Esperando a Chomsky
El viernes pasado, el Palau de les Comunicacions rebosaba de público. Para las 19.20 horas estaba programado uno de los eventos con más gancho de la fiesta de tres días que había organizado elDiario.es en Valencia con motivo de su 10º aniversario: una entrevista con el lingüista y pensador estadounidense Noam Chomsky, que a sus 93 años se mantiene como una de las figuras icónicas de la izquierda en el mundo. En el escenario, junto a una foto enorme de Chomsky, estaba dispuesta una pantalla en la que aparecería el veterano activista para ser entrevistado desde el Palau por nuestro corresponsal en Bruselas, Andrés Gil.
A la hora señalada, apareció en el escenario la actriz y humorista Maria Juan para introducir el acto. Mientras hacía la presentación de rigor con su gracia inteligente, alguien le comunicó por el pinganillo que del otro lado de la línea no había señales de vida. Que Chomsky no contestaba. La pantalla en negro era la demostración inequívoca de que algo estaba fallando. Maria comprendió que debía distraer al público hasta que se solucionase el contratiempo, y lo que comenzó en ese momento fue una exhibición tan desternillante de humor que no solo entretuvo a la audiencia, sino que, en un momento dado, la hizo olvidar el motivo por el que estaba allí, que era, insisto, escuchar a Chomsky.
No recuerdo con exactitud cuánto duró el impasse. Al comienzo, la situación resultaba un tanto incómoda, porque era notorio que a la presentadora se le acababan los recursos del guion a medida que transcurrían los minutos. Llegó el momento en que ya no le quedó más remedio que lanzarse al turbulento río de la improvisación absoluta. Y lo que hizo, con extraordinaria habilidad, fue convertir la desesperación que le causaba la ausencia de Chomsky en el tema de su monólogo hilarante y sin rumbo fijo. La presentación de una charla con Chomsky se había transformado en la presentación de un acontecimiento que probablemente no iba a ocurrir, y el público estaba tan cautivado con las ocurrencias de la presentadora que parecía serle indiferente si el invitado aparecía o no. Finalmente, se produjo el milagro: alguien comunicó a Maria Juan que se había establecido el contacto con Chomsky y, al cabo de unos instantes, apareció en la pantalla la imagen de un anciano venerable de barba luenga que parecía recién salido de la caverna de Platón. La presentadora celebró el fin de su calvario, introdujo al invitado y a su entrevistador y abandonó el escenario. El público prorrumpió en un atronador aplauso a Chomsky, pero en el ambiente detecté cierta tristeza por el hecho de que la magia por la aparición del ídolo hubiera supuesto el fin de la magia por su ausencia.
Chomsky no defraudó las expectativas. Habló de la crisis del capitalismo, de los estragos de los imperialismos, de las servidumbres de los grandes medios de comunicación y, como no, de la guerra en Ucrania. Culpó inequívocamente a Putin de la invasión y le reprochó la “estupidez” de haber “metido a Europa en el bolsillo de EEUU”. Dijo no estar seguro de que pueda haber una solución política al conflicto, pero añadió que la única forma de saberlo es intentándolo. Al finalizar la excelente entrevista, el público prorrumpió en una atronadora y larga ovación mientras Chomsky permanecía en la pantalla con una expresión quizá de incredulidad por las pasiones que aún despierta fuera de su país tras tantos años de activismo intelectual.
No sé si viene a cuento, pero hace años leí en un periódico británico –no recuerdo cuál- la mejor entrevista que se hizo a Abimael Guzmán, el líder del grupo terrorista Sendero Luminoso que sembró el terror en Perú en los años 80 y 90. Fue una entrevista que nunca sucedió. El periodista había sido enviado por su medio a localizar al enigmático guerrillero y nunca logró dar con él, pero las vicisitudes de la búsqueda –con paradas en distintos pueblos, donde habló con antiguos amigos, profesores y vecinos que habían conocido al ‘comandante Gonzalo’- le permitieron construir un retrato del personaje tan completo, tan rico en matices y tan prodigiosamente narrado que hacía olvidar que el reportero había fracasado en su objetivo de entrevistar a Guzmán.
Maria Juan, a punta de un humor liberado de las ataduras del guion, nos estaba haciendo olvidar el viernes que el objetivo de entrevistar a Chomsky estaba encarrilándose a un estrepitoso fracaso. Pero, a diferencia de lo que sucedió en el reportaje del periodista británico, el personaje apareció.
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