto sobre la mesa su órdago. Ahora saben que pueden pescar en los caladeros de los cabreados, los olvidados o los descontentos que se sienten en las lindes de un sistema que no ha sabido solucionar sus problemas o que, simplemente, los ha obviado. No son nuevos pero se han sabido revestir de la piel de los tiempos. Han pasado de considerar sin complejos a los que mencionaban lo inmencionable a hacer que sus propuestas estén sobre las mesas de negociaciones. Se han unido a la internacional que trata de devolvernos al medievo. Hay mucho dinero detrás y muchos intereses. Odian las ideologías porque entienden que estas discuten, desde diferentes puntos, los inamovibles principios de su religión.
De los 19 infames puntos que han exhibido en el trágala a un partido democrático y de gobierno que nunca debió sentarse a oírlos, nada menos que 14 están relacionados con puntos irrenunciables para el catolicismo más ultra. Será porque he tenido la experiencia de vivir entre ellos pero detrás de exigencias como dejar de subvencionar a feministas y a determinadas ONG, de la creación de consejerías de natalidad, de las referencias al aborto, de no dejar que los hijos reciban ninguna enseñanza que no sea la marcada por los padres, de los centros de enseñanza que disgregan por sexos, de la retirada de subvenciones a las asociaciones islámicas, de la derogación de la ley de violencia de género y su referencia a la ideología de género, del fin de la ley LGTBI o de la educación en igualdad, está lo de siempre: los ultra ortodoxos católicos.
Nadie que haya tenido contacto con ellos en algún momento −como lo tuve yo− puede dejar de reconocerlo, más allá de las voces de disidentes y rebotados que lo aseguran y reconocen la financiación. El resto es un refrito de las fórmulas populistas europeas: una mezcla de culto al hombre fuerte, una exaltación del nacionalismo y hostilidad hacia los inmigrantes y la UE. Puritito Orbán. De facto, Abascal ha reconocido su inspiración. La que no reconoce tan a las claras es la otra. Marketing puro. Los ultras saben que la vuelta a la moral católica única e imperante ha sido un producto muy difícil de vender y ahora que, gracias a los expertos en manipulación internacionales, han conseguido un envoltorio que no canta, no van a estropearlo. Nos lo intentarán colar. Hagan un juego. Pongan en su buscador cualquiera de los puntos a que me refiero y añadan “obispo de Alcalá”, verán como ninguno se ha quedado sin su homilía incendiaria.
Ni siquiera han tenido ningún rebozo en mostrar su totalitarismo. El hecho de considerar “ideología”, con carga peyorativa y como enemigo a batir, a todo aquel pensamiento que se aleja o difiere del suyo lo muestra a las claras. Una ideología no es sino un conjunto de ideas pero no aceptan sino las suyas y por eso demonizan las otras. Por si pesara poco, se han atrevido a exigir que públicamente se silencien las críticas hacia su partido y sus propuestas de forma institucional y, más allá de ello, han comenzado una campaña de utilización espuria de la Justicia para intentar disuadir mediante querellas a sus críticos. Ni menciono aquí las campañas de manipulación y acoso a través de redes sociales inspiradas por sus socios internacionales.
No hay nada que negociar con ellos ni ningún partido propio de una democracia liberal como es España puede hacerlo. Todo demócrata honesto lo tiene claro. Ni siquiera el poder temporal compensa de la disgregación del régimen democrático en el que se pelea por él. Las voces internacionales arrecian al contemplar con estupor como un grupo de treintañeros españoles se salta los principios comunes en un ejercicio de cinismo pragmático difícil de digerir.
No es una actitud aceptable y así lo entienden también muchos miembros de ambos partidos que se dan cuenta de lo que se está jugando en este envite. La experiencia europea ya nos enseña que el riesgo no estriba solamente en el advenimiento de estas formaciones de corte neofascista, que niegan y saltan sobre los principios y derechos que constituyen la base de la convivencia, sino en la tentación de las formaciones democráticas de asumir parte de su discurso o desplazarse hacia sus posiciones. Ese es el verdadero problema y eso es lo que está sucediendo ante nuestros ojos.
Los actuales líderes del PP carecen de esa sólida creencia en los principios que nos asientan. Les diría que los confunden, pero ni eso. Posibilistas, cortoplacistas, ansiosos del poder que los mantendrá donde siempre quisieron estar. Carecen de la altura moral e intelectual que debe nutrir a un estadista para ser capaz de decirle a sus votantes y al pueblo lo que tal vez no quieren oír pero es necesario afirmar. Esto no les sucede a todos los cuadros del Partido Popular ni mucho menos. No me equivoco si afirmo que hay populares estremecidos de lo que oyen y lo que ven y del abismo al que nos acerca.
Me gustaría pensar que algunos ya están calentando en la banda. Lo de Casado fue un error y se está demostrando. Toda democracia liberal necesita de un gran partido conservador democrático que comparta y respete los valores básicos. Siempre ha habido sectores del PP que han tonteado con ellos pero el cambio sustancial que supone aceptar los presupuestos que destruyen tales valores no había sucedido nunca. Dentro del PP hay personas que saben que lo que está haciendo ahora mismo su dirección es inasumible. Espero que estén dispuestos a actuar. A desautorizarlos o a irse.
Y también espero que estén calentando el resto de los partidos democráticos, con especial referencia a los de izquierda. No basta con hablar de cordones sanitarios o con estigmatizar el pacto con la ultraderecha. Urge, por contra, encontrar soluciones y propuestas para aquellos que se siente cabreados y olvidados del sistema porque es evidente que las que actualmente se realizan no les valen a demasiados. Es difícil, todo un reto intelectual e ideológico, y toda Europa está en ello. Espero que en nuestro país también haya quien lo piense más allá de dos consignas y el propio cortoplacismo electoral.
Más nos vale. Cuanto más desesperada es la situación más esperanzado debe ser el hombre, dejó escrito Chesterton. Ojalá que en eso, al menos, llevara razón.