Los efectos visibles de la manipulación
En los momentos críticos es cuando mejor se ve la esencia de las personas y hasta de los pueblos, lo que anida en lo más profundo. Y así ha sucedido con una serie de hechos que evidencian las consecuencias que tienen para España los problemas enquistados sin resolver. A todos los conocidos se añaden los efectos de la manipulación sistemática desplegada sobre esta sociedad. A sus autores les renta esa distorsión de la realidad.
El programa de espionaje israelí Pegasus adquirido por el gobierno de Rajoy –adquisición cierta conocida desde hace tiempo- y usado presuntamente también durante algún tiempo por el de Pedro Sánchez ha desencadenado un escándalo que pone en peligro incluso la estabilidad de la legislatura. Y, a la vez, se ha visto la acción de las fuerzas que intentan modificar la verdad a su favor. Y, si cabe peor, está dando una foto fija de la sociedad con peligrosas laxitudes morales. Y, todavía más preocupante, muestra las ideas que han ido calando en diversos temas de envergadura.
Partiendo de unos niveles democráticos ínfimos, vemos a muchas personas y a sus líderes de opinión que comprenden y aceptan agravios a los derechos fundamentales si sirven para preservar valores supuestamente superiores. La unidad de la patria, por ejemplo. El artículo único de la Constitución que tantos atesoran está por encima para ellos de la justicia o la verdad. O la dignidad de las personas, su acceso a bienes esenciales, la equidad o la igualdad de los seres humanos sin distinciones… Ahora se entiende mejor que traguen con soltura dosis de corrupción inasumibles para personas honestas.
Los conceptos falseados y los bulos los lanzan a menudo políticos pero son difundidos y amplificados por los medios. Medios e informadores que tampoco se privan de inventar sus propias noticias falsas en línea con sus intereses políticos y económicos.
Pegasus es real, por más que asistamos a la sonrojante actitud que quiere ignorarlo. Fue creado hace más de una década por la empresa israelí NSO para venderse, dicen, solo a gobiernos o altas instituciones. Entidades muy serias han denunciado su uso contra periodistas, activistas y políticos de todo el mundo, desde Emmanuel Macron hasta el periodista saudí asesinado Jamal Kashoggi. En España se habría empleado al menos contra 65 personas del entorno independentista. Y no es una simple escucha telefónica, es un arma ilegal que ataca a todo el contenido del teléfono, como explica el abogado de entidades y políticos afectados Gonzalo Boye. Y desde el propio teléfono como terminal, espía a su alrededor.
Los gobiernos pasan, los manipuladores concretos también, pero la labor de perversión de una sociedad queda al punto que vemos en ésta. No parece haber salido en muchos sectores de la infecta lacra que dejaron cuarenta años con larga prórroga de dictadura fascista. Hay otros ciudadanos en este país, sin duda, los que se desesperan por lo que ocurre, y en la forma que lo hace.
Veamos algunos ejemplos. El Telediario de las 21.00 de TVE explicó en voz en off sobre la transparencia del Rey Felipe VI esta semana que no se había hecho llegar el comunicado “a los partidos que no acatan la Constitución”. Es una barbaridad que asumió la dirección de nacional de la cadena y la edición del programa. Porque es preceptivo jurar o prometer la Constitución al inicio de todas las legislaturas. La frivolidad informativa reinante suele reducir la crónica a las fórmulas empleadas y la derecha y ultraderecha, si no le gustan, las denuncian sin éxito. Pero ni siquiera recuerda eso mucha gente.
Hasta desde posiciones progresistas intentan justificar que no sea tan importante acatar la Constitución en orden a otros valores porque millones de personas se han tragado hasta el fondo del intestino grueso que hay partidos que no lo hacen. Lo que sí ocurre es que algunos no la respetan en la práctica: los corruptos que, robando, degradan los derechos de las personas y no digamos del “constitucionalista” Vox, cuyo ideario y programa exigiría para aplicarse modificar la Carta Magna.
A lo largo del tiempo, de esa labor de horadar cerebros débiles, millones de personas están convencidas de mentiras descomunales que no se cuestionan. En el caso de los políticos independistas catalanes, que “desencadenaron graves disturbios y agresiones”. La censura internacional fue para la agresividad de parte de la policía enviada por el PP. Como muestra la contundente condena de Human Rights Watch. Hubo muchas más pero la memoria es frágil cuando se la distorsiona desde el origen.
La manipulación ha logrado lavar a la ultraderecha y demonizar a la izquierda que más defienda los derechos sociales, incluso se ve como una “peligrosa desviación izquierdista” la puesta en valor de los DDHH. A ese aterrador extremo estamos llegando. Lo vimos en el tratamiento informativo de los candidatos Le Pen y Mèlenchon en los medios españoles. Y así tenemos sentados en el gobierno de Castilla y León a políticos que practican ya la autocracia con la oposición. El #SocialismoFree del pensamiento único que enarboló sin complejos Isabel Díaz Ayuso. Es constatable el hartazgo que fuera de esta Comunidad provoca la sobredosis de Ayuso, pero -si Feijóo no cambia- es el futuro del PP, ese modo de hacer tan cercano a la ultraderecha. Ella parece estar detrás, por la similitud del discurso, del errático comienzo de Feijóo al votar no al decreto de ayudas que trae importantes mejoras para los más afectados por los ataques a la estabilidad que estamos padeciendo. Volver a desenterrar como argumento a ETA es patético.
Enfilan los medios afines contra Bildu por haber entrado en la Comisión de secretos oficiales, que apenas sirve más que para conocer y jamás contar en qué emplean los gobiernos fondos bajo mano.
Siempre recuerdo al ver estas reacciones lo que dijo Nicolás Sartorius, un demócrata inequívoco que sufrió cárcel por ello. “No sé si hay pacto con Bildu, pero en la Transición pactamos con quien nos fusilaba”, comentó en verdad demoledora. Algunos de ellos o sus descendientes formaron precisamente el Partido Popular y están en el ADN de Vox.
Ayuso es el fruto más evidente de la manipulación orquestada. Acaba de suprimir el 10% de los metros de Madrid para crear malestar en la población que más los usa cargándosela al Gobierno y al mismo tiempo, con la colaboración de medios como los de Eduardo Inda y Francisco Marhuenda, lanza el bulo de una inventada prohibición del vino y la cerveza en los menús que llenará programas afines sin desmentir. También desentierra ETA desde su gobierno de ultraderecha.
La figura trumpista que gobierna Madrid, comprada con éxito por varios cientos de miles de personas, se labró con esmero. Este vídeo de El Mundo explica quién es Ayuso, más que un tratado completo de sus actuaciones.
Entre esos pobres enfermos que no pudieron ni despedirse de sus seres queridos estaban los más de 7.000 ancianos de las residencias a su cargo. Es la misma persona en uno y otro caso. Ya se habían firmado, cuando se deshizo en este llanto con rimel negro corrido, los protocolos para que no recibieran atención médica, ni fueran enviados a los hospitales más que aquellos que tuvieran seguro privado. Esta personalidad ha sido vendida sin embargo con toda impunidad, y comprada por votantes que la adoran. Parece imposible conocer ambas realidades y no partirse en dos del crujido.
Al coro de sus propagandistas mediáticos, Ayuso ha sumado la televisión pública de Madrid a la que ha desmantelado para la información y la verdad con ayuda de su alianza con Vox.
La manipulación les funciona. Y la debilidad moral, más que la intelectual. Millones de personas están convencidas de que los gobiernos pueden saltarse la democracia si les parece conveniente, que se puede pervertir la justicia, y a la sociedad útil para ser carne de cañón de sus guerras personales y de clan. En el ideario engullido contabilizamos la seguridad de que han cometido delitos personas que no lo han hecho. Que es legítimo mentir tanto como robar para seguir robando con mayor impunidad. Que los “buenos” deciden quienes son los “malos”, aunque su historial se llene de trampas. Por este camino no harían falta ni acudir a las urnas.
La manipulación es ya una gruesa bola que aplasta las mentes más débiles, menos exigentes. Y nadie manipula desde la decencia. Tenemos un problema enorme.
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