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El extremo centro

Montero Glez

En los últimos años, afloran en abundancia los llamados columnistas de extremo centro. Con tal calificación, se denomina al que no se pringa y que cuando lo hace es para trepar cucaña y favorecer el discurso ilegítimo, que es discurso que viene de arriba.

Mi amigo Soto Ivars es un ejemplo de esto y, por ser amigo, me tomo la libertad de contestar a su tuit del otro día con motivo del llamado Día de la Hispanidad y en el que vino a situar a las víctimas en el banquillo de los acusados, poco más o menos pues el Descubrimiento del llamado Nuevo Mundo tuvo poco de descubrimiento, tan poco como tuvieron de nuevas las tierras conquistadas.

La fiesta del 12 de octubre es de origen franquista, culpa de un decreto de 1958 que conmemora el aniversario del Descubrimiento de América. Sólo los franquistas y sus herederos festejan algo tan vergonzante con desfiles militares, trompetas y cabras. Luego hay otra cosa más en el desarrollo del tuit de Soto Ivars como es comparar el relato del pecado original con el relato material de unos hechos que sucedieron en nuestra Historia. Si nos ponemos en ese plan -en plan religioso- hay que advertir que es la moral la que determina la religión y no al contrario.

Pero el asunto no termina aquí, sino que Soto Ivars confunde ciertos términos como es denominar “español” al castellano pues toda lengua recibe un nombre y tal nombre viene determinado por su origen, siendo el castellano lengua de Castilla al igual que el catalán es lengua de Catalunya así como el gallego es la lengua de Galicia. Con estas cosas, el amigo Soto Ivars confunde lo oficial, burócrata y administrativo con lo radical, lo que nace y mama de la raíz.

Pero ya puestos, lo de la lengua también da igual, pues lo importante nunca es la lengua sino el lenguaje; lo importante es la expresión discursiva que nace de un pensamiento discursivo legítimo, desde abajo, un lenguaje que no es propio de los equidistantes que, por mucho que lo quieran disimular, siempre tienden a favorecer al poderoso.

Sin ir más lejos, el ejemplo de esto último lo encontramos cuando Soto Ivars termina su parrafada y pone ¡Viva Rubén Dario! Bien pudiera haber puesto ¡Viva Franco! Es una cuestión de oído pues cuando el pensamiento discursivo es ilegítimo, su expresión discursiva suena de la misma manera desde cualquier posición por mucha equidistancia que se tome.

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